Villa Regina es una pequeña ciudad del sur. Entrar a su territorio es toparse, a la derecha, con las bardas (el borde de la meseta patagónica) y a la izquierda con el Alto Valle, que se abre por ocho kilómetros hasta el río Negro. Más allá, otras bardas y luego el desierto. Villa Regina es pura creación del hombre. Sus chacras con manzanas y peras son un producto de la cultura. Su plácido balneario, con bellas piedras pulidas que el río alisó, se ofrece como generoso refugio para sus habitantes. No es una gran urbe, ni un poderoso polo cultural. Quizás por ello sea difícil imaginar que allí, desde hace 19 años, más estrictamente desde el 12 de agosto de 1987, existe la cooperativa de trabajo artístico La Hormiga Circular. No es frecuente asociar la expresión cooperativa de trabajo al ámbito de lo artístico-institucional. Los grupos y elencos de teatro, en general se asocian cooperativamente para la realización de un espectáculo determinado, pero La Hormiga adoptó esa forma como una elección medular. El grupo quiere ser dueño de su empresa, aunque suene extraño usar esa palabra en el marco de lo artístico. Sus integrantes desean ser responsables y discutir cada una de las decisiones entre todos y como pares. La cooperativa es el modo que encuentran para que el proyecto los trascienda en el tiempo y para que su realización artística como seres humanos no esté escindida de lo que cada uno de ellos desea para su vida, del mundo con el que sueñan.
La historia de La Hormiga comienza en 1982, cuando el ya fallecido Norman Tornini, reconocido maestro de la zona y “prócer” de la educación por el arte, convoca a la población de Villa Regina a estudiar con Salvador Amore, que había viajado al Valle a dar unos cursos de teatro. Fue en esa oportunidad que la comunidad reginense asistió a la versión de Amore de Saverio el cruel, de Roberto Arlt. Treinta o cuarenta personas se juntaron a partir de ese primer envión. Agonizaba la dictadura y se respiraba una euforia de participación. Quedaron luego alrededor de veinte, que estudiaron durante un año con una actriz de Neuquén, Cecilia Arcucci, tras lo cual estrenaron su primer espectáculo. Eran el grupo Nuestramérica. De estos primeros integrantes había algunos ex mlitantes  y otros que no habían tenido participación política alguna. Había alfonsinistas, justicialistas y otros. Luego de ese primer espectáculo se independizaron de la Escuela Municipal de Arte, donde hasta entonces habían funcionado, y comenzaron a trabajar en un espacio situado arriba de una gomería, al que llamaron precisamente así, La gomería, y en el cual permanecieron un par de años.
Una vez consolidados como grupo, retomaron los encuentros provinciales de teatro que se habían dejado de hacer en la dictadura, de los cuales Villa Regina había sido sede provincial permanente. Se dieron cuenta de que había existido un movimiento muy fuerte del cual no había quedado nada. En el ’85 reflotaron también el Encuentro Rionegrino. Después de arduos debates, el nombre que quedó para la cooperativa de trabajo artístico fue La Hormiga Circular, el cual, al igual que Nuestramérica,  establecía una relación evidente con Daniel Viglietti. Ya en ese período comenzaba a asomar la preocupación por la persistencia en el tiempo. ¿Cómo hacer para que el grupo trascendiera a las personas?
Los integrantes más jóvenes, los que ingresaron en los ’90, hicieron propia la idea del cooperativismo, que, a priori, uno podría pensar corresponde más a la generación de los fundadores. “Nuestra decisión de pertenecer a una cooperativa es una suerte de aborto de la naturaleza. En lo que es el valle, la provincia, la Asociación Rionegrina de Teatro, es muy difícil encontrar pares de mi generación  e incluso de otras, que acepten sentarse en una mesa y discutir acerca de lo que nos está pasando y cómo mejorarlo. Hay una resistencia muy grande a ello y en los grupos una práctica muy distinta”, decía hace algunos años Carlos, “El Garza”, Bima, quien a los 28 ocupaba ni más ni menos que el cargo de presidente de la Cooperativa.
Él y otros  jóvenes ingresaron alrededor de 1993 y son algunos de los que formaron el segundo de los grupos que integran La Hormiga. Se llaman Los Nosotros y, teniendo en cuenta la  historia de La Hormiga, no sorprende que su nombre lleve implícito el número plural.
Precisamente “El Garza” participó este años junto a Lili Pérez y Marisa Trinca, actrices e integrantes del grupo Metástasis,  de la Mostra Latinoamericana de Teatro de Grupos, que se hizo en San Pablo, Brasil, con Nuestro pacto, un espectáculo que él dirigió, sobre textos de Victoria Gollán, Marisa Oroño y Daniel Vitale, una obra que habla de las relaciones humanas que no se expresan habitualmente, los deseos más íntimos y más ocultos, aquello que el ser humano intenta esconder durante toda su existencia y todo lo que sucede a partir de eso. La propuesta formal de Nuestro pacto  fusiona elementos del realismo, del expresionismo y el  cómic. En esta nota, Bima habla acerca del origen y las características de este proyecto y de su experiencia enriquecedora en el vecino país. Quizás la siguiente sea una verdad de Perogrullo, pero bien vale recordarla para los que vivimos en Buenos Aires: “Existe un país muy vasto y creativo más allá de los límites de la General Paz”.

-¿Cómo fue que eligieron Nuestro pacto?

- El primer encuentro con la obra fue en nuestra sala, en una función que participó del Circuito Nacional de Teatro, allá por el ’95. En ese momento me gustó mucho, y quedó en mí latente. Mucho tiempo después, en  2003, en ocasión de estar coordinando un taller de teatro para adultos (dictado en conjunto con Magui Reyes, compañera de La Hormiga Circular) en el que participaban las actrices de Nuestro Pacto (Lili y Marisa) cuando buscábamos materiales para elaborar una puesta en escena que fuera el pasaporte para comenzar a producir teatro mas allá del marco de las muestras de taller compartidas, vino a mi memoria Nuestro pacto:  dos mujeres, una historia cotidiana, la relación retorcida de los personajes, la propuesta expresionista que me atraía, así como la idea de fusionarla con el lenguaje del cómic.  La idea tuvo eco en mi compañera de taller y en las actrices. El tema era conseguir el guión. Nos conectamos con los autores (amigos de La Hormiga por cierto), quienes acordaron en compartir el texto, aunque, al haber pasado tanto tiempo, tenían que rescatarlo del pasado (algo anecdótico es que el original está escrito a máquina). Más de un año después, luego de haber realizado otros proyectos, llegó por correo Nuestro pacto, y con él nuestras ganas renovadas de poner manos a la obra.  

-¿Qué relación hay para vos entre esos textos y la estética elegida, que denominás grotesco, el cómic, el expresionismo?

- Los autores la proponen como un “drama expresionista en un acto”. De todas maneras, el texto no es literalmente expresionista, es decir, no lo es en la letra, (sus diálogos son, en general, más cercanos al naturalismo, son, más bien, cotidianos), pero sí lo es el texto de acciones, que aporta un lenguaje exacerbado y extracotidiano.  Fue a partir de ahí que se me ocurrió la idea de abordar el cómic,  lenguaje que me inquietó y sedujo para trabajar esta obra, que implicó tomar la lupa y experimentar, para así ir definiendo que éste sería el lenguaje integrador, desde cada acción particular a la imagen total de la obra. Esto me llevó a que el trabajo de puesta en escena fuera minucioso, cuadro por cuadro, a darle un tratamiento especial a la imagen, para ir conjugando la plástica de la escenografía, utilería, la iluminación, el sonido, para que, junto con los personajes, desplegaran esa gran máscara, transitando por las escenas. El trabajo con las actrices fue muy rico. ¿Cómo hacer para construir estos personajes, y lograr organicidad para estos textos cotidianos dentro de situaciones extracotidianas y  representarlos desde el cómic? Lo primero fue partir hacia el pasado, reconstruir la historia. Trabajamos mucho con la niñez de los personajes. Todo esto fue abordado con disparadores y pautas dadas para recrear improvisando, para así vivenciar distintos momentos, para hallar las claves de  esa mutación en estos personajes. Así buceamos hasta encontrar dónde nacía ese  pacto, “nuestro pacto”, y el resultado fue muy enriquecedor y motivador para el proceso posterior, donde abordamos las escenas propuestas por el texto. La consigna general fue que la máscara sería el resultado de un proceso que iría de lo real y cotidiano a lo caricaturesco y exacerbado. Un ejemplo de eso fue el del maquillaje, que funciona como un barniz de esos rostros ya enmascarados por la composición gestual de las actrices.

-¿Por qué hablan de historieta y realismo? Teóricamente el realismo crea ilusión de realidad y, en cambio, en la historieta  amplifica deliberadamente la realidad.

-Exacto. ¡Esa es la esencia de la obra! Porque hay una contradicción entre lo cotidiano que da ilusión de realidad, que aquí viene a través del texto, en sus diálogos y situaciones, y el hecho de que éstos sean encarnados por  personajes que parecen salidos de un cómic, que tienen un código propio de su cotidianeidad, de cómo viven y conviven a diario a partir de lo “pactado”. Ese choque genera un cuadro totalmente extracotidiano.

-¿Qué quiere decir "sobrevivir a lo cotidiano con resignada valentía", frase que aparece en tus apuntes de dirección?

-He aquí otra contradicción que hace al corazón de la obra. Tiene que ver con cómo se vive muchas veces a diario: cada día un día más, rutinariamente igual. Pero en el fondo se sobrevive malgastando el tiempo, erosionando lo que nos queda de vida, destiñendo ilusiones, atrofiando huesos y neuronas,    coleccionando cayos en la memoria. Parece que no pasa nada, que no hay cambios, pero sí los hay. Nos vamos consumiendo, nos oscurecemos, nos encerramos y  así, en espiral, transitamos la vida, con anteojeras, sin arriesgar, sin salir,  romper el molde, sin libertad, “sobreviviendo a lo cotidiano con resignada valentía”.

-¿Cómo nació la experiencia de ir a San Pablo, Brasil, a la Mostra Latinoamericana de Teatro de Grupos y que es lo que creés que causó impacto allá?

-. A principios  de año nos llegó la invitación para participar de la muestra con La Hormiga, como grupo. Uno de los organizadores nos había conocido el año pasado en el Festival del Mercosur, en Córdoba y le había resultado muy interesante nuestra historia grupal. Nos dieron libertad para elegir qué espectáculo llevar. Entonces se hizo una selección interna en la cooperativa, fruto de la cual quedó Nuestro Pacto.
La obra pegó muy bien. En todo sentido y en todos los públicos: los teatreros locales y de otros países, la crítica y el público de la muestra. Fue muy gratificante. Pocas veces se logra eso, y que Nuestro pacto haya podido llegar así a todos, fue muy potente y pleno para nosotros. Las devoluciones fueron aportes que elogiaban lo estético y formal, así como lo contundente de la obra. Gustó la combinación de expresionismo, como “vieja” estética, con el cómic, así como el logrado tratamiento de los personajes por el  desempeño de las actrices. Gustaron  los climas generados,  sobre todo porque fue especial la función allá, ya que nos tocó una sala impresionantemente grande, nada menos que el Memorial de América Latina, un multiespacio emblemático, obra monumental del arquitecto Oscar Niemeyer (parte del proyecto Brasilia). Mucho más por suceder esto en el marco de un encuentro latinoamericano. Y nosotros, que por primera vez montábamos la obra fuera de nuestra sala, pasamos de un lugar casi intimista a este espacio brasileño de escala. Adaptar el espectáculo para lograr el mismo clima allá, fue difícil. La prueba se dio con la respuesta de la platea al paso de cada escena, y fue contundente tras el apagón final, con un abrazo de aplausos de pie que nos acarició tanto el alma, que la emoción perdura en la piel hasta estos días.