Presos en la deriva

La deriva es uno de los nombres que asume, para nosotros, el proceso de creación de un espectáculo: entrar en la deriva significa iniciar una marcha que nos conduce a una meta desconocida y a la que no sabemos incluso si, en verdad, llegaremos. Ni autor, ni texto, ni tema, ni personajes, ni fábula o historia para contar. La deriva es esa especie de llanura desierta por la que vamos de camino pero en la que indefectiblemente nos sentimos cautivos. Siempre ocurre del mismo modo pero, esta vez, sin que sepamos cómo ni por qué, ese proceso subterráneo y oculto a la mirada de los espectadores, pareció querer emerger y hacerse visible, convertido en la cifra o el núcleo, de un relato que el espectáculo trajo a la superficie:

Entra a escena un grupo de prisioneros, van en fila, con la cabeza gacha y a paso de marcha. Se escuchan órdenes en un idioma reconocible. Se detienen. La pequeña puerta lateral por la que han ingresado se cierra pesadamente. Pronto sabremos que el cautiverio al que han entrado es un ámbito subterráneo y que allí han sido condenados a trabajos forzados. Como todos los reclusos, estos también intentarán la fuga que poco a poco se irá volviendo un viaje; un viaje a través de la ficción y de la historia, a través del encierro y el ansia de libertad, a través del sueño y la esperanza.

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