Martes, 06 de Enero de 2015
Sábado, 07 de Mayo de 2011

Del trabajo a casa y de casa al trabajo

Por Mónica Berman | Espectáculo Catán

Catán es un nombre propio. Corrijo: es un pedacito de nombre propio, tan conocido, tan familiar, que es innecesario utilizar la formalidad de la completitud.

Para llegar a Catán hoy es necesario llegar a Club de Teatro Defensores de Bravard, un teatro que no está, lo que se dice, señalizado como tal. ¿Por qué hago semejante acotación? Porque tal vez alguien piense que cierto hermetismo en el destino implica una propuesta experimental. Un lugar para pocos, un espacio para público selecto y reducido. Nada más en los antípodas de esta propuesta. Digamos, también, que el espacio pequeño le queda extraordinario. Entramos a una casa de cerraduras rotas, nos acostumbramos pronto al mantel floreado, feíto, que preside la mesa, veremos que no alcanzan las sillas y un cajón con almohadón oficiará de asiento. En fin: una vivienda de seres humildes, económicamente (eufemísticamente) hablando.
No es muy difícil comprender que la escena es realista: quienes están en ella se sirven cerveza y la toman, y todos los actos que llevan adelante tienen consecuencias materialmente concretas.
La luz, en este caso, sirve para iluminar y los apagones para indicar cambios temporales.
Como corresponde a esta decisión estética, las claves descansarán en la dramaturgia (que por la ficha técnica parece ser de los actores) y en la actuación. Y acá, Catán se lleva todos los laureles. Porque propone un argumento que es sencillo, al comienzo, pero que va entretejiendo conflicto con conflicto, historia con historia, porque, definitivamente, el ser humano no es una instancia transparente.
Para construir relato pone en juego “obreros y patrones” y los actores arman entre ellos una relación que no tiene nada de maniquea.
No plantean una fábula compleja y enrevesada, pero proponen microrrelatos que se van entrelazando y que despiertan la expectativa de manera constante. Todos son protagonistas de su propia historia y eso es algo que, de verdad, se ve pocas veces.
Todos tienen algo para contar, aunque sea pequeño. Son personajes con todas las letras.
Bajo la simpleza de la historia, se puede advertir un tejido de conflictos tanto sociales como individuales, cuestiones de género (femenino y masculino, una rara avis), planteos laborales (con una joyita de opinión en relación con el tema de la “inseguridad”, que se las trae).
Sin discursos exacerbados, quienes hacen este espectáculo miran y reflexionan desde la ficción, abriendo una serie amplia de interrogantes.   
Todo esto que se menciona aquí no tendría lugar sin el trabajo lúcido de los actores. Luis Contreras arma un Gustavo que esquiva la mirada, que baja la cabeza, que elude el mundo. Sin embargo, algo de él parece una equívoca olla a presión. La Negra, Paula Schiavon, carga con el universo a cuestas, como desangelada y, sin embargo, una chispa de risa se le enciende de manera constante. El personaje de Cecilia Rainero, Marina, se propone como oscuro y vital, autoconsciente y escurridizo.
Y sí, lo confirmamos: Catán es una obra para todos. Pero cada uno encontrará en ella algo distinto.  



Publicado en: Críticas

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