Martes, 06 de Enero de 2015
Domingo, 29 de Agosto de 2004

Seminario Intensivo

“Camino, camino, camino... ¡Stop!”. Quien haya estudiado teatro, ya sea en una institución oficial, en la escuela de algún pope o en un club de barrio, ha caminado. Caminar y detenerse es una de las premisas básicas del actor. Y no es la única. Las hay muy variadas. Algunas son originales, justificadas, elaboradas, otras son copiadas, distorsionadas, mal entendidas, todas desparramadas por los incontables cursos de teatro que pueblan la ciudad. Seminario Intensivo es una obra que intenta, en clave tragicómica, reproducir una clase de teatro con su fauna autóctona llevada al extremo. La propagación de escuelas de teatro en la última década hace atractiva la temática de la obra y la dota de un público nutrido. Quien no haya concurrido jamás a una clase de teatro, perderá probablemente parte del encanto, pero... ¿queda alguien en esta ciudad que no haya hecho teatro alguna vez?. El punto fundamental, del que todo emana, es el docente. Venerado y odiado por los alumnos con igual intensidad, el docente de teatro es el que le pone el tono a la clase. También en este sentido hay de todo en nuestro medio y Seminario Intensivo elige mostrar lo peor a través de una siniestra Ingrid Berman (la profesora de teatro, casi homónima de la actriz sueca, hecho que ella misma se encarga de resaltar). Con vestuario y peinado alusivo, el personaje es un muestrario de elementos diversos que componen un profesor de teatro mediocre: un discurso lleno de las peores vulgarizaciones del psicoanálisis, mezclado con un misticismo trascendental new age, fuertes dosis de narcisismo y un profundo desconocimiento del ser humano. En su órbita, giran dos alumnas que representan la polarización del alumno: la avasalladora y la víctima. La pieza juega de manera tal, que le permite ir hacia adelante y hacia atrás en el tiempo, para vislumbrar los destinos de los personajes, pero siempre volviendo a la clase de teatro y a lo que sucede en ella como momento más significativo. Así, el espectador asiste a la humillación y el maltrato de unos por parte de otros. Por supuesto, todo es llevado a un extremo que lo vuelve cómico. Sin embargo, sería oportuno detenerse a pensar qué hay detrás de cierta tradición que obliga al actor a prepararse para todo, que encorseta la libertad como algo fácil de lograr al sonido de un silbato y que quien no duda, quien nunca se queda sin respuesta y quien no se repite es mejor. Que sentir en el escenario es tan fácil como “hacer de arroyo” y que transmitir una técnica de actuación es algo así como entrenar para el sometimiento. Seminario Intensivo se apoya en las actuaciones (entre las que se destaca Dalia Elnecavé) y en la reiteración de ciertas situaciones. Logra transmitir la relación de los personajes, teñida por el narcisismo de dos de ellos y la incapacidad de reacción del tercero, quien le pide imparcialidad a una docente que no puede tenerla porque ella misma lo quiere todo para sí. Lo más interesante de la propuesta es haber tomado un tema original poco tratado (salvo alguna desopilante parodia de una muestra de teatro que años atrás hiciera el ciclo televisivo Cha Cha Cha) y ser, en cierta medida, metateatral. Es interesante la reflexión que apenas se esboza al final (que, hubiera sido interesante ver más profundizada) y que abre la obra a todos aquellos que quieran verla, aunque no hayan estudiado ni se les haya ocurrido nunca estudiar teatro. El teatro, y el arte en general, es para todos. No todos los que se acerquen a él serán artistas, pero cada uno será más feliz, siempre y cuando su acercamiento se oriente a desarrollar lo que tiene y no a remarcar aquello de lo que carece. Eso es lo maravilloso del arte, que permite generar mundos posibles. Construir lo que no existe a partir de lo que es.
Publicado en: Críticas

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