Tito Andrónico

Tito Andrónico (1593-4) fue escrita por William Shakespeare a comienzos de su carrera y fue un gran éxito en esa primera etapa como dramaturgo.
La obra reinventa las tragedias sangrientas, muy populares en esa época, escenificando un torbellino de mutilaciones, violaciones y asesinatos donde, paradójicamente, despliega un humor macabro que no repetirá en sus otros trabajos.
La trama comienza con el regreso del general Tito, tras su victoriosa campaña contra los enemigos de su patria, trayendo como prisioneros de guerra a la reina Tamora y sus tres hijos. Cuando Tito sacrifica al hijo mayor de Tamora para apaciguar a los fantasmas de sus hijos muertos en combate, seguida de su decisión de no aceptar el título de emperador, pone en marcha un ciclo implacable de venganzas tan horribles como grotescas.
La adaptación y puesta en escena de Martín Barreiro presentan al general Tito fragmentado en el tiempo: relatando su tragedia ya consumada y viviéndola con los otros personajes. El presente y el pasado se funden; y quien los amalgama es la venganza, que anula toda posibilidad de piedad y esperanza, creando en su centro una nueva identidad: lo oscuro, que se alimenta con los horrores de un mundo que se canibaliza a sí mismo. La sangre derramada, que pide más sangre, abre el camino a lo inhumano, remarcando la idea shakesperiana sobre la que se construye Tito Andrónico: la futilidad de la violencia.
Ponemos en escena Tito Andrónico porque es una obra inquietante, única en la dramaturgia del autor, de donde emerge su poesía potente que vulnera nuestro corazón, mostrándonos lo frágil de la condición humana; pero también, porque de ella aflora su humor negro, tan proclive a subvertir los cánones establecidos. Será por eso que Tito Andrónico es su obra más polémica, controvertida y subestimada. O, quizás, porque hay en ella una clara tendencia a revelar el sentido real de toda violencia: desfigurar de tal modo que las consecuencias sean irreversibles.

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