Caída crónica

La pieza de Bea Odoriz, que obtuvo la 1º mención del premio G Rozenmacher 2005, propone espiar a una familia argentina que puede resultar atípica y a la vez cercana a muchos: en su seno se planea la transformación social, pero se es incapaz de coordinar las acciones básicas para sostener la vida cotidiana. Sus personajes -atravesados por contradicciones que no les permiten avanzar- están marcados por las secuelas de un proyecto que fracasó.

Una madre y sus dos hijos. La madre que intenta hacer un plenario. Un baño que no funciona. Una hija que tiene que confesar que ya no es una nena. Un padre ausente que envía distintos tipos de cactus por encomienda. El nuevo novio de la madre que se instala y acosa a la nena. La madre que invita al plenario a los compañeros y a todo aquel que pasa por ahí: el plomero, su mujer, los carteros, el peón del plomero. El hijo que insiste con su hermana, en recitar poesías hasta el hartazgo. La música que suena, el zapateo, los bailes. El baño inunda cada vez más la casa. Los compañeros se emborrachan y terminan quemando cebollas en el living. La madre se siente cada vez peor. El plomero y su mujer se adueñan de la casa. El plenario no termina. La familia se quiebra. La madre insiste con que la revolución es eterna, hasta no dar mas.
El lenguaje político utilizado suena anacrónico. No es una crítica a los ideales que encierran esas palabras, sino más bien una mirada irónica a la fanatización del lenguaje de los 60/70. Al mismo tiempo es una visión admirada por la manera de vivir los ideales: poner el cuerpo hasta las últimas consecuencias.

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