Julio César

Julio César de William Shakespeare nos presenta un momento de la historia convulsionado por el panorama político, donde las pasiones humanas que se mueven alrededor del poder no dudan en agitar el tejido de una sociedad vulnerable. Pero en un nivel más profundo construye una sucesión de presagios y sueños que el autor atrapa en palabras y que son desencadenantes de la acción. De allí que una de las grandes fortalezas de la obra sea su lenguaje altamente estructurado, más eso no hace que se sienta fría o racional, porque la obra es todo lo opuesto. Está fuera de control y sucede con mucha rapidez. En Julio César los protagonistas han perdido el sueño, y en su largo insomnio consuman los hechos. Casio busca encumbrar a Bruto como líder del complot para matar a César, pero Bruto ya ha considerado como único medio para salvar la República el asesinato de César. Brutalmente asesinado en mitad de la tragedia, Julio César se convierte en una presencia constante después de su muerte, permaneciendo en el centro de la lucha por el poder político como una sombra inquietante. Pero los fantasmas, aunque sean de grandes figuras, no pueden gobernar. De allí que el vacío creado por el magnicidio sólo comienza a llenarse cuando Bruto y Marco Antonio manipulan la imagen de César, intentando dar forma al futuro mediante el control del pasado. Pero Bruto está infectado de mal juicio, y es Antonio, lugarteniente del gran Julio, quien toma ventaja de la oportunidad política que la muerte de César presenta, provocando que ni Bruto ni Casio lleguen a ejercer el poder, ni a disfrutar de la "libertad" que proclaman después del crimen.. De hecho, sus declives comienzan en ese momento, ya que sus vidas se rompen en pedazos con la misma ferocidad con la que cegaron la vida de César. Al final de la obra, Roma se erige como la gran víctima de esta historia. La adaptación y puesta en escena de Martín Barreiro remarcan la atmósfera vertiginosa e irreal de la obra, libera los textos de los datos históricos y los sitúa en un ambiente indefinido, dominado por el tango y su universo. La construcción de movimientos basados en la danza/símbolo de nuestro país, sumerge a los textos en una coyuntura cercana a nuestra historia. El tango, bailado en la puesta sólo entre hombres, es manipulado como símbolo del poder y la sumisión, atravesando la puesta y a los cuatro personajes que sobreviven en esta adaptación: César, Bruto, Casio y Marco Antonio. Los otros, los que son sacrificados, renacen en la figura de un personaje que la adaptación crea, ya que no existe en la obra original; y que, sin embargo, está presente en ella todo el tiempo: Roma. Ponemos en escena Julio César porque los hechos que plantea se sienten hoy tan actuales como lo fueron en tiempos de César y de Shakespeare. Pero, también, porque nos revela de manera feroz el mal cíclico que asola a la humanidad: la consolidación del poder político mediante la manipulación de la historia.


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