Viernes, 02 de Enero de 2015
Lunes, 23 de Mayo de 2005

Las bacantes

Las bacantes es una de las obras más controversiales de Eurípides. No porque sea la última pieza escrita por el dramaturgo, ni porque haya sido representada después de su misteriosa muerte, sino porque devuelve a la tragedia su carácter de ritual sagrado. Eurípides, de la mano de Sócrates, revistió de “psicologismo” al comportamiento de sus héroes, les dio discursos argumentativos que educaron a la polis y mostró la poca solidez de su fe en los olímpicos. Repudiado por Atenas se refugió en Macedonia y allí, influenciado por las religiones orientales mistéricas, retornó finalmente a los dioses. En esta puesta, Guillermo Cacace oscila entre la explicación positivista y la entrega al ritual, dando una nueva dimensión a la obra. No es habitual en mí contar el argumento, pero dado que se trata de un mito tan lejano en tiempo y espacio a nosotros, creo que es necesario. Dioniso, hijo de Zeus y la princesa Sémele, vuelve a su Tebas natal acompañado de su séquito (las bacantes) luego de un largo peregrinaje, con el fin de que lo reconozcan como dios, instaurar su culto y vengar la injusta muerte de su madre. Cadmo, fundador de Tebas, ha dejado el reino en manos de su nieto Penteo, primo de Dioniso, quien teme el caos que las bacanales puedan provocar. Por esta causa decide encarcelar al recién llegado, pero no puede controlar a las mujeres tebanas, incluída su madre Ágave, quienes posesas van al monte Citerón a celebrar orgiásticamente la llegada del nuevo dios. Finalmente Penteo, poseído por Dioniso, va a espiar a las bacantes; ellas lo descubren, lo descuartizan vivo y se lo comen. La pieza se cierra con el exilio impuesto por parte de Dioniso a toda la casta cadmea. Ya bastante complicado es el argumento, por lo que una puesta se transforma así en un gran desafío. Cacace decide ubicar la acción en un tiempo y espacio extraños. Estamos en un lugar que es mitad hospital, mitad clínica psiquiátrica y mitad manicomio foucaultiano. Los personajes son indefinibles en sus roles, médicos y pacientes se confunden. Y en el medio de esta desconcierto, el director presenta su idea: Dioniso y Penteo, a pesar de ser uno dios y el otro mortal, no son entidades separadas sino dos aspectos de un mismo organismo. Martín Urbaneja pone su cuerpo para los dos personajes, desdoblándose incluso en los diálogos, cosa que en algunos momentos lo supera. Sólo en la escena en que Penteo ya no es él mismo sino un poseso de Dioniso, esto es en la escena del travestimiento, el rey tebano adquiere cuerpo propio en la piel de otro actor. Pero ya es demasiado tarde porque en la escena siguiente será mutilado por las bacantes. La escena del despedazamiento es una de las más temidas por los puestitas pues debe ser lo suficientemente contundente como para convertirse en el centro de la pieza, pero a la vez lo suficientemente cuidada como para no quedarse en el mero efectismo. El director junto a la escenógrafa (Verónica Segal) optan aquí por un plano simbólico tan explícito como sutil, que se convierte en uno de los hallazgos de la puesta. Algo similar sucede con la labor del coro, que una vez más evidencia el trabajo de mesa del director. La multiplicidad de lenguas que utilizan (portugués, alemán, inglés y español) viene a simbolizar, nuevamente con sutileza, el carácter transcultural del poder dionisíaco. Lo mismo que el excelente desempeño actoral de Joaquín Bouzas en su papel de Cadmo, marcando el antes y el después de su práctica ritual. O la vuelta a la cordura de Ágave (Paula Fernández) con el descubrimiento macabro de que ha asesinado a su propio hijo. Así como ha tenido estos aciertos hay cosas que no terminan de cerrar, como por ejemplo el remitir lo dionisíaco a algo puramente sexual, evidenciado a partir del vestuario en general y de la actuación del coro en particular. En definitiva, una podrá estar de acuerdo o no con el director en su decisión de poner al dionisismo en el contexto de un hospicio, o de presentar lo orgiástico sólo en su carácter sexual y no como liberación de las máscaras sociales. Pero lo que es indudable es que Cacace ha reflexionado sobre la obra y sobre el tema (esto es evidente en su agradecimiento a Williams, Pasolini y Mann), ha tomado una postura y la defiende estéticamente.
Publicado en: Críticas

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