El bosque de lo real perdido

En una carrera desesperada, un grupo de jóvenes llega al espacio de la escena; parecen estar huyendo de algo que representa para ellos una amenaza grave. Decidieron escapar. Se volvieron fugitivos. El fugitivo es el que se da a la fuga; el que, por razones voluntarias o involuntarias, sabe que lo mejor es huir. Los que aquí huyen son, vagamente, personajes urbanos. Se percibe todavía en sus ropas la traza de una vestimenta social. Pero han huido. Y han huido hacia el bosque; un sitio que, a lo largo de la historia, ha dado refugio a muchos de los que desearon o no tuvieron otro remedio que huir: ladrones de poca monta, campesinos en rebeldía, peregrinos y trashumantes que rechazaron nacer, vivir y morir en la misma aldea de la misma comarca; indios desplazados y perseguidos, pordioseros, mendicantes, ascetas, ermitaños. Para nuestros jóvenes, escapar ha sido una decisión irrevocable. Tal vez sea una acción desesperada pero tiene un propósito claro. Ellos lo enuncian así: encontrar lo real. Atiborrados y, tal vez, hartos de una realidad que los oprime, decidieron huir en busca de un real. Y así, llegan al bosque; ese bosque que es muchos bosques, quizás todos los bosques y al mismo tiempo uno: el bosque de lo real perdido.

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