El último bandoneonista


Este grotesco musical absurdo: respira
Ale, es un músico, bandoneonista, que vive en su galpón-teatro lleno de laberintos y objetos. Plagados de música. silencio y fantasmas. En un tiempo sin tiempos desgrana las teclas de su alma-bandoneón, se zambulle y nos interpela desde el caos y la sinrazón sobre la violencia que los seres ejercemos sobre otros seres. Esta obra nos enfrenta a los conflictos y la pasión, que nuestro protagonista transita día a día, como se rebela y se confronta con el arte y en particular con la música. Sus descubrimientos lo atormentan y descubre los pedazos de la vida que vive, los retazos que ha vivido o cree haber vivido. Su existencia es un collage en el que se amalgaman Bach, Duke Ellington, Troilo, Piazolla, Edith Piaff, Gardel. Mozart, Beethoven, los campos de concentración de los nazis, centros de detención declarados y clandestinos, invasores e invadidos, víctimas y victimarios. Repeticiones se suman, una y otra vez en cada nota suspendida en el tiempo pentagramado de su conciencia. Rubén Pires (Director)
A propósito de El último bandoneonista
El teatro es un laberinto. Qué decir del bandoneón. Uno y otro ofrecen gentiles puertas de entrada que habilitan un viaje de ida cuyo destino es tan incierto como maravilloso. Los artistas gustamos de zambullirnos con fruición en túneles con salidas azarosas. Lo desconocido e inesperado son algunas de las inestables piedras basales sobre las que se construye el milagro de la creación. La extraña combinación que nos convoca en esta oportunidad (Teatro y Bandoneón) nos detonó esquirlas de signos que todavía estamos desentrañando montados en el carrito de un tren fantasma que genera combustión y movimiento con la respiración de un instrumento nacido en Alemania hace casi 200 años. Si el teatro y la música son prodigiosos, la vida que los contiene, suponemos, debe estar modelada a imagen y semejanza. Luis Longhi (Autor -Actor)
El último bandoneonista no mata al tango ni oculta su universo. La obra destella desde su texto hasta su puesta en escena una renovada caricia de nuestra cultura musical. Hay que matar al padre dirá Edipo. Hay que abrir nuevos senderos para todos los que vienen detrás, pero también para nosotros, para ver mejor, para alcanzar la vida, para crear nuestros tangos. El tango no es sin el alma ni la música es sin el cuerpo ni el cuerpo es sin el mundo. Por eso El último bandoneonista debela el universo profundo del tango y lo da a ver desde las venas. Una estética que regala esa rajadura, esa obertura que el arte debe provocar, si lo que busca es dar a ver el corazón de las cosas, es una estética que ilumina. Y la única tarea del arte es la iluminación. Gabriela Oyola (asistente de dirección)

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