He visto a Dios

He visto a Dios se abre como un sainete tragicómico. El joyero y relojero Carmelo Salandra, inmigrante italiano, acumula dinero en su negocio para su hijo Chicho. No tiene escrúpulos con tal de enriquecerse: explota a su empleado Victorio, compra a precios exiguos joyas robadas para reducirlas, es avaro, usurero, impiadoso, violento y despreciativo con el prójimo. Carmelo es un villano entrañable, un personaje negativo pero simpático, el centro de cuya vida es Chicho, su hijo. Jugador, pendenciero, rodeado de malas compañías, Chicho será asesinado en una noche de naipes marcados, en parte a causa de que su padre se ha negado a facilitarle una suma de dinero. El personaje del Vendedor de Biblias un peregrino y paseador del mundo por gracia divina, austero y de cenas frugales (Dos naranjas) traba amistad con Carmelo y le recuerda la preocupación por Dios y la dimensión espiritual de los hombres. Es evidente que la idea de Dios no deja indiferente a Carmelo, pero ante la pregunta reacciona irónicamente. Pero todo cambiará con la muerte de su hijo, acaso por el sentimiento de culpa, o por la desesperación de la pérdida, Carmelo se ha vuelto místico y cree ver y hablar con Dios. Esto es fomentado por Victorio su empleado quien aprovechando el delirio de Carmelo se disfraza todas las noches de Dios y con Gaetano (un vecino, padre de Nuncia, la muchacha a la que Chicho ha dejado embarazada), se ponen de acuerdo para sacarle el negocio a Carmelo. Pero llega el día en que la trampa de Victorio es desenmarcarada por el inesperado ingreso del Vendedor. Carmelo increpa nuevamente al Vendedor, que lo mira sorprendido: lo acusa de la caída de su Dios. Finalmente en el último cuadro el tono de la pieza se solemniza. Los componentes cómicos son esporádicos. El aspecto trágico desaparece, porque ya todo gira bajo la esfera iluminada de la revelación.

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