jueves, 31 de marzo de 2022
Jueves, 1 de diciembre de 2005

La omisión de la familia Coleman

No es que la familia esté perdida. Ha cambiado, porque todo cambia. Por eso, la aquejan problemas nuevos. Pero siempre existieron familias disfuncionales. Y el teatro se ha hecho eco de ello, desde Agamenón y compañía, hasta Florencio Sánchez (De mal en peor lo deja bien claro). Es como si cada familia fuera la concreción deslucida de un ideal platónico que, por supuesto, no es de este mundo. En la familia Coleman todo parece funcionar mal. Todo parece quebrado y equívoco. Los roles se confunden. ¿Quién es quién? La abuela parece madre y la madre hermana. Hermana menor. Hermana / bebé, que quiere todo para ella. Por eso no es susceptible de dar y recibir sentimientos. El hijo con problemas mentales posee un léxico complejo, que traduce lo que percibe en su entorno a un idioma que los demás no entienden y que intentan callar al grito de “llegó la hora de la pastilla”. El hermano casi no puede expresarse, sino a través de los golpes y parece que se relaciona más con el alcohol (y con lo ajeno...) que con sus afectos. Su hermana melliza, víctima, gambetea su destino cosiendo para afuera y clausurando toda posibilidad de relacionarse con un hombre, quizá como equivocada estrategia para no imitar a su madre. Resta la mayor, que ha elegido escapar y formar una familia que mantiene oculta. En ese maremoto, la abuela es la única que da cariño, aunque a veces eso se traduzca en la imposición de cierto orden, que todos acatan... y esperan. Esta familia es una colección de apellidos, entre los cuales alguien eligió uno para identificarla. Coleman es el último apellido. El peor. El que tienen aquellos que no se han podido conseguir otro. El problema no es económico. No es la pobreza lo que los ha llevado a este estado, sino cierto olvido. Lo que la familia Coleman ha olvidado es los beneficios que apareja estar juntos. Lo bueno que es poder apoyarse en el otro. Eso no funciona si siempre son los mismos los que se apoyan y siempre son los mismos los que sostienen. Esta familia ha olvidado que estar juntos implica dar y recibir. Y los culpables son, tanto los que hacen lo primero como los que se limitan a hacer lo segundo. Ese es un mal de época, que no solo aqueja a pequeños grupos, sino también a sociedades enteras (cualquier semejanza con la nuestra es aconsejable). Casi al final, la escena entre la hija mayor y la madre demuestra hasta qué punto puede llegar la crueldad y deja en claro algo que se sospechaba desde el inicio: que el instinto maternal es el más mítico de los mitos (pero también una de las ficciones más importantes en las que se apoya la reproducción de la especie humana... y su transformación en un absurdo es el más complicado de estos nuevos problemas que aquejan a la familia). Afortunadamente, quienes no han olvidado los beneficios de estar juntos son los artífices del espectáculo (quizá esa sea una de las razones de la buena salud de la que goza el teatro en Buenos Aires). No cabe duda de que La omisión... es el resultado de un grupo creativo que funciona por sobre cualquier individualidad, aspecto que, paradójicamente, contribuye a que cada uno se destaque en su desempeño. En efecto, cada uno de los actores comprende y esculpe su personaje inmejorablemente. La utilización de un registro de actuación naturalista es algo desdeñado últimamente, merced a su identificación con épocas pasadas. Sin embargo, La omisión... es la muestra más flagrante de que aún puede servir para decirnos algunas cosas. Lo que sucede es que requiere de un desempeño actoral a la altura de las circunstancias. Actores que se aprovechan unos a otros, con un alto nivel de conexión y de registro, como el que se percibe en esta obra. Y un devenir que transforma lo costumbrista en grotesco. La recompensa es un espectáculo excelente, que se divide claramente en dos partes. De poder elegir, es probable que la primera sea la mejor. Sucede que, a partir de que la escena pasa al sanatorio donde la abuela es internada, los tiempos se hacen más largos. La vivencia directa de lo que sucede en los vínculos es reemplazada por la estructura lineal y distanciadora de la trama, cuya función es la caracterización del destino final de cada personaje. Como corolario, se recomienda no desperdiciar la previa al espectáculo. Si se la sabe aprovechar, la caminata por el largo pasillo de departamentos se convierte en la entrada al mundo doméstico a representarse. Y el silencio solicitado durante la misma (para respetar el descanso de los vecinos) funciona como el mejor contrapunto a lo que sucede en esta familia...
Publicado en: Críticas

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