El apoteótico final organizado

Todos soñamos con llegar a hacer algo, a ser alguien. Algunos pretenden cosas simples; otros, bien complejas. Pero todos, absolutamente todos, soñamos y deseamos quedar en la memoria de los vivos, trascender más allá de la muerte, figurar si se puede en una nota al pie de la página, en un manual de quién sabe qué cosa. Pero figurar, por favor. Deseamos tanto conocer el destino de nuestra vida que olvidamos vivirla. Olvidamos la risa, el juego, la ilusión, los sueños, el amor. Por eso es aquí, en la ficción, donde personas y personajes adquieren las facultades y el permiso de improvisar esta historia que habla de la repetición de suspiros de hartazgo, pero que licencia el poder para manejar las peripecias posibles en un espacio que fue y será siempre libre desde que somos pequeños: la ilusión. Pasa el tiempo y llueven las preguntas; pasa el tiempo y nadie nos avisa. Aparecen las frustaciones del descuido, del no estar atentos, y el ver como rápidamente pasan los trenes a los que no nos subimos cuando era el momento de hacerlo. Deseamos tanto conocer el final, nuestro destino, que nos olvidamos de la vida , de la risa, del amor, y nos convertimos en personas tristes despojadas de ficción, despojadas de juego.
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