Antártida Roja

Una mujer desfigurada da pasos errantes sobre un desierto de nieve. No comprende bien en que se distingue la huella nueva de la anterior. Su cuerpo dejó de sufrir sus dramas íntimos y personales para caer rendido bajo el peso de la farsa nacional. Una mujer que busca enterrar a sus hermanos en algún rincón de la tierra. Celebrar su muerte, darles una despedida digna. Sepultar las heridas con cicatrices de hielo.

Nuestro pueblo muchas veces ha decidido olvidar para poder seguir adelante. Pero, como el ángel de la historia benjimaniano, el retorno de lo reprimido sucede con una potencia aún mayor que la que tienen las sábanas que lo quisieron tapar.

¿Qué haremos con nuestra tierra harta de ocultar su memoria dilapidada de expropiaciones grotescas atrás de máscaras de discursos? ¿Cuáles son las alternativas restantes? ¿Seguir tejiendo soliloquios desde la nada que no permitan ver las diferencias que se gestan en el seno de nuestra nación? Lo que si estamos seguros es que la tierra es testigo rencorosa de los desarraigos de nuestro continente.

La tierra acumula sinrazones, hasta que un día estalle en un grito libertario que nos hundirá a todos.

La obra “Antártida Roja (o lo que posiblemente podamos hacer con nuestra tierra)” nos presenta a Marilyn, una mujer que decide abandonar a su padre en el campo para ir a entrenarse a la Antártida, con la ilusión de reencontrarse con sus hermanos en la trinchera de la Guerra de Malvinas. Allí se encontrará con el científico Fertrucchi, el cual la utilizará para construir con su materia prima humana a la mujer del futuro nacional.

La mujer de la post-guerra.

Una mujer que sepa callar en los momentos más dramáticos, y aplaudir en los momentos más cínicos.

Una mujer que no cuestione.

Que simplemente reproduzca discursos ajenos.

Que sepa enterrar sus lágrimas bajo alfombras de palabras.

Como nuestra tierra.

Que llora en silencio la soledad de sus raíces cansadas.

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