07/03/2023 08:14por Ernesto G 2 Che, el viernes 3 fuimos a ver la obra. Fuimos mi hija de 12, mi hijo de 16 y yo que rondo el medio siglo. Somos de Plátanos, a unos 30 km de Buenos Aires. Siete y media voy a buscar a mi hijo a la casa de la madre, está recostado en su cuarto con el ventilador a treinta y ocho centímetros. Cuando le recuerdo que vamos a Capital a ver la obra, me dijo: "niempedo, con este calor ir allá". Dale vamos al teatro, tiene aire acondicionado. Lo convenció lo del aire y tuvo piedad de mí, porque era algo que les venía pidiendo desde hace más de un mes. Al rato llega mi hija y le digo lo del teatro, “es cierto” me dice resignada. Pasamos por nuestra casa a dejar las mochilas.
20:30 salimos con el Milqui para llegar tranca, este auto no supera sin agotarse los 80 km/h. Todo iba bien hasta que 10 Km antes de llegar el tránsito se lentifica y vamos a paso de hombre. Paso de hombre en un Milqui una noche de 984 grado, estaba complicado. Por suerte cuando se estaba destrabando el nudo en la utopista el noble Milqui decidió pararse. ¡No doy más! me gritó desde el tablero. Gracias a dios a la santísima trinidad con unos laburantes que iban en una chata me remolcaron un toque, probé y el ochentoso, a puro amor propio, se puso de nuevo en marcha. Luego de desgancharnos de la salvadora chata, seguimos por nuestros medios hasta un lugar apropiado para dejar en paz al coche. Caminamos hasta Paseo Colón buscando un taxi, y nada. Para hacerlo más épico subimos la ladera de Garay en procura de algún solícito tachero. Luego de un rato y una vez subida la cuesta, apareció un autito al ver que tenía aire nos zabullimos. El aire fresco que venía de adelante nos devolvió la humanidad que se estaba derritiendo.
Ya en el auto, un hermano latinoamericano nos preguntó la dirección, Mario Bravo y Córdoba, le digo. Con el aire acondicionado y conducido por un latino, me sentía en Nueva York yendo el teatro. No hizo falta que le dijera que estábamos con algo de prisa. El tipo este, se ve que era devoto del tetris, en su versión horizontal. No desaprovechó ningún hueco para adelantarse sin reparar ni en la velocidad ni en la variación de los colores de los semáforos. Cuando estábamos por Callao y Tucumán nos dice que bajemos la ventanilla porque con el aire prendido se recalentaba el motor. Lo lindo no dura para siempre, pensé.
¡Llegamos diez menos cuarto, como nos sugería la páginas donde compremos el código QR! Entramos, y nos pusimos en la fila. Ya más relajados, les pregunté a mis hijos si querían saber algo de la obra. No papá.
La espera nos hizo subir un poco más la temperatura, mientras oteaba al fondo, rogaba que el frio de la sala haga tiritar de frio a mi hijo. Debemos reconocer que la sala estaba más fresca que el bar donde hicimos la fila, eso fue un alivio. Este fugaz consuelo, que parecía el prólogo de una hora de disfrute, se interrumpió con la llegada de un grupo de mujeres, doce en total, que hablaban y se reían sin escrúpulos ¿No sé cómo dejan pasar a gente con ese estado de felicidad a una sala de teatro? Que las más locuaces y derrochonas de carcajadas se sienten justo atrás nuestro, parecía un castigo del cielo. Mi hija me miró con una mescla de asco y de risa. Debo confesar que el momento en que me más me preocupé fue cuando el punto que nos dio la bienvenida se puso a lamentarse por el calor y los corte de luz, y nos dice que habían adaptado la obra a esa circunstancia, para rematar con el anuncio de que no había aire acondicionado (diría que un sudor frío recorrió mi espalda, pero sino lo hago no es por evitar un lugar común, sino porque, con semejante calor resulta inverosímil). Amablemente, nuestro anfitrión nos dice que podíamos cambiar las entradas para otra función. Vi a mis hijxs y leí en sus miradas, niempedo volvemos a venir hasta acá otra vez, no vaya que la próxima caiga una tormenta y moramos ahogados. Mire para adelante y mentalmente dije: San Expedito, tú que eres el Santo de las causas urgentes, protégeme, ayúdame, otorgándome: fuerza, coraje y serenidad. ¡Atiende mi pedido: que esta obra sea por lo menos pasable!
Por fin la obra empezó, los primeros cometarios de la señora que estaban a mis espaldas, fueron reprimidos por SSSHHHs justicieros de otrxs espectadorxs que San Expedito colocó en la sala. Ver que de entrada mis hijxs se reían e intercambiaban miradas cómplices fue en baldazo de felicidad. El sudor en la frente de Diego, con esa gorra de lana me traía el recuerdo del calor que se disipaba al sumergirme en la obra que no tiene pausa ni desperdicio. El disfrute entra por los oídos en con el punto final de cada oración, simultáneamente por la vista en cada gesto de Diego y sale en forma de rizas silenciosas o carcajadas. La cara de asombro de mis hijxs al ver lo que ocurría en el escenario era parte del espectáculo al que estaba asistiendo. Hasta los desperfectos técnicos y los ruidos molestos, perecían integrarse a un espectáculo donde el sinsentido de todo está puesto en duda.
Cuando terminó la obra, mis hijxs fueron de lo primero en salir, yo salí casi al final. Cuando los encuentro en el pasillo sentados en un sofá, mi hija me dice “No te guardo ningún rencor, papá”