Jueves, 01 de Enero de 2015
Domingo, 23 de Octubre de 2011

La siesta

Por Mónica Berman | Espectáculo La siesta

La siesta. Un título que apuesta a una hora en la que pocas cosas suceden, o en que las cosas devienen ocultas mientras los otros duermen. El universo invocado es el de Silvina Ocampo, pero la propuesta dramática proviene de un trabajo de investigación que la excede como autora.

El principio, sin duda, es el lugar donde transcurre la acción: una casa. Una casa bastante particular, puesto que ha abandonado su función privativa para devenir museo. Pero este sitio no ha sido construido “museo”. Y es evidente que este signo pesa de manera significativa para lo que se ha de presenciar.

En sentido estricto, no hay “escenografía armada” (entiéndase cercana a la idea de los viejos decorados). Hay escaleras, diferentes pisos, puertas que se abren y cierran a lugares que no podemos percibir, hay otros niveles. En esa impronta de espacio “real-modificado” se desarrolla la ficción.

Porque el relato que se va a poner en juego se inscribe en una casa de la alta burguesía, y estamos ahí, en esa casa que es y que no es. Éste parece ser el mecanismo desde todas las perspectivas posibles, con un dato temático central: los personajes vienen de una noche de carnaval. Y esto justifica las máscaras que se pasean de un lado a otro y también ciertos comportamientos desplazados, ambiguos. Pero habrá más. Mucho más.

Empecemos por el carnaval. Mijaíl Bajtín, en La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, realiza un análisis ya clásico pero no por ello menos citable del tema en cuestión. En ese texto establece dos momentos: uno previo a la constitución del Estado y del establecimiento del régimen de clases y otro posterior.

Esta división es sumamente interesante para pensar La siesta, porque la temática de las clases sociales se inscribe claramente en su  superficie de una manera bastante particular. Según Bajtín, en la época primitiva hay una especie de concepción dual del mundo que permite, por ejemplo, en el marco de un funeral, tanto llorar como ridiculizar al difunto, o celebrar y escarnecer al vencedor de una lucha por partes iguales.  Cuando el Estado y el régimen de clases se establecen, las formas cómicas adquieren un carácter no oficial. Y el carnaval pasa a ser una instancia de “huida provisional”. En el marco de su análisis, el autor sostiene que el carnaval ignora toda distinción entre actores y espectadores, pero también ignora la escena, puesto que no se asiste sino que se vive.  ¿Cómo escapar? Imposible, puesto que no hay frontera espacial.

La siesta parece jugar con este principio de carnavalización, sólo que el tiempo de mezcla y de transmutación se extiende y se expande en términos locativos. Ya no es el lugar y el tiempo del corso (al que insisten con desconocer algunos de los integrantes de la familia, en indicar como ajeno), sino que se produce puertas adentro. Los antifaces y las máscaras serán usados puertas adentro. Pero ya no para desconocerse, sino para personificarse, para adquirir algún rasgo de aquello de lo que uno se disfraza. Como en el carnaval, desaparecen las jerarquías, pero también los límites etarios.

Ahora bien: no sólo de la carnavalización vive La siesta. Otra lectura posible, sin duda, podría detenerse en una impronta vinculada con lo fantástico (oscilemos entre Tzvetan Todorov y Ana María Barrenechea). Si en el inicio los acontecimientos parecen inscribirse en el orden de lo “real” (término tramposo, si los hubiera. Para ajustar digamos “referencial”), luego de producirse la partida de la princesa (que no llegó a pisar la escena, sino que ha sido siempre referida) y con la desaparición de su joya, la puesta da un giro que parece inscribirla en otra instancia.

Allí los espectadores pueden interrogarse por la naturaleza de los acontecimientos representados y se produce la existencia de hechos anormales o a-naturales, que empiezan a tener consecuencias sobre lo expuesto. Si en un principio el devenir animal de Octavio parecía parte de un lúdico disfraz, un tanto perverso pero disfraz al fin, en la segunda parte, sus acciones animales tienen consecuencias en el marco de los sucesos.   

Es cierto: no se deciden a explicar lo que sucede, pero en ocasiones la palabra se hace carne en algún personaje y describe, anticipa, establece vínculos, trae el pasado al presente de la representación.

La siesta pasa por mil y un lugares temáticos y formales, echa mano a múltiples recursos. Entra por universos complejos y polémicos: los sirvientes son, en realidad los que tienen el poder Cuando Pridiliana decide no cocinar y no ceder el derecho de las llaves que porta, toda la estructura y el poder de la familia se desmorona de manera definitiva.

El juego de experimentación con el espacio llega tan lejos, que en más de una ocasión los acontecimientos suceden “fuera de campo”, al margen de la mirada de los espectadores.  O sorprenden y toman el espacio superior por asalto y se asoman o arrojan prendas adeudadas a la costurera para que recobren una libertad parcial…

Para poner fin al relato de este acontecimiento (porque este cierre es arbitrario, dejo de escribir pero podría continuar largamente), la música, ornamental y narrativa, se inscribe de manera enfática, como lo hace también una palabra poética que resuena mucho después en los oídos, después de haber abandonado el lugar de expectación donde los pasos construyen largos ecos de universos duros pero profundamente bellos.

Bibliografía

Bajtín, M. La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento: El contexto de François Rabelais.
Barrenechea, A. M. “Ensayo de una tipología fantástica” (A propósito de la literatura hispanoamericana.
Todorov, T. Introduction a la littérature fantastique.   

Publicado en: Críticas

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