Otelo

Otelo es la lucha constante de la noche con el día. La eterna e insondable interacción humana reducida a su expresión mínima: amor-odio. Las eternas palaras de un autor tan profundo como dramático, tan esencial como enigmático. Pero también, es un notable ejercicio de la seducción. Shakespeare le otorga al héroe un lugar de privilegio en un mundo intolerante para un extranjero: ser general de ejércitos en guerra. También lo dota de la seducción necesaria ante la cual sucumben las mayorías, incluso Desdémona, vista como "la perfección" de ese mundo. Eso lo conduce inexorablemente al borde del precipicio. Entonces inventa a Yago, un seductor aun mayor, maléfico maestro de ceremonia con la habilidad necesaria para empujarlo al abismo, doblegando voluntades y provocando la devastación. Nadie como él sabe inocular odio y alimentar lo monstruoso que se adueña de la trama cuando la tragedia sobreviene. La adaptación y puesta en escena de Martín Barreiro está basada en el movimiento coreográfico, el canto y el desdoblamiento de Yago con una sorprendente invasión a la audiencia, acrecentando su malicia y convirtiendo al espectador en testigo y cómplice necesario de la ruina del héroe. Ponemos en escena Otelo porque su trama es tan vigente como lo fue en su estreno, en 1604. Su protagonista ha superado en nuestro tiempo su condición de minoría. Hoy el desamor, el odio y el crimen atraviesan nuestros sentidos y nos convierten también en cómplices y testigos de una época donde el horror forma parte de lo cotidiano. Una vez más Shakespeare nos hace reflexionar sobre lo monstruoso, eso que aparece en los momentos más oscuros de la vida.

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