Viernes, 02 de Enero de 2015
Viernes, 28 de Julio de 2006

Cuando la gente se junta

El teatro tiene cosas mágicas, como el hecho de que un grupo de adolescentes se reúna los viernes a la noche para recrear una noticia de 1935. Con dirección de Flavia Gresores Lew, Oscar. Un policial juego metafísicosube a escena con un elenco en el que el más viejo no supera la segunda decena.

“La juventud está perdida”. Ésta es una frase que, del mismo modo que  “lo que mata es la humedad”, parece ser una verdad revelada e inexpugnable. Sin embargo, vemos un par de fenómenos muy interesantes que, tanto a nivel social como teatral, contradicen estas certezas. Con la caída de los grandes discursos y la pauperización de la política, la gente vuelve a refugiarse en los pequeños grupos, en las comunidades, en las tribus urbanas, en los clubes de barrio. El problema es que ni Greenpeace, ni UNICEF, ni la Corte de La Haya resultan plenamente confiables. Pero no hay una desvinculación y un desinterés social, sino que, como diría Tato Pavlovsky, el siglo XXI es el siglo de la micropolítica: ya no se pretende cambiar al mundo. Por el contrario, cada uno defiende la pequeña parte del cosmos en la que habita y que le afecta, y de esta manera modifica el universo. Entre las nuevas generaciones hay, como hubo siempre, quienes caen perdidos en el medio del torbellino, pero también están aquellos que deciden construir nuevas subjetividades y seguir luchando. Es el caso del elenco de Oscar. Un policial juego metafísico, integrado por Natalia Abelleyra, Oscar Aybar, Lucila Casalis, Alejandro Escaño, Eugenia Ficalora, Lucila Grimberg, Luciana Intrieri, Mayra Koffman, Lucía Ramírez, Santiago Roggerone, Luciano Rombola, Valeria Stern y Yamila Waldman, todos ellos rozando la segunda década de vida.
Durante algunos años estos actores estudiaron en el Centro Cultural Ricardo Rojas o en el San Martín, siempre de la mano de la directora del proyecto, Flavia Gresores Lew, hasta que finalmente se reunieron en un solo grupo para un taller de entrenamiento. Fue allí donde, alrededor del año 2004, la idea de la obra empezó a perfilarse, según cuenta la directora: “…a partir de una improvisación en la que surgió como hipótesis la frase ‘hay que matar el inconsciente’. Empezamos a trabajar mundos cotidianos posibles, para que semejante hipótesis fuera viable.  Apareció con mucha fuerza el espacio virtual, específicamente el lenguaje y la dinámica capturada y resignificada del mundo virtual.  Las  texturas  más ‘poéticas’ de la obra se concibieron así, con dos realidades sumamente ligadas a nuestra cotidianeidad: el mundo académico (en algunos casos la secundaria y en otros la universidad),  más  las horas chat/mail etc.  Trabajamos la mezcla, la cantidad de información, la desmesura. El límite entre qué es real y qué es ficticio. Cómo es ‘comprendido’ y procesado”.
Esta manera de hacer teatro, esta dramaturgia de director, es una de las características del cambio en el panorama teatral de las últimas dos o tres décadas en Buenos Aires. Ya no se trata del escritor en el estudio de su casa ante un  teclado y la angustia del vacío, sino de escribir una obra sobre los cuerpos de los actores en escena, a través de improvisaciones, creando un texto a posteriori. Es la famosa y nunca bien ponderada escritura escénica, de la cual puede considerarse el primer gran exponente a Alberto Ure, aunque a él no le interese el título.
Pero esta obra también trabajó a partir de otro recurso cada vez más extendido entre nuestros teatreros: la búsqueda de la teatralidad en lugares no teatrales. Eso de agarrar cuentos (Cortamosondulamos), películas (Kuala Lumpur) o cuadros (Bellas artes), como fundamento de una obra, parece una característica de nuestros tiempos. En el caso de Oscar ..., se trata de una noticia aparecida en el diario “La Razón”, allá por 1935, en la que se relata un crimen misterioso acontecido en una fiesta. Y nosotros, espectadores, somos invitados más de setenta años después a esa misma reunión. Llegar al lugar ya es un desafío. Lo primero que se ve es  una puerta entreabierta, en la oscura (oscurísima) calle Tres Arroyos, sin ningún signo de que ésta sea algo más que una puerta mal cerrada de una casa cualquiera. Sólo se escuchan las voces del interior que anuncian sin vernos “Sí, es acá” y nos dan la fuerza de ánimo necesaria para arriesgarnos a entrar. “El espacio es de amigos, es una casa donde vive gente.  Empezamos ensayando Oscar ... ahí, y fue imposible imaginarla en otro lugar”, relata Flavia. Y la confusión recién comienza, porque apenas ingresamos vemos a los actores con el vestuario y el maquillaje, pero hablando tranquilamente con los espectadores que van llegando y sirviéndose una copa de vino. Actor y personaje se funden por un instante, hasta que el juego comienza.
El proyecto de la obra y sus ensayos comenzaron “concretamente en abril de 2005”. El espectáculo se estrenó casi un año después, el 10 de marzo de 2006. El proceso de producción fue tan largo y variado que excedió  la noticia del diario. “Fue una combinación del trabajo dramatúrgico que algunos actores asumieron, y ciertas  improvisaciones basadas en la técnica de juegos de roles, sobre las que yo tomaba nota, para bajar eso a las escenas. En la organización de ese material participa todo el grupo, por lo que, fundamentalmente, el aporte de los chicos es dramatúrgico. El Rol aparece como consecuencia de ciertos puntos de contacto entre el juego y la información que contiene la noticia. También surge de la necesidad de encontrar una estructura, un médium hacia este mundo. El Rol propone una mezcla entre realidad y ficción: un grupo de gente que un poco actúa y un poco no, que se pone su ropa y arriba una cota de malla, que está horas fundando otros mundos. En medio de todo eso, el tiempo es el único factor que puede provocar una síntesis. La obra contiene una teatralidad deforme muy atractiva, como la noticia”, explica la directora.
Este segundo trabajo de dirección de Flavia Gresores Lew (el primero fue Boom Boom Room, en una codirección junto a Ariel Portillo en  2002, aunque “a nivel de producción y diseño del espacio sí es la primera vez que me ocupo plenamente”) incluye, por si fuera poco, otro lenguaje: el de un video protagonizado por los mismos actores, con la incorporación de Alejandro Ricagno (único que supera los 25 años) en el papel de Samudio Margulis, el asesinado de la fiesta, que se proyecta en un televisor. Como se trata de un teatro de cámara, el 20 pulgadas no supone un problema. Lo original está en que el video realizado por El Refugio Films, tiene tal calidad estética que, si bien se incorpora como un elemento más de la puesta, adquiere por mérito propio la condición de video arte y puede pensarse como obra autónoma, al igual que la música en vivo a cargo de Julián Tello, que con instrumentos no convencionales hace una performance más cercana al clásico contemporáneo que a la ambientación sonora.
Todo esto no puede más que hacernos pensar en que quizás la juventud no esté perdida, y que tal vez los que maten sean los años y no la humedad. En la dramaturgia de Oscar ... un lector avezado puede encontrar consignas de entrenamiento de taller de actuación detrás de las acciones, lo que hace más fácil percibir las relaciones lógicas y causales de la trama. Pero es mucho más fácil ver que hay muchas ideas dando vueltas (algunas que llegan a mejor puerto que otras), hay mucho trabajo y esfuerzo, que hay distintos niveles de actuación (algo lógico en gente que se está formando), pero por sobre todo, hay un lenguaje común, con una poética que no apela a lo racional. “Nos pensamos como grupo. No es un elenco reunido para este proyecto, sino que el proyecto es consecuencia del grupo”, concluye Gresores Lew. Que en esta época del delivery la gente se reúna, es algo muy alentador, pero si además piensa, tiene ideas y las lleva a cabo, casi parece algo demasiado auspicioso para ser verdadero. Y si lo que hace, además de ser bien intencionado, está bueno, pagamos para el resto del año.

Publicado en: Críticas

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