Miércoles, 07 de Enero de 2015
Martes, 29 de Mayo de 2001

Un espacio cerrado donde tres no siempre es infinito

Por Eleonora Menutti | Espectáculo Los enanos
Un extenso alambre de gallinero envuelve el perímetro del escenario conformando un espacio bien delimitado y cerrado. La separación entre el espectador y la escena es bien clara. Ese límite nos muestra el “encierro” (un encierro no solo espacial sino discursivo) de los personajes. Una batería de objetos de las variedades mas diversas puebla el cuarto, que parece mas un depósito que una casa. Vemos una bicicleta colgada, valijas, sillas, una tostadora, botellas, cepillos, zapatos; algunos de estos objetos se usan, otros, jamas. Un discurso fragmentado y alucinatorio se va materializando en boca de los tres personajes, sobre todo en Len. “Len, el protagonista, se imagina que forma parte de una pandilla de enanos a los que alimenta con bocados escogidos de carne de rata. Len teme a los enanos, y está resentido por tener que trabajar para ellos. Pero sin embargo cuando el mundo de sus sueños deja de existir, siente una pérdida al verse privado del calor y del desagradable desorden del lugar donde vive. Len tiene dos amigos, Pete y Mark, que -invaden su habitación- cada uno de los cuales trata de enfrentarlo con el otro.” Un mundo aparentemente desencajado, quizás absurdo, donde no existe un conflicto central que desencadene una acción. Nada pasa. Los personajes parecen haber perdido el rumbo, el rumbo de sus existencias. Y el tiempo se trastoca, se distiende y se ensancha. El discurso está compuesto por restos de fragmentos que alguna vez formaron un todo. Quizá la gran cantidad de elementos sobre la escena formaron parte de ese todo y ahora, expulsados por la desintegración, son condenados a decorar las paredes sin una función utilitaria, convertidos en simple decorado. Tres personajes, encierro, un texto sin argumento, alucinaciones o recuerdos, muchos objetos, pero lo que no parece haber es un sentido (no porque deba ser uno solamente) que aglutine la intención de la puesta del texto de Pinter. Los diálogos fragmentados, dislocados, sin sentido aparente, son, en muchos casos, emitidos por los actores, más preocupados por un trabajo de forma (gestos, movimientos, intensidades). En este sentido, forma y contenido no parecen trabajados dialécticamente. Y me refiero a la dialéctica en un sentido mas cercano a la dialogicidad. Un diálogo en donde forma y contenido se alimenten mutuamente y convivan en equilibrio. Seguramente, esto no se deba a las dificultades de los actores: Gerardo Baamonde, Damián Casermeiro, Diego Cosín, (o quizás en algún caso sí) sino que parece ser una indicación de la dirección (Miguel Guerberof). Los personajes de Len (Damián Casemeiro) y Pete (Gerardo Baamonde) manejan sobre el escenario una energía similar que termina por anularlos, haciendo que la mirada del espectador desplace su atención hacia el tercer personaje, Mark (Diego Cosín) que, callado en un rincón de la escena, magnetiza y hace que acciones muy pequeñas como fumar, jugar al ajedrez sin partener o simplemente escuchar sean atrapantes. Esto atenta contra la atmósfera densa y cargada que se intenta crear. Una atmósfera donde aparentemente va a pasar algo y nunca estalla pero lamentablemente la tensión no se sostiene.
Publicado en: Críticas

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