Cloro (Variaciones alrededor del número atómico 17)

Una autora abandonada por la inspiración. Una adolescente con un mundo inquietante. Un adorable espectro. Un director de orquesta (¡Xavier Cugat escapado de un film de Hollywood de los años dorados!) El lugar de reunión: un natatorio en un día de verano. Del fondo de la piscina vacía, del diario íntimo de la jovencita y de un trozo de vidrio, casi mágico, surgirá la historia que hará salir a la escritora de su crisis creativa. La realidad y la fantasía se unen en esta comedia.

"Nacido en tierras catalanas, pero criado en Cuba, Xavier Cugat con sus grandes orquestas fue el más notable difusor de la música latinoamericana en los Estados Unidos durante las décadas del 30, 40 y 50. Primero en elegantes clubes nocturnos de Nueva York y luego a través de películas de la época de oro de Hollywood. Su auge no fue casual. Debido a la contienda bélica europea la industria del cine se vio forzada a buscar nuevos mercados. Puso sus ojos en una parte del planeta que gozaba de paz, alegría y maravillosas melodías, Sudamérica. Contratado por la poderosa M-G-M los rimbombantes arreglos orquestales de Cugat, su amena presencia y su gracioso acento engalanaron cerca de una docena de filmes musicales salidos del estudio que contaba en su plantel con “más estrellas que el cielo” Entre ellas, Esther Williams.
Campeona juvenil de natación, los ejecutivos de la Metro vieron en la disciplinada Esther Williams la respuesta a una taquillera estrella de un estudio rival, Sonja Henie, que patinó sobre el hielo en tontas comedias de la 20th Century Fox. Por su parte la Williams cantó con buen gusto, actuó con frescura y nadó, nadó y ¡nadó! como ella solo supo hacerlo. Entre 1942 y 1955 fue protagonista absoluta de las más lujosas y extravagantes coreografías acuáticas en innumerables películas escapistas del estudio que la lanzó y la rodeó del mejor talento especializado en el género. El título más memorable de su filmografía es Escuela de Sirenas (Bathing Beauty, 1944) dónde por primera vez compartió el radiante Technicolor con Cugat.
Pero ¿qué tiene que ver este film, tan representativo del kitsch hollywoodense, con Cloro? Un poco. La obra de Winer enfrenta a una autora en plena crisis de inspiración y a una jovencita que lleva un diario íntimo. La escritora no es Virginia Woolf, ni Alfonsina Storni, mucho menos Simone de Beauvoir. Es una náufraga -que no sabe nadar- y trata de salir a flote de un mar de infertilidad creativa rapiñando de aquí y allá. La jovencita no es Heidi, ni Caperucita Roja, es más bien una Alicia en un país de pesadillas o una Dorothy con su Oz en lo profundo de una piscina. A partir de ese encuentro la mujer hará suyo el fantasma de la madre de la niña, ahora integrante del ballet de Esther Williams en Escuela de Sirenas, y se colará en sus fantasías Xavier Cugat escapado del mismo film.
Cloro habla, “pirandelleanamente”, de la angustia y del placer de la creación, de la leve frontera que divide lo real de lo imaginario, del peso de los mitos creados por el cine, de la dimensión de las palabras...
Cloro, un título quizás prosaico y banal para una pieza tan poética como misteriosa.
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Kado Kostzer

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