El diablo en el conventillo

En 1915 Carlos Pacheco escribió “El diablo en el conventillo” mostrando la sociedad argentina frente a los cambios profundos que la pujanza económica de principios de siglo traía consigo. Pacheco escribe un sainete tragicómico como mensaje reflexivo y moralizador mezclando inmigrantes recién llegados con no más riqueza que sus brazos dispuestos al trabajo, provincianos que buscaban en la gran ciudad una forma de acercamiento al progreso, criollos sin otro remedio que aceptar la convivencia con los nuevos partícipes sociales. Todos ellos impulsarán dos años después la llegada a Hipólito Yrigoyen a la Presidencia de la Nación. La obra tiene otros ingredientes propios de la época. La superstición por ejemplo. No sin ironía Pacheco escribe “El diablo...” en el mismo año en que tras ganar las elecciones en Catamarca, el conservador Guillermo Correa, quien debe asumir el 13 de Diciembre no acepta hacerlo - porque es 13 -, y tampoco quiere ocupar el cargo el día siguiente - porque es martes -: finalmente aceptará hacerlo un día menos “jeta” lo hará el viernes 15 de 1915. El lujo y la superficialidad de la clase acomodada deja ver la opulencia de aquella época de fiesta. En 1915 se abría James Smart la tradicional sastrería fina que todavía existe en la calle Sarmiento en plena City porteña. Pero que podemos recatar hoy, casi 90 años después, de esta obra clásica del teatro argentino ? Tal vez valga la pena repensar algunos argumentos actuales que justifican en la pobreza y en la insuficiente educación formal esta sociedad nuestra desbordada de delito, promiscuidad, violencia y desaparición absoluta de límites. Aquellos hombres del conventillo eran pobres y analfabetos pero tenían valores. El respeto a la palabra de nuestros mayores (Doña Tránsito), la virtud del trabajo sobre el vicio (el gallego, el vasco y el andaluz en contraposición a Ceferino), la presencia y el ejemplo paterno (Don Mateo), la sumisión de los hijos a los mandatos familiares(Elisa y Don Manfedi ), la Policía como representación del orden y de servicio para su comunidad, el amor manifestado en protección y preocupación (Rafael), la participación para armonizar la convivencia (Don Angelo), la interelación con el vecino y el cuidado del bien común eran los cimientos donde se apoyaban esos valores que el tejido social ha ido perdiendo poco a poco. Acaso sea el precio, al decir de Mateo, de querer ser lo que no somos.
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