“El que no dice su verdad, el que no puede decirla, por mucho que hable, es mudo, y por mucho que se agite, está muerto. Son infinitos los mudos que no hacen más que hablar, hablar, hablar para decir la verdad ajena” (Henrik Ibsen).

Hace poco comentábamos en una nota que éste es un año plagado de efemérides. También decíamos que, por suerte, este hecho servía para que aparecieran reflexiones, nuevas ediciones y traducciones, puestas en escena, relecturas y homenajes de los más variados. En este caso pasa todo esto y mucho más, ya que la embajada noruega auspició el año Ibsen 2006.

Henrik Ibsen nació en 1828 y murió en 1906. En ese lapso escribió una veintena de obras teatrales, poemas y ensayos, además de dirigir sus propias puestas. Consolidó las bases del drama moderno, que atravesaron al siglo y que hoy se ven diariamente no sólo en el teatro, sino, sobre todo, en el cine y la televisión. Pocas veces se ha vinculado su obra con el contexto histórico que le tocó en suerte, así que esta vez comenzaremos por ahí.

Noruega, tal como la conocemos ahora, es una patria casi tan joven como la nuestra. La zona estuvo dominada durante mucho tiempo por Dinamarca, hasta que a partir de la segunda década del XIX pasó a manos de Suecia. Recién en 1905 se acordó su independencia total. Como siempre sucede cuando alguien nace o renace, la primera preocupación es por la construcción de la identidad. Con la historia que acarreamos los argentinos, no hace falta dar ejemplos. Pero lo interesante es que lo mismo que sucede a nivel individual, pasa cuando hablamos de una sociedad. Noruega no fue una excepción: entre finales del XVIII y principios del XIX se editaron libros sobre folklore, mitos y leyendas nórdicas, se recopilaron antiguas baladas, se decidió que el noruego fuera un idioma y no un dialecto (recordemos que el idioma oficial de la región era el sueco), en fin: se intentó determinar la historia y la cultura nacional. Sólo para darnos una idea del movimiento de la época, basta decir que el noruego tuvo una reforma y que hoy hay en el país dos idiomas oficiales. No es de extrañar, entonces, enterarse de que Ibsen escribió en dinamarqués y noruego estando en su propia patria, incluso con una mezcla de ambos idiomas más el sueco, una lengua pan-escandinava, pero no como característica poética, sino como fruto del tiempo en el que vivió.

Podría decirse que la producción de Ibsen (como la de casi todos los grandes dramaturgos) consta de tres etapas: la primera, donde escribe desde la poética vigente; la segunda, donde el autor encuentra su propia voz y logra cambiar el paradigma; la tercera, donde rompe lo que constituyó en la etapa anterior y vuelve a experimentar en base a nuevos intertextos. En él podemos encontrar las tres fases. Durante la época de director del teatro de Bergen, sus obras se relacionan con la poética romántica y el interés folklórico. Empieza a ser conocido, aunque con muy escaso éxito. A partir de Brandt algunas cosas empiezan a cambiar: nace la figura del villano idealista, aquél que quiere hacer lo que considera moral y éticamente correcto, pero termina provocando una catástrofe. Esta figura va a encontrar su mayor exponente en Un enemigo del pueblo. Estamos aquí ante los “clásicos ibsenianos”: Una casa de muñecas, El pato salvaje, Las columnas de la sociedad, entre otros. En el siglo XIX, la novela era el lugar preferido de debate de la burguesía y es Ibsen quien introduce al teatro como foro de discusión social, consolidando, así, la estructura y la función del drama moderno. Y finalmente, a partir de Rosmerholm y Hedda Gabler entramos en una etapa de intertexto simbolista y expresionista. Su teatro estuvo, durante esta última etapa, asociado al movimiento de teatro independiente. El Théatre-Libre, fundado por André Antoine en 1887, lo introdujo dentro de este  movimiento, con Espectros, en 1890. El Théatre de l’Oeuvre estrenó por lo menos 8 obras en Francia. En Rusia se introdujo mal y tarde. Sólo a partir de 1898, con la creación del Teatro de Arte de Moscú y su investigación sobre nuevas formas de actuación, Ibsen empezó a aparecer. Varias de sus obras tuvieron versiones musicales, y hasta el mismo Ibsen intentó reiteradamente hacer versiones operísticas. En 1906, año de su muerte, Max Reinhardt puso Espectros, Edward Gordon Craig  Rosmersholm y Vsevolod Meyerhold Hedda Gabler, tres puestas anti naturalistas. Más tarde se realizaron varias versiones, tanto en cine como en forma de miniseries para T.V. Como vemos, el legado de este dramaturgo es largo y variado.

Actualmente hay en Buenos Aires una sola puesta sobre texto de Ibsen, Interrupciones a partir de Hedda Gabler  y su directora dice sobre ella que “pensando en procedimientos, mientras investigábamos, encontramos que Hedda Gabler es un texto más expresionista que otras obras anteriores de Ibsen. Entonces tomamos como punto de partida el expresionismo, su poética y la definición acerca de que la expresión es un movimiento que va del interior al exterior. Es el sujeto el que se imprime a sí mismo en el objeto (la realidad). Si bien el procedimiento de Interrupciones… podría confundirse con simbolismo, no lo es en cuanto no pretendemos hablar de una realidad mas allá de los límites de la experiencia humana, trascendente, que sólo puede verse en el símbolo”. La puesta de Paula Santamaría apunta no ya a contar una historia, sino a poner en escena vínculos y subjetividades. A partir de la fragmentación, de las duplicaciones de escenas, intercambio de personajes o mutación de objetos, la pieza cobra un carácter que roza lo onírico. Nos sumergimos en la mente de Hedda, donde pasado, presente y futuro transcurren simultáneamente.

Dentro de las preocupaciones teóricas que nos dejó Ibsen, el III Congreso Argentino de Historia del Teatro Universal que se realizó en agosto en el Centro Cultural Ricardo Rojas, analizó varios casos. Desde las diferentes poéticas que el autor trabaja, pasando por su proyección en la Argentina, hasta los problemas con las traducciones y ediciones de sus obras. Clelia Chamatrópulos, traductora de Ibsen para la colección Colihue Clásica, comentó en un plenario, que está sumergida en la titánica tarea de hacer las obras completas. Hasta ahora, lo único disponible en el país era el tomo de Editorial Aguilar. Pero se trata de un “inconseguible” carísimo, que tiene varios errores y omisiones de párrafos enteros. La traducción o revisión (depende el caso) de Chamatrópulos incorpora, por ejemplo, por primera vez en habla hispana, La palabra  “una”al título Casa de muñecas. El cambio propone, sin lugar a dudas, una relectura de la obra. Y es que, como ella dice, “más importante que leer y escribir, es saber escuchar a los personajes, y sobre todo al autor”. Hasta ahora lo que se consigue es: Una casa de muñecas, Un enemigo del pueblo, Hedda Gabbler, Peer Gynt y El pato salvaje. Pero además, Colihue editó un libro de ensayos, Henrik Ibsen y las estructuras del drama moderno, coordinado por Jorge Dubatti, donde se analizan las poéticas del autor, a partir del marco que dan las teorías del teatro comparado. (Ver Reseña)

Con respecto a las proyecciones en el país, el GETEA, Grupo de Estudios de Teatro Argentino, está preparando, con la coordinación de Osvaldo Pellettieri, un análisis que, esperemos, sea publicado rápidamente, sobre puestas en escena de Ibsen posteriores a 1950 y hasta la actualidad.

Además, el 15 de septiembre se estrena presentada por la Embajada de Noruega La mujer de las ratas, una versión libre de El niño eyolf dirigida por Jorge Diez en el teatro Tadrón. Mientras en el teatro San Martín se va a estrenar el 26 de septiembre Recital Ibsen, una versión de textos de Ibsen a cargo de Alejandro Tantanian y Nicolás Schuff. Recitan Alfredo Alcón y Elena Tasisto, bajo la dirección del mismo Tantanian.

Sólo faltaría, como cereza del postre, que el canal de cable Europa-Europa pasara las versiones que Igmar Bergman hizo de Una casa de muñecas y de Espectros, pero creemos que eso ya es mucho pedir.