Sin testamento

Un hombre brutal, solitario, con sus pollos, sus duraznos y sus temores, en cada pulsación repasa su existencia como un estigma, escupiendo broncas y humillaciones, blasfemando a un posible Dios por las marcas indelebles de su vida, entre ellas: la de respirar arraigado a su mayor deseo, el de desprenderse de la sombra de su hermano siamés, muerto al nacer, pero que todavía persiste ahí para fastidiarlo, para expulsarlo al ostracismo.

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