Tres historias del mar

¿Acaso el designio más importante de la mujer es ser madre? ¿Por qué una mujer debe sacrificar su necesidad de amor, su proyecto de vida o sus ilusiones por sus hijos? ¿Por qué cuando un hombre lo hace se le puede justificar pero cuando se trata de una mujer, es irremediablemente condenada por la sociedad? Y, al otro extremo, ¿Es necesario negar la femineidad y el impulso maternal para forjar la imagen de una nueva mujer, independiente y competitiva? Estas fueron las preguntas que me hice al empezar a escribir Tres historias del mar, preguntas que como yo no sabía responder convoqué a tres personajes que rondaban por mi cabeza, tres mujeres extremas y complementarias a la vez, las convertí en hermanas y las reuní durante toda una noche para que trataran de resolver juntas la gran pregunta de su vida: ¿por qué nos abandonó nuestra madre?
Como suele ocurrir con las grandes preguntas que tambalean nuestras vidas, la respuesta es inasible, escurridiza, incomprensible. Pero lo que importa es plantear la pregunta. Con frecuencia pensamos que la mejor manera de superar un trauma es arrojarlo al tacho del olvido, hacer como que nunca pasó; pero la memoria es obstinada y por más que nos empeñemos, los recuerdos que marcaron nuestra historia aparecen de vez en cuando, como una voz de alerta, como un fantasma desatinado. Una vez que me sumergí en esta historia, las tres hermanas me fueron sugiriendo que la única salida ante lo inexplicable es aprender a vivir con la violencia de nuestros recuerdos, aprender a domarlos y conversar con ellos, tratar de conocer sus causas y su sin sentido, por más doloroso que sea el proceso. El odio es un pantano que nos impide caminar y nos va hundiendo en el lodo sin darnos cuenta. Aprender a perdonar, aceptar el dolor y dejarlo sanar en los brazos de un desconocido. Sólo eso nos puede salvar de la locura. Mariana de Althaus.
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