Sábado, 14 de Mayo de 2016
Sábado, 27 de Septiembre de 2008

El estreno de un director

Por Mónica Berman | Reportaje a Marcelo Velázquez

El año pasado me acerqué al teatro DelBorde a ver una puesta muy interesante de Criminal, de Javier Daulte. No conocía a su director, pero luego de esa experiencia me quedé con ganas de ver más. Este año se renovó la oportunidad: en el mismo teatro, el mismo director elegía una obra de Rafael Spregelburd, Destino de dos cosas o tres.
No vamos a decir que dos obras son tendencia, pero esa rara decisión de elegir obras de juventud de dos dramaturgos hoy absolutamente consagrados, despertó mi interés. Y cuando uno no sabe, ¿qué hace?: pregunta. Esta entrevista es el resultado de mi curiosidad.

-¿Cómo ingresaste en el universo del teatro?

-Me formé como actor en la escuela de teatro de Alejandra Boero en los fervorosos años 80, en la primavera democrática, mientras estudiaba la carrera de Letras en la U.B.A. La literatura y la actuación midieron sus fuerzas durante mucho tiempo. De las clases de literatura y de lingüística salía corriendo para mis clases de actuación, de danza o de canto. Tenía disociada mi cabeza, en el estudio sesudo de la Facu, de mi cuerpo, puesto en el teatro. Me confundía no saber cuál iba a ganar, hasta que sucedió lo mejor (muchos años de psicoanálisis de por medio): se hicieron amigos y comenzaron a convivir perfectamente.

-Lindísima época para estudiar. Todos soñaban con un futuro mejor, ¿no? Y decime: ¿cómo trabajaban con Alejandra Boero?

-En su escuela teníamos una formación muy rigurosa, aprendíamos con los textos clásicos, con los más importantes autores de todos los tiempos. Ése era nuestro material de estudio. Alejandra, por supuesto, dejó sus huellas, una pionera del teatro independiente.

-¿Y cómo sigue la historia de tu formación teatral? Porque ahora dirigís...

-Sí, en un principio hice talleres de actuación con Alberto Ure, Vivi Tellas, Mónica Cabrera, Teresa Sarrail, Augusto Fernándes, Verónica Oddó y Ricardo Bartis. Y en 2006 empecé con los seminarios de puesta en escena de Rubén Szuchmacher, un gran maestro. Fue un importante estímulo para incursionar, luego de muchos años de actuación, en la dirección teatral. Tengo que decir que siempre necesito seguir formándome, me gusta aprender y disfruto del lugar de alumno. Actualmente estoy feliz porque empecé un entrenamiento con Paco Giménez.

-Contame en qué espectáculos participaste, así como para armar la biografía (te podés fijar para no olvidarte de nada....)

- Y sí... ya hace unos años del comienzo...como actor, desde 1987, trabajé en La Srta. Jair de Michel de Ghelderode, con dirección de Mónica Cabrera, Fragmentos de teatro-3 piezas, de Samuel Beckett, y Los reyes, de Julio Cortázar (fue el estreno mundial en el mítico teatro Babilonia), ambos con dirección de Marsha Gall que hoy vive en los EE.UU. y es una especialista en performing arts. Desde1994 participé de los proyectos del Teatro Andamio 90: La fiesta del hierro, de Roberto Arlt, dirigida por Rubens Correa y Andrés Bazzalo, 1789, de Arianne Mnouchkine y Ángeles en América, de Tony Kushner (Parte I y II) dirigidas por Alejandra Boero y Julio Baccaro. Más recientemente actué en Harriet: Boceto sobre una inglesa de cierta edad, en el Ciclo de Operas Primas en el C.C. Rojas, y en la obra Vete de mí, de Patricia Suárez.

-¡Mirá vos! Te conocía como actor y no lo sabía. Yo vi varias de esas obras en Andamio. Tengo entendido que también formás parte de una compañía...

-Sí. Se llama Compañía de Teatro La Muda. La creamos en 1998 Teresa Sarrail, Sandra Torlucci, Yamila Volnovich, Uki Cappellari , Luis Dartiguelongue y yo. Ahí también actué en dos espectáculos: Penas sin importancia, de Griselda Gambaro y La mujer en el auto, de Felix Mitterer, con dirección de Teresa Sarrail. Hace cuatro años, en 2004, la Compañía logra tener su propio teatro, que es DelBorde Espacio Teatral, en San Telmo.

-También te dedicás a la docencia. ¿Cómo vinculás esta actividad con la actuación?

-La actuación y la docencia, para mí, siempre estuvieron de la mano. Creo que siempre fui docente. Me apasiona y me da mucha alegría el vínculo pedagógico, quizás porque tuve muy buenos maestros que me marcaron y me guiaron. Y además, hoy es lo que me permite ganarme la vida. Doy clases en el Departamento de Artes Dramáticas, en el I.U.N.A., Instituto Universitario Nacional de Arte, de actuación, dirección, semiótica del teatro y teatro latinoamericano. En esta diversidad pude ver, hace algunos años, que aquellas dos carreras que originalmente se peleaban, ahora confluyen armoniosamente, le dan coherencia a lo que hago y me producen mucha satisfacción. El pensamiento, el estudio, la lectura y la escritura son muy importantes en mi tarea de actor y director. Es muy productivo para mí hablarles a los estudiantes desde este lugar de productividad en el teatro. Pensamiento y acción como un todo en el campo del arte. No creo en la dicotomía teoría-práctica (de raigambre positivista y decimonónica) que muchos aún hoy se empecinan en promover.

-Está bueno eso, ¿no? Uno ama la docencia porque tuvo a su vez docentes que lo guiaron positivamente. Por otra parte, lo que decís respecto de esta concepción dicotómica entre la teoría y la práctica es absolutamente cierto, circula mucho más de lo que debiera. ¿Me contás, ahora, cómo te decidiste a dirigir?

-En 2007 me lanzo a la dirección casi sin proponérmelo. Me gusta mucho actuar y me resistía a abandonar ese lugar. Pero apareció Criminal, de Javier Daulte, primero como ejercicio con mis alumnos del taller de actuación, una muestra de fin de año donde, a partir de lo que estaba aprendiendo en el taller con Szuchmacher, probé algunas cuestiones que me interesaban en relación con el espacio y que después fueron la base de la puesta en escena del espectáculo. La verdad es que me convencieron mis amigos del teatro DelBorde. Llamé a mis amigos actores. Y de pronto tenía todo: la autorización muy generosa de Daulte, los actores, la sala donde estrenar. El equipo técnico-artístico también se entusiasmó con el proyecto. Y así, me vi de pronto en medio de un montón de gente que esperaba que yo diera indicaciones y tomara decisiones. Me asusté un poco y tardé en asumir el lugar del director. Me empezó a preocupar que fuera un texto con varias puestas anteriores, que incluso hubiera una puesta en otro teatro al mismo tiempo que la nuestra, tenía muchas dudas, pero volvieron a convencerme y me arriesgué. Es una nueva puesta del texto al que, sin embargo, no le tocamos una coma. Creo que lo más interesante de la obra son los procedimientos de construcción y me interesaba iluminar esos procedimientos en mi puesta, jugar con ellos, llevarlos a su máxima potencia. Probé y vi que funcionaba. El espectáculo superó todas nuestras expectativas. Llevamos ya 50 funciones y casi 2000 espectadores, que para el teatro independiente es todo un logro. Fundamentalmente por la permanencia. Vamos a cumplir un año de funciones a sala plena y pensamos seguir hasta fin de año. A fines de octubre vamos con el espectáculo al IV Festival de Teatro Iberoamericano de Mar del Plata, al cual nos invitaron. Es muy bueno esto de que al teatro independiente venga "el público de la calle", como lo llamamos nosotros. Porque si no, me parece éste está siempre mordiéndose la cola. Los espectáculos son vistos por los amigos, los familiares, los estudiantes de teatro, el público que siempre ronda por el teatro independiente, duran unos meses y bajan de cartel. Y todo significa mucho esfuerzo, incluso el económico, para durar tan poco tiempo y que siempre lo vean las mismas personas. Criminal es una gran satisfacción para todos. En cada función tengo ganas de salir a aplaudir yo al público por haber elegido venir a nuestro teatro de San Telmo a ver la obra. Hay funciones en las que tengo que bajar sillas del barcito porque no tenemos más lugares.

-¡Qué manera de estrenarse como director! No le pasa a cualquiera.¿Y la segunda? Porque reincidiste con otro dramaturgo argentino contemporáneo, exitoso, con una obra de su juventud, de su extrema juventud, digamos... ¿Por qué insistir con esto?

-Sé que es una responsabilidad haber tomado el material de Daulte y también Destino de dos cosas o de tres, de Rafael Spregelburd que es mi segundo trabajo de dirección y que acabamos de estrenar. Si bien son textos que fueron escritos hace ya casi veinte años, todavía los directores o actores no se les animan demasiado. Tanto Daulte como Spregelburd han escrito, dirigido y hasta actuado sus propios textos, y esto es una marca muy fuerte para emprender una nueva puesta. Pero pasaron muchos años del momento de sus estrenos originales y entonces rescato la idea de echar una nueva mirada sobre estos textos tan auráticos como sus autores. Por momentos me parece que hice lo que no se debía. Siempre es difícil saber por dónde seguir en el campo teatral, cómo ubicarse, qué es lo que corresponde hacer, cuál es la nueva moda. ¿Autores contemporáneos extranjeros? ¿Autores clásicos argentinos? ¿Clásicos del teatro universal? ¿Ser autor y director? ¿Ser actor-dramaturgo? Nuestro sistema teatral es tan vasto que parecería tener lugar para todos.
Pero creo que el termómetro en el teatro -y los que lo hacemos lo sabemos muy bien- siempre lo marca el público. Y el público disfruta mucho de estas obras. Los más jóvenes, porque no vieron las puestas originales y en muchos casos no conocían estos textos. Y los que las vieron, se interesan por ver una nueva puesta de estos autores. Los más resistentes son los críticos que en varios casos manifestaron un "cansancio" por tener que ver otra puesta de estos textos.

-Protesto...

-Bueno, otros nos acompañaron y con mucho entusiasmo. El público no se cansa de ver Antígona, Hamlet, El avaro, o nuevamente una obra de Armando Discépolo, Florencio Sánchez o de Griselda Gambaro. Yo mismo no me canso. Esto es lo más importante. Entonces, ¿por qué no volver con estos textos de estos autores que son todavía muy jóvenes y siguen produciendo, pero de los cuales ya nos separan muchos años? Creo que es la gran tarea que nos toca a los nuevos directores. De qué manera nos comprometemos con estos textos y, desde nuestra contemporaneidad, cómo podemos responsablemente iluminar otras zonas de estos textos permanentemente productivos. Y esto es un gran mérito de nuestros autores. No soy dramaturgo y no pretenderlo serlo por ahora, por lo tanto como director elijo trabajar con textos de autores. Y creo que es una forma de homenaje y de agradecimiento para con ellos.
No me interesa quedar estigmatizado como un "director de autores contemporáneos argentinos". Ahora fueron estos autores y estos textos. El año que viene estoy proyectando una puesta sobre un texto de August Strindberg. En definitiva, uno no elige los textos, lo más conmovedor es que los textos, de la época y de la nacionalidad que sean, lo eligen a uno y por algo. Este encuentro es el más interesante y productivo.

-Gracias. Y entonces nos veremos con Strindberg...

Publicado en: Notas e Informes

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