Viernes, 02 de Enero de 2015
Miércoles, 04 de Febrero de 2009

A la zarzuela con mi abuela

Pidiendo perdón de antemano por la innecesaria rima, nunca un título fue tan explícito y literal como éste.

En Alternativa Teatral siempre damos prioridad para las críticas de obras, a aquellos elencos que nos piden cobertura; no obstante la lista es tan extensa que por lo general no podemos cumplirla. Imagínense mi sorpresa cuando, dentro de ese largo listado, encuentro el nombre de Avenida España, zarzuela copla y olé ¿Qué más alternativo para Alternativa que algo así? Pero entonces surgió el primer problema ¿qué sé yo sobre el género? En principio, lo que estudié. Que la zarzuela es un teatro musical español, con partes cantadas, partes habladas y cuadros cómicos (¿Suena a la revista porteña? Pues sí, pero con menos chistes verdes y crítica política); que su nombre deriva de los palacetes madrileños del siglo XVII donde, en los jardines de zarzas que los rodeaban, se llevaban a cabo este tipo de espectáculos para la corte española; que tanto Lope de Vega como Calderón de la Barca cultivaron el género (de hecho, Calderón es el primer dramaturgo que adopta el término de zarzuela para una obra suya titulada El golfo de las sirenas, de 1657); que abunda en él ella costumbrismo, siendo que en los libretos se recogía toda clase de modismos, regionalismos y jerga popular (como el sainete, pero sin unidad dramática); que hay zarzuelas largas de tres actos -género largo- y cortas de uno -género chico- que integran el "teatro por horas"; que el Teatro Apolo (el de España y no el que inaugurara la Compañía de José Podestá en el centro porteño) fue uno de los bastiones de este género; que desde 1950 la zarzuela pudo sobrevivir gracias a la discografía, un campo que se mantuvo en auge desde entonces; que a finales de los ´70 se reaviva el interés por la zarzuela, en especial por su música; que es uno de los primeros géneros que la madre patria trae a estas tierras y que, en definitiva, desde entonces hay zarzuela en la cartelera porteña.
Pero de música popular española sé poco y nada. Mi cultura pasa por Las cosas del querer (para los muuuuuy jóvenes, se trata de un exitazo español de 1989 dirigido por Jaime Chávarri) y las películas de Pedro Almodóvar (a este no me digan que no lo conocen). Por lo tanto, tuve que recurrir a personal idóneo para que me asesore y ahí justamente es donde entra mi abuela. Ella me acompañó a la función.
Ya ingresando nomás al teatro Liceo me sentí a comienzos del siglo XX. Típica caja italiana, con varios niveles de balcones y todo tapizado de rojo furioso. El telón (¡hacía tanto que no veía un telón!), también del consabido color, tenía bordado un carromato tirado por dos bueyes, en el interior del cual se avistaban dos señoras con peinetón y un caballero con sombrero. En la platea, varias damas desenfundaron sus abanicos. Ya está, ya empezó la función antes de que empiece.
Por fin apagan las luces y todo comienza oficialmente. Un canillita del siglo XIX nos anuncia el espectáculo. Desde las sombras, un hombre nos conmina, siempre en verso, a recordar aquel Madrid decimonónico del teatro Apolo que yo intuyo gracias a las novelas de Arturo Pérez-Reverte. Seguidamente pasamos a un cuadro de La revoltosa, sainete de 1897 con libreto de José López Silva y Carlos Fernández Shaw y música compuesta por Ruperto Chapí. Ahora toda la compañía se presenta a pura música y volado para entonar el pasacalle Los Nardos (según la Real Academia Española, es una marcha popular de compás muy vivo) de Las leandras que, con música de Francisco Alonso y letras de Emilio González del Castillo y José Muñoz Román, supo estrenarse en 1931. Ya se entiende por dónde va la cosa, ¿no?
Continúa después la escena de Gomoso y Aurelia, de la misma obra en la que se presentan las cabezas de la compañía: Alejandro Cuesta, José Terceiro y Eugenia Montes. Las actuaciones cómicas son divertidas, pero cuesta entrarle a la música, sobre todo por la coloratura de la cantante. Parafraseando a Marcos Mundstock en La hija de Escipión, podríamos decir que comparece la soprano entonando un do de pecho.
Le sigue la romanza Madrileña bonita del sainete La del manojo de rosas (música de Pablo Sorozabal, libro de Francisco Ramos de Castro y Anselmo C. Carreño, 1934) a cargo del tenor Gustavo Torella, quien no nos entusiasma ni ahora ni en el futuro. Canta bien, pero le falta... salero. Luego viene el preludio de La revoltosa, con los bailarines José Terceiro y Silvana Bernard, para volver a La del manojo... esta vez con el cuadro No corté más que una rosa, a cargo de la segunda soprano Adriana Rolla. Mi abuela, muy entusiasmada; yo pensando ¿en dónde me metí?
El canillita se encarga de anunciarnos los cuadros y, por si queda alguna duda del tema, los integrantes del cuerpo de baile y los actores invitados escenifican alternativamente con pantomimas una pequeña situación relacionada con cada canción.
Cuando parecía que no había salvación posible, vuelve Alejandro Cuesta a escena para realizar esta vez, junto a Mabel Almirón, tres escenas de La corte del Faraón, zarzuela estrenada en 1910, con letra de Guillermo Perrín y Miguel de los Palacios y música de Vicente Lleó. Absolutamente desopilante. Ahora sí ya vamos entrando en las reglas del género y sólo nos queda divertirnos. No me cansaré de repetir que la veta cómica de Cuesta es definitivamente su mayor fuerte. La gestualidad que maneja hace que, sin decir una sola palabra, se meta inmediatamente al público en el bolsillo.
Volvemos a Eugenia Montes con La mantilla española de la zarzuela El último romántico (libreto de José Tellaeche, música de los maestros Reveriano Soutullo y Juan Vert, 1928) y retornamos ansiosos al delirio cómico de Cuesta, ahora junto a Guadalupe Maiorino, para tres escenas de El barberillo de lavapiés (compuesta por Francisco Asenjo Barbieri, con libreto de Luis Mariano de Larra, 1874)
Ya estamos como queremos.
La lista sigue con la romanza Chateax Margaux, a cargo de Adriana Rolla, en donde da una pequeña muestra de su virtuosismo actoral, Las Salinas bailada por José Terceiro y Jéssica Rosillo y María la O entonada por Eugenia Montes (mi abuela tararea y me dice al oído "Esta es de mi época"; ¡claro!, todas son de su época).
Entonces llegamos al cenit: Cuesta y Rolla hacen dos escenas de La del Soto del Parral (con libreto de Luis Fernández de Sevilla y Anselmo C. Carreño y música de Reveriano Soutullo y Juan Vert, 1927). No hay nada más divertido que dos actores cómicos que se entienden arriba del escenario. Entrando y saliendo de los personajes, olvidándose la letra, haciendo chistes internos, interpelando al público y tentándose permanentemente (de verdad o como parte del show, poco importa). La risa ya no puede contenerse.
Y qué decir cuando, a continuación, hay un popurrí de coplas varias que alternativamente van entonando los principales de la compañía: Falsa moneda, Ojos verdes, Las cosas del querer... hasta yo me conozco esas y hago coros a puro pulmón.
Ya sólo falta, como diría Minguito, casorio, beso y ballé acuático.
Pero todavía restan 5 escenas que no suman mucho (Pandereta, Mazurca de las sombrillas, Vals del caballero de Gracia, el Interludio de La Boda de Luis Alonso y la romanza Bella enamorada), a no ser por el siempre excelente cuadro de danza de José Terceiro, responsable además de todas las coreografías de la puesta. Según mi asesora especializada (es decir, mi abuela) Terceiro se destaca por la figura y el porte. Y claro, es un Don Diego de la Vega veinte años después; misma gracia, misma cintura, mismo traje de torero.
Ahora sí llegamos al final volviendo al principio, es decir, al pasacalle Los Nardos; y salimos todos del teatro cantando Por la calle de Alcalá / con la falda almidoná / y los nardos apoyaos en la cadera, / la florista viene y va / y sonríe descará / por la acera de la calle de Alcalá.
La producción es notable: para cada cuadro hay un cambio de vestuario tanto para los hombres como para las mujeres con sus volados, zapatos, bisutería y accesorios varios, responsabilidad de Mirta Vuoso y Haydée Liguori. ¡Hasta hay un cambio de vestuario cuando salen a saludar! Y lo hacen siguiendo la jerarquía de la compañía: a mayor importancia, más cantidad de brillo y accesorios. Desde el tema hasta la estructura de compañía, puro teatro de las primeras décadas del XX. Fíjense si no en el elenco, sus denominaciones, el orden y tamaño de tipografía del afiche y del programa de mano: Alejandro Cuesta, Eugenia Montes, José Terceiro (cabezas de compañía), Adriana Rolla (primera soprano), Gustavo Torella (tenor invitado), Mabel Almirón y Guadalupe Maiorino (participaciones especiales), Silvana Bernard y Jessica Rosillo (bailarinas solistas), Andrés Briano, Pamela Centeno, Ramón Gómez, Marcelo Capetta, y Ángeles Villanueva (actores invitados), Ruben Viñas, María Eugenia Schvartzman, Diego Basile, Luciano Cejas, Alejandro J. Perez, Agustina Cantero, Gonzalo Gerber y Damian Iglesias (ballet).
Con dirección de Alejandro Cuesta y producción de Mónica E. López, ésta fue una experiencia verdaderamente Alternativa a la que no apostaba nada y terminó dándome muchas anécdotas y recuerdos para el futuro.

Publicado en: Críticas

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