Sábado, 10 de Enero de 2015
Jueves, 08 de Marzo de 2001

El tiempo de la ceremonia teatral: una fiesta vernácula

Por Verónica Schneck | Espectáculo La boxe
El tiempo de la ceremonia teatral; una fiesta vernácula Si pensábamos que los boxeadores no lloran por amor –dado que se nos presentan como hombres que explotan de masculinidad y valentía- la puesta que propone el grupo El Muererío Teatro nos quita las sanguijuelas de los ojos. La fábrica IMPA, con todo lo que implica su "densidad" como ámbito teatral, ya nos ubica en un lugar que moviliza sensaciones controvertidas de extrañamiento y de misterio, de historicidad propia, particular. El espacio escénico se ubica recortándose. Se delimita a modo de pequeña caja en medio de semejante palacio metalúrgico. Una plataforma de madera –escenario- divide al público en dos y los enfrenta...Sí, vamos a presenciar un combate, con el que primero tendremos que lidiar es con el espectador de enfrente, que a modo de "fondo" de la escenografía nos pondrá caras de amor o de angustia dependiendo de cómo se recepcione lo que está por venir. Un personaje nos ubica amablemente en las butacas y nos charla en el tiempo de la acción de lo cotidiano, hasta que la ceremonia comienza. Son pocos los objetos escenográficos que se nos ofrecen a la vista: Un acordeón, un balde, una silla, flores. Telas que se presentan pero no se identifican. Dos hombres. Un arrullo -algo misterioso- que desnaturaliza esa acción... La boxe, escrita y dirigida por Diego Starosta, es una obra particular, con características que pueden gustar o no, pero que plantea un modo de hacer teatro, y así, un modo de lucha. Los ejes "metafísicos" que están latentes en esta "textualidad" son el tiempo y el espacio, que se materializan en la acción, en la respiración, en el tiempo que comienza para convertirse en dimensión. Se nos presenta "al otro", a "lo otro" –adversario- como toda dimensión de lucha. Y el teatro también, en esa dimensión combativa. Combate con el tiempo, ese que quiere quedarse para ser fiesta, y no el que responde a la aceleración de la historia: Es el tiempo de la fiesta –asociado a la muerte en toda su amplitud por su necesidad de presentarse en ciclos (rounds, que mueren y vuelven a nacer)- . Tiempo que siempre fue asociado a lo más oscuro, a la parte irracional, al cuerpo en sus zonas bajas, a lo que para lo conservador tiene de abyecto el hombre. Este grupo –conformado por Federico Figueroa, Edgardo Radetic, Julián Romera y Diego Starosta- ha trabajado el lenguaje teatral teniendo en cuenta ciertos elementos que muchas veces nuestro teatro occidental olvida : La conciencia de los desplazamientos, los ritmos, la energía, la calidad del movimiento, las dinámicas, las imágenes construidas con el cuerpo del actor-personaje. Esta "textualidad corporal" permite estructurar un relato que se configura como creación de un mundo, como construcción, como ceremonia con lenguaje más allá de acá. A modo de paredón y después... Para que esto suceda hay un procedimiento que se hace recurrente pero de un modo sutil: El develamiento del artificio; que va desde la relación que los actores-personajes establecen con la música (algunas veces cuando frena la música también frena la acción), hasta las interpelaciones sutilmente cómplices que son lanzadas hacia la tribuna –espectadores-. Ejemplo clave de este procedimiento: El actor camina y el ruido del piso de la plataforma de madera lo devela en su caminar. Hay alguien sobre el escenario que levanta un pie y luego otro para llegar a un sector distinto del que está ubicado...Prestar atención: caminar no es fácil. Este trabajo parte de una idea central: El actor construye a partir de un equilibrio extracotidiano que permite conectar al cuerpo con la emoción del cuerpo, conectar la sensibilidad física con los sentimientos más primitivos de dolor y de placer. El actor que nunca deja de ser actor en su ser-personaje, y así se desdobla, con su cansancio físico, con su presencia que se transforma en otro estado. Hay un problema: El aspecto formal atrae tanto que hace perder un poco de vista el relato, generando cierta recurrencia en la totalidad de la obra. La estructura dramática –"una dramaturgia en 12 rounds"- está basada en la vida de Justo Suárez -sólo como motor de la construcción del relato- y trabajada a partir de la improvisación, combinada con textos de Julio Cortazar, Juan Gelman y Leopoldo Lugones. El espacio –ring- se convierte en una pasarela para narrar el desfile boxístico a modo de doble fracaso; el del fracaso mismo y el fracaso que trae consigo el éxito. La pasarela como reconocimiento de la "dimensión mítica de los demás" –palabras del Antropólogo Marc Auge- a través de una danza que a modo de fuerza física atraviesa la vida de los seres humanos (animales pensantes). El box aparece entonces con una doble faceta, por un lado, como herramienta básica en relación a la técnica, por otro lado, la transformación de esta materia prima en argumento. Si bien hablamos de una puesta basada en la historia de estos boxeadores de la Federación Argentina de Boxe –en donde "se ven rostros de Roberto Arlt", la idea "box" no se ilustra, sino que más bien busca iconos para desarrollarse. Ni los movimientos, ni el vestuario, ni el ring mismo representan al campo aludido como ya lo conocemos. Este tratamiento de la representación da lugar a una poética que hace articular los momentos de fracaso y de alegría de estos seres a través de procedimientos grotescos desde el texto -"bella la fealdad"/ "gran dignidad la infamia"- y desde los movimientos, que se insertan a modo de danza secuencia. Si bien la relación de estos dos seres –boxeadores- está mediada por un tercero –músico-hay un cuarto y un quinto personaje que se insertan en niveles diferentes de la estructura del relato. Por un lado tenemos a un segundo músico, que a diferencia del primero, ejecuta su sinfonía detrás de escena, en el espacio que nos envuelve pero no se nos presenta. El quinto personaje es cargado de referencia histórica: Ofelia, ese eje transversal que atraviesa la vida de estos hombres, y la vida de todos los hombres teatrales que no saben si ser o no ser. Ofelia puede ser una mujer, puede ser todas ellas, puede ser el amor, la que articula lo más horroroso con lo más feliz, la novia grotesca, la "niña blanca e inmaculada” que se ha encontrado "en el fondo de un burdel", la que hace sufrir como un nuevo adversario, la que genera el deseo... "Hay ríos y ríos de lagrimas, ríos y ríos de amor me dijo mientras me besaba"... - dice el "héroe de carne y hueso". Pero la tristeza de esa pérdida nunca muere como esperanza: "Ofelia, Yo en tus pechos fundaría ciudades de besos"... Ofelia, la que siempre muere, se transforma en un "ellas": "las que nunca vuelven" ... El campeón llora con un pañuelo-rojo-Ofelia, y le canta al amor su tristeza. Este y otros momentos hacen de una puesta muy apoyada en lo formal, una "forma sensible", sumamente poderosa, que logra emocionar por las actuaciones y por la poesía de los textos, que además de mostrarse sumamente bellos, son motores de reflexión de una construcción poética del lenguaje... Justicia y venganza, el recuerdo de la niñez, los pibes, New York, las calles de Buenos Aires, las fotos de "El gráfico", los bizcochos, el tango, el folklore...Todo es recuerdo nostálgico –bien argentino- de un entramado textual que aunque cargado de opacidad, se presenta con intensidad y autorreferencia. Estos "bailarines del cuadrilátero" recuerdan sus gritos de dolor, y el sufrimiento que se materializa en el box, se presenta como átomo reproductor de lo que sucede en la vida... El ring –escenario- nos muestra ahora a los "ex –boxeadores" como "rarezas humanas" en su triste ceremonia final. Las luces del cuadrilátero se prenden desde abajo del escenario como un gran contrapicado de los fracasados. La alegría y la felicidad sigue estando, no construida como fórmula de éxito y progreso, sino más bien a modo de autenticidad. La música y los músicos – actores / personajes - que no dejaron de ser lenguaje autónomo durante toda la puesta, aquí encuentran su paroxismo como coda final. La ceremonia está por concluir y la música se constituye en trama textual. Casi podría decirse que se conforma como un personaje / fuerza que reforzaría la dimensión temporal, a modo de "protagonista flotante". La boxe, un campo de batalla dialéctico que va hacia lo primitivo, retorna en ceremonia y se mueve en el presente reactualizando el combate más esencial.
Publicado en: Críticas

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