El furor por Arthur Miller se mantiene en la cartelera porteña desde hace más de medio siglo. ¿Será que Miller también es argentino? 

Junto con Anton Chejov y Bertolt Brecht, Arthur Miller es el dramaturgo extranjero que más se representa, en forma sostenida, en Buenos Aires. Como sucede con casi todos los foráneos, los derechos son carísimos, imposibles para cualquier proyecto del circuito off. Por ese motivo suele estrenarse en los teatro oficiales y comerciales, relegando para el off las "versiones", "inspirados en", "homenajes" y demás formas de disimular la procedencia.
Lo cierto es que, pese a las dificultades, el teatro no se resigna a perder el placer de hacer un Miller.

Este estadounidense nacido en Nueva York, criado en Brooklyn y muerto en Connecticut en 2005, se inició como periodista y guionista de radio. Después de haber sufrido en carne propia los efectos de la caída de Wall Street (no la de 2008, sino la de 1929), estrena en 1944, cuando tenía 28 primaveras, su primera obra en Broadway: la comedia Un hombre con mucha suerte, que tuvo poca suerte (al cuarto día la bajaron de cartel).
Un tanto turbado por la cuestión, tarda tres años en volver a las tablas; pero cuando lo hace es con gloria. En 1947 estrena Todos eran mis hijos, que permaneció en cartelera durante casi un año y se constituyó como el primer paso para su consagración, que será definitiva en 1949 con La muerte de un viajante.

El teatro argentino, siempre tan pendiente de lo que pasa en otras latitudes, inmediatamente y por el lado menos pensado, introdujo estos exitazos. El mismo año del estreno de Todos eran mis hijos, un grupo ácrata incluyó esta obra dentro de su repertorio. Créalo o no, el Círculo Anarquista 1ro de Mayo de la ciudad de Bahía Blanca tuvo a su cargo el estreno nacional, a cargo del cuadro filodramático de la institución.

Así como la década del ‘50 fue nefasta para los estadounidenses -cortesía del senador Joseph Raymond McCarthy y su Comisión de Actividades Antiamericanas, que tuvo en vilo a Miller y lo inspiró para escribir Las brujas de Salem (1953)- fue también una época muy fructífera para la expansión de míster Arthur en el país. En el año cero de la década, el gran Narciso Ibáñez Menta se pone en la piel de Willy Loman para el estreno en versión española de La muerte de un viajante. Aclaramos lo de "versión española" porque la obra ya se había estrenado en ídish en 1949, bajo la dirección de Joseph Buloff, en el Teatro Soleil. Con la fuerza del teatro judío y del teatro independiente, Miller se garantizó no sólo un buen comienzo, sino, sobre todo, una sostenida pervivencia. Esta década de oro, que empezó mejor de lo que terminó (con casamiento y divorcio de Marilyn Monroe incluidos), fue determinante para toda su carrera posterior. Lo que más conocemos de Miller se gestó aquí.

Sin muchas opiniones en contra, podemos afirmar que el elemento fundamental de toda su obra es la crítica social, que ésta denuncia los valores conservadores que comenzaban a asentarse en Estados Unidos después de la II Guerra Mundial. Es así como denuncia especialmente el carácter ilusorio del sueño americano y su mito exitista, pero sin proponer una alternativa concreta. En plena Guerra Fría es el capitalismo criticando al capitalismo (algo que los de derecha nunca le perdonaron... Y los de izquierda tampoco).
Sus dramas cuestionan en igual medida las determinaciones sociales y las responsabilidades individuales; estas últimas no siempre comprendidas como tales por parte del público, que veía a los protagonistas como "pobre tipos que hacen todo lo que pueden e igual les va mal".
Si Miller se ubica a sí mismo como un observador de la sociedad y un orientador ético, es porque confía no solamente en que se puede modificar al mundo modificando a los espectadores, sino principalmente porque confía en la capacidad del hombre de construir sentido; por más que no sea una verdad general y eterna sino subjetiva y mutable, el acto de fe consiste en pelear por ella, en defender la razón del sujeto; metafóricamente hablando, en hacer entrar a Godot.
La relación entre capitalismo y depresión, que determina inevitablemente que el héroe termine loco o muerto, es modificable. Pero para ello hay que ponerle el punto sobre las íes al american way of life.

El trabajo de Miller en los dramas de tesis puede pensarse como una continuación de la poética del noruego Henrik Ibsen, incorporando ahora recursos narrativos del cine (recordemos que también escribió guiones para Hollywood) y del expresionismo teatral (herencia directa de Eugene O´Neill). Pero todo esto que dijimos, ¿basta para explicar su éxito en Argentina? Digamos que no, sólo como excusa para seguir analizando y arriesgando un par de ideas.

Si damos un salto hacia la abstracción y nos vamos al esqueleto de las obras, dejando de lado los argumentos, las historias específicas de cada una de ellas, nos encontramos casi siempre con el siguiente desarrollo: hay un protagonista que lo que más desea en el mundo en que lo quieran y respeten, es decir, quiere un reconocimiento social. No importa si ese reconocimiento se consigue a través del dinero, la casa propia, los juegos de cartas, los hijos, la ejecución de instrumentos musicales o cualquier otro medio. Los valores que se le imponen al héroe son esencialmente valores sociales. Sin embargo, nuestro protagonista se encuentra con dos obstáculos fundamentales para conseguir lo que desea: la propia sociedad, que continuamente se lo impide, y él mismo, que no para de boicotearse. Pasemos en limpio: un sujeto cuyo principal objetivo es alcanzar un valor social y cuyos principales obstáculo son él mismo y la sociedad. Suena a Carlos Gorostiza, suena a Roberto "Tito" Cossa, suena a esa gran poética del fracaso que tiñe la dramaturgia del teatro independiente argentino. Pero suena también a Armando Discépolo pues, si uno lo plantea seriamente ¿quién es el principal opositor de Stéfano, sino Stéfano mismo?

Tal vez sea por eso que Miller está siempre tan presente en la cartelera porteña: no sólo por su trabajo con el realismo y con dramas sociales de tesis (siempre bienvenidos por el público local), sino principalmente por sus personajes fracasados que, simultáneamente, cargan con una gran responsabilidad individual y una sociedad que los deja absolutamente desamparados.
Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.

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