SOBREPESO, sin importancia: AMORFO. Una última cena europea

Todo pasa en todas partes, y un bar libera al mundo de la falsa soledad de sus partes componentes. Siempre es gratificante saber que el humor no conoce fronteras. Hay aires que huelen diferente al aire que uno respira. Está el aire de las pirámides y el hielo eterno que respira con la boca cerrada. Hay humanos que actúan como si fueran humanos, aunque difícilmente tengan aspecto de humanos. Y todos necesitan un aire para respirar y transpiran vapores corporales. Un cuerpo habla suavemente porque es EL cuerpo. Todos los cuerpos hablan sin usar la boca y encuentran por sí mismos el camino a casa. Y casa es donde todo está muerto sin saber que está muerto.

Los clientes regulares de un bar se encuentran filosofando sobre la felicidad, la razón humana y el pan, que, junto con las salchichas, son sagrados. La noche habitual del grupo se ve perturbada por la visita de una pareja de extraños. Incitada por su desvergonzada autosatisfacción, crecen entre los locales la lujuria y la violencia: la “Bella Pareja” trastorna el orden hasta desatar una orgía caníbal.

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Werner Schwab (1958-1994, Austria) tuvo una de las carreras más breves, espectaculares y controversiales del teatro de lengua alemana: a los treinta y cinco años murió en la víspera de año nuevo por intoxicación alcohólica, habiendo escrito en los cuatro años anteriores -desde que en 1990 despuntó su carrera autoral con la presentación en Viena de su obra “Las Presidentas”- un total de 16 obras de teatro. Apenas 8 de las obras llegaron a representarse en vida de su autor, siendo SOBREPESO, sin importancia: AMORFO. Una última cena europea la que le valió la invitación a los Mülheimer Theatertage, el festival de teatro más reconocido de Alemania.

Schwab fue foco de interés tanto para el mundo académico como para la prensa, la cual se divirtió con sus escándalos y celebró su imagen de enfant terrible y su proyecto autoplástico de estrella pop. En sus obras el espectador es invitado a un universo extremo e irreal, y sin embargo totalmente reconocible. Iluminando aspectos performativos de identidades y convenciones culturales, Schwab inventó un lenguaje propio -el “Schwabisch”- y lo encarnó en figuras cuyos cuerpos son poseídos por la palabra, hinchados por un lenguaje que secretan como fluidos corporales, en un estado en el que la implosión es inminente.

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