Lunes, 05 de Enero de 2015
Jueves, 10 de Mayo de 2007

La casa Alba o la otra orilla del mar

Angustias … Dolores … Martirio ... No. No estoy sufriendo. Es que me invitaron a ver la versión que Gente de teatro hizo de La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca.

Por razones que una no siempre puede explicar, el corazoncito se afloja con algunas palabras o con algunos nombres. Federico García Lorca es para mí uno de esos amores imposibles. Por eso tiemblo cuando me entero de alguna puesta en escena de sus obras o de sus poemas. ¿Vale la pena ir a verla, cuando leerlo es más que suficiente? ¿Van a despertar en mí el instinto asesino de defensora de su poesía? Veamos.
Esta vez empezamos bien. La Manufactura Papelera es un hermoso teatro de San Telmo, uno de esos lugares que no nació para las tablas (al igual que La Carbonera o La Sodería) pero que, a fuerza de reformas, devino en un espacio interesantísimo para cualquier puesta. Como casi todos estos sitios, tiene un bar en donde se puede esperar. Pero ya en la espera la obra empieza. La música que ambienta es la del suave oleaje del mar, a la que se superponen voces que recitan partes del Romancero Gitano. Entonces dan sala. Nos llevan hasta un balcón y desde ahí, con si estuviéramos en un corral español, vemos en cenital una escenografía muy rara. Seis mujeres vestidas de negro, paradas en círculo y tomadas de la mano, tienen la cabeza gacha como si estuvieran rezando. Una mujer mayor, también vestida de negro, pero con el pelo suelto, canta “quiero casarme con un varón hermoso de la orilla del mar”. Y todas están encerradas dentro de un círculo de sal. La Poncia, sirvienta de la casa, se nos acerca al balcón y nos cuenta del luto de las mujeres. Luego, siguiendo con su labor de criada, nos acompaña hasta la planta baja, donde hay sillas dispuestas alrededor del círculo. Nosotros nos sentamos, ella entra al círculo por una pequeña abertura que luego cierra. Ya no hay salida posible de esa casa sin puertas ni ventanas.
En esta escenografía tan despojada, la voz de Lorca resuena fuerte y clara. Y es la iluminación, a cargo de Leandra Rodríguez, la que va diseñando las escenas y anticipando las acciones. Espejos colocados en el foro refractan la media docena de tachos con los que cuenta la sala, dándole un aire casi fantasmal. “Verde que te quiero verde / Verde viento / Verdes ramas / El barco sobre la mar / y el caballo en la montaña”. El vestido verde, símbolo de la rebelión y muerte de Adela, se anticipa no sólo en una faja y en un abanico, sino también en esa luz verde que poco a poco se va adueñando de la casa.
Edgardo Dib no teme dejar en manos de sus actrices hablar en el voseo español. No le importa que Bernarda diga: “Me hacéis al final de mi vida beber el veneno más amargo que una madre puede resistir”, con acento porteño… Y lo bien que hace. Stella Brandolín, Liana Müller, Sandra Grandinetti, Julieta Guillermina Vigo, Araceli Haberland, Erica Spósito, Mariana Gutiérrez y Marta Montero saben defenderse de un texto difícil.
Lorca publicó la obra (que sin saberlo iba a ser la última que escribiera) en junio de 1936. Como todas sus obras, ésta también le trajo problemas. Gritar siempre a favor de los “ofendidos y humillados” (como diría nuestro amigo Fiodor Dostoievski), de las injusticias sociales, por más que fuera en forma de historias de amor y muerte, le trajo problemas. Al estallar la Guerra Civil, un día, hacia fines de julio, fue arrestado por los soldados franquistas. Después de algún tiempo en la cárcel, lo llevaron al cementerio, donde fue fusilado el 19 de agosto de 1936, cuando iba a cumplir 38 años. Qué importan las razones que argumentaron, si su obra nos revela las verdaderas causas. Y la mejor manera de seguir luchando por él y con él, es manteniendo viva su voz, con puestas como las del grupo Gente de teatro.

Publicado en: Críticas

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