Rápido nocturno

Mezcla de palabras viejas, personajes ya borrosos en la memoria infantil, mitos del paraíso perdido, y Enrique Rodríguez, (¡Ah, sí, la extraordinaria orquesta de todos los ritmos!). Rápido nocturno, aire de foxtrot, nace también de esta ordinaria alquimia. De qué frasco tomar los elementos, en qué mortero molerlos, y en qué retorta fundirlos, fue, como siempre, resultado del procedimiento creativo más fructuoso que conozco: el de restringir, el de acotar, el de recortar un mundo mínimo, y trabajar luego lo más libremente posible entre los límites apretados de sus fronteras. Siempre he pensado en el teatro como un bonsai de novela. En un mundo de rumbosidad macro, en el que un hombre dispone en un día de más información que la que un habitante de la edad media dispondría en toda su vida, en un mundo al que los medios escanean en minutos mostrándolo en su inmensidad boba, donde lo gigantesco ya no es monstruoso porque cabe en cualquier pantalla, quizá la única desmesura posible se encuentre poniendo la lente contra la miniatura. El animal más terrible que vi alguna vez me lo mostró mi hijo en su propia mano: un piojo tras dos lupas en foco. En todo caso, no he intentado otra cosa en esta pieza que acercar una lupa a tres vidas infinitamente mínimas. Ninguna originalidad que no haya transitado ya el arte minimalista, la literatura de Kafka, o el teatro de Chejov: “Lo menos es más”
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