Domingo, 04 de Enero de 2015
Jueves, 30 de Septiembre de 2004

Ars Higiénica

Por Karina Mauro | Espectáculo Ars Higiénica
Según el diccionario, la palabra higiene designa a la parte de la medicina que trata de la salud y de su conservación mediante procedimientos que evitan las enfermedades, considerando a éstas últimas como desviaciones de la salud normal. Procedimientos para evitar desviaciones, tal es la esencia de la correcta higiene. Utilizando como fuente el “Manual de Urbanidad y Buenas Maneras” de Manuel Antonio Carreño, escrito en 1853, el grupo La Fronda y su director, Ciro Zorzoli, emprenden en escena la difícil y abrumante tarea de evitar el caos de lo imprevisible, conjurándolo mediante el seguimiento de estrictas y, por momentos, absurdas normas. Lo más desconcertante, es que, con las evidentes exageraciones que hacen de esto un espectáculo, casi todas ellas pertenecen al terreno de nuestro comportamiento habitual. Casi antes de empezar, ya se emiten instrucciones. De hecho, las primeras normas son para el público que ingresa y tienen que ver con sus tareas como espectador. De modo tal que, al ingresar a la sala, lo primero que se recibe son órdenes. Parecen muy desopilantes, pero todas ellas corresponden a nuestra labor como espectadores y se espera de nosotros que las respetemos cada vez que asistimos al teatro. ¿Qué nos causa gracia, entonces? ¿Su carácter explícito? Quizá, habría cosas que mejor ignorar de nuestro comportamiento porque nos son insoportables. Y, por lo visto, no son precisamente las más censurables o desagradables a los demás, sino aquellas que nos exige el correcto desempeño en sociedad. Este agobiante encuentro con nuestras agobiantes obligaciones diarias es lo que promueve Ars Higiénica. El control consume todas las energías del sujeto. La obligación y la sanción son permanentes. Nunca nada está bien hecho. Nunca nada alcanza ante la constante exigencia de perfección. La higiene no deja resquicio para el más mínimo error, pero tampoco para la más mínima diferencia. Justamente, porque cuando surge la diferencia, esta es catalogada y sancionada como error, como desvío, como enfermedad. Es el miedo al caos, a que la animalidad surja por debajo de la herramienta que el hombre se ha forjado para adaptarse al mundo: la cultura. Por eso se escuda en un exceso de ella. Su mayor salvajismo radica entonces, en su obsesión. Y es esto lo que el final de la pieza lleva al límite. El grupo consigue producir el acontecimiento escénico, transformándose en un auténtico ejército de actores, en el que todos cooperan para un resultado. Irónicamente la perfección, que intenta parodiarse en el terreno del aseo y la sociabilidad, se lleva a su máxima expresión en la ejecución de las acciones, movimientos, parlamentos y elocuciones. Mientras lo verbal no deja de vehiculizar instrucciones y tareas, la acción se desarrolla en paralelo y en forma de cuadros que se suceden, pasando por la comicidad de un protocolar paseo a caballo, lo grotesco de la correcta preparación de la carne, lo angustiante de la tortuosa limpieza de oído y ombligo y el masoquista aseo de las uñas. Quizá la escena de la comida represente la célula esencial de la que puede extractarse todo el sentido de la pieza, con su actividad hipercodificada, el deseo de los sujetos por cumplir con las consignas y la inevitable irrupción del fracaso, expresado, una vez más, en ese raro empecinamiento que lo diverso tiene por manifestarse en el imperfecto mundo humano.
Publicado en: Críticas

Comentarios





e-planning ad