Tiempos de paz

Cuando viajás a un lugar que nunca viste antes te parece que vas al paraíso... pero no. Caminás... pensás... mirás... parás y te preguntás: ¿Este no es el paraíso? No... no... para nada... Este no es el paraíso. El 30 de abril de 1945 señala, simbólicamente al menos, el fin de un período nefasto con la muerte de Adolph Hitler.

Ese día llega a la Argentina uno de aquellos tantos europeos que salvo su propia vida lo perdieron todo: el Polaco, sin nombre, Clausewitz (porque ni el nombre le ha quedado) busca en nuestro promisorio granero del mundo el mensaje legado por su adorado maestro de la infancia; en los confines del mapa hay un territorio que brilla como la plata, como el argentum, Argentina es el paraíso, un lugar donde se habla un idioma dulce... casi sin consonantes... Sólo amorosas vocales como dichas por un bebé al que aún no le han salido dientes.

Recién llegado del barco y en su primerísimo e íntimo encuentro con el oficial aduanero de turno, un tal Segismundo, irá develándose, que lejos de lo señalado por su profesor, el paraíso no existe, y ni que hablar en nuestra querida Argentina.

Cada vez que estamos por entrar a escena los actores sentimos el inmenso vértigo de saber las limitaciones de la ficción ante una realidad siempre superadora.

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