Jueves, 01 de Enero de 2015
Martes, 23 de Enero de 2007

Las máquinas no bailan

Por Ale Cosin

Además de admirar la belleza del arte del movimiento, en la danza, concretamente, ¿será posible percibir sensaciones kinestésicas sentados en la butaca? Estamos seguros de que sí, y de que, además, éstas producirían placer o dolor, se podrían mezclar con otras sensaciones y provocar empatía con el artista.

Es como si traspasáramos las pieles, como si comprendiéramos más allá de las palabras o representaciones dadas del mundo, ese otro mundo que se nos brinda. Puede parecerse a lo que vivenciamos cuando bailamos una danza folklórica o a aquello que se vive en las raves... Pueden ser experiencias totalmente nuevas, que nos saquen del ritmo uniforme de la percepción diaria. Es lo que se llama apercepción, y es lo que le da un sentido a lo percibido, capta una situación, ubica los distintos objetos registrados por la percepción -estamos siempre incluyendo el propio cuerpo, es decir la propiocepción- y los integra, dando la vivencia de contexto y situación. La característica de invariabilidad de la apercepción cotidiana, promueve también que captemos lo nuevo en lo familiarizado.

Ponemos a disposición el registro en vivo de un espectáculo Interieur Nuit de Jean-Baptiste André, intérprete y coreógrafo francés que nos visitó el año pasado, en el que, con una cámara puesta en un lugar estratégico, él jugó con la imagen filmada en vivo y su propio cuerpo en movimiento, en un espacio que replantea las tres dimensiones y la gravedad. Una serie de planos nos hace perder el punto de vista único.

Intentaremos ahora explicar de forma simple de qué se trata la percepción.

Comencemos por las células. Con frecuencia pasamos por alto que el cuerpo no es simplemente una colección de células esclavas. Cada célula satisface determinadas funciones, pero al mismo tiempo conserva toda su autonomía y combina ambas cosas entre sí. Nuestro cuerpo es un ordenamiento extremadamente complejo, formado por unidades autónomas, equilibrios multivariados sumamente delicados.

La mayoría de nosotros considera el funcionamiento de una célula de una forma prácticamente limitada, como si se tratara de una pequeña computadora. Pensamos que reaccionamos como pequeñas máquinas, apretando teclas; un cuerpo tal como si se tratase de unidades insumo-producto, determinadas externamente. Esto es una metáfora falsa llegada desde la física a la biología y de ellas a nuestra vida cotidiana.

Cuando comenzamos a percibir que hay modos individuales de desarrollo, nos damos cuenta de que esta capacidad es constitutiva del tipo de seres que somos. Sí, somos seres de comportamiento autónomo, con sistemas coherentes internamente, e involucrados en forma interdependiente.

No se trata de que el mundo externo no sea importantísimo, pero no podemos limitar lo interno a lo externo en la creación del mundo. El desarrollo de la mente, sin ir más lejos, no es posible sin su reflejo en otras mentes: el niño y el primer adulto que lo cuida. Lo primero que va a tener el niño es un sentimiento, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, la empatía. Para él, mover los brazos y verlos mover es una misma cosa. No puede tener sensación del propio cuerpo sin otro cuerpo frente a él, moviéndose. Podríamos decir que su percepción cenestésica (percepción interna de su cuerpo) está ligada armoniosamente con su percepción cinestésica o kinestésica (propiocepción del movimiento) y ambas a la percepción externa (sensorial: vista, oído, gusto, olfato, sentido somestésico: tacto, presión, temperatura, dolor), capacidad que anestesiamos tal como olvidamos la posibilidad de ponernos en el lugar del otro, o la capacidad de modificar la imagen dada del mundo.

Es evidente que debe haber un ordenamiento del mundo. Pero con ello no aceptemos que éste sea algo estable, inmutable, independiente, porque no podremos separarlo de nuestras acciones, de toda nuestra historia como especie y como sistema biológico. Que el mundo se nos aparece tal como lo vemos, no es nada sorprendente. Significa la sumatoria de experiencias acaecidas durante 3.500 millones de años de ordenamiento consistente. Al ver el mundo tal como lo vemos, olvidamos fácilmente que hemos hecho todo lo posible para reconocerlo del modo como lo hacemos. Presuponemos que esto ha sido así desde los comienzos de la historia humana.

Aquí, Alejandra Ceriani, la bailarina y artista plástica argentina, manipuló una cámara web con poca luz, para distorsionar un cuerpo en movimiento y así potenciar su expresión mínima. Téngase en cuenta que al hacerlo, mediante sensores, fue creando el sonido, una combinación extraña y muy particular que no podría repetirse idéntica.

Preguntémonos sobre la unidad de sujeto y de objeto, dudemos del supuesto de la existencia de ambos. Si tratamos de ver simplemente cómo ha sido construido el sistema nervioso, nos daremos cuenta de la imposibilidad de discernir entre lo que aparece en el sistema como objeto y el tipo y modo de construcción del sistema. Por ejemplo, el estado sólido visible de un cuerpo es inseparable del hecho de que existen circuitos sensomotrices perfectamente determinados. Al interrumpir dichos circuitos, se modifica la percepción que tenemos del mundo sólido, una cualidad fundamental de la sensopercepción. La noción de interdependencias internas (lo que hablábamos más arriba acerca de las células, pero también lo que decíamos del comportamiento del niño), conlleva una idea diferente acerca de cómo se establecen las interacciones, o sea respecto del tipo de contacto que se entabla entre el organismo y su entorno. En la teoría analógica (la del modelo de la computadora) el contacto se considera cuasi-físicamente: una fuerza, una presión -un estímulo quizás- impulsa el organismo a una determinada dirección. Pero, de hecho, este encuentro puede provocar muchas consecuencias, abrir muchas más alternativas que las presupuestas. El modo en que serán elegidas estas alternativas, decidirá la coherencia interna del sistema. El sistema dispone no de una, sino de muchas vías para seguir funcionando en su entorno.

En la vida diaria jamás cuestionamos esta constatación. Sería como si pudiéramos tener opiniones (pensamientos), por ejemplo, sobre las obras de arte, pero no sobre las formas, los colores o las texturas, que son también experiencias perceptivas. Las preferencias, juicios u otras imágenes o representaciones estables que dependen del aprendizaje y del entorno social, solamente conforman la parte visible del iceberg.

Esta nueva manera de comprender el funcionamiento de nuestro sistema, propone que las posibilidades de elección llegan hasta la base misma de la percepción, hasta el nivel fundamental de la organización celular. Incluso en estructuras celulares extremadamente simples encontramos aptitudes para enfrentar el medio circundante por la vía de las interpretaciones.

Y bajando la teoría a nuestro quehacer como artistas, concretamente, podemos pensar que por ejemplo, los estímulos visuales parecen influir sobre las neuronas de los sistemas sonoros y táctiles. Una afirmación así nos permite suponer que la sinestesia a diferencia de la kinestesia no es propiedad de algunos afortunados, si no que es una capacidad que podemos incentivar y gozar todos.

La sinestesia (ya no la cinestesia), es la mezcla de impresiones de sentidos diferentes. Es la capacidad de, por ejemplo, oír colores, ver sonidos, o percibir sensaciones gustativas al tocar un objeto con una textura determinada. La sinestesia es un efecto común de algunas drogas psicodélicas, pero creemos que también es un potencial del arte, de la experiencia estética. Por supuesto no queremos confundir esta forma de percepción con las llamadas respuestas condicionadas, que son experiencias psicológicas básicas, verificables en cualquier persona, en cualquier lugar, en cualquier tiempo, como la canción que nos hace revivir un viejo romance o el aroma del perfume que nos reaviva un deseo inexpresado. La sinestesia, en cambio, tiene que ver con sensaciones disparadas por estímulos que se vincularían de manera obvia a otros sentidos.

Entonces, los invitamos a ir a bailar, también a ver bailar, a vivir ambas experiencias con esta apertura de la mente encarnada a la que hicimos referencia.

Ponemos a disposición, por último, un registro de sala de teatro: Soledad Pérez Tranmar y Marcelo Villalba, bailarines y coreógrafos argentinos, en una creación de personajes que, si bien pueden aparecer como narrativos, tienen una cantidad de matices, movimientos crispados, sutiles, elocuentes y escondidos, que requieren de miradas muy atentas. Por ejemplo, fíjense en la posición de las manos, pónganse en el lugar de esos cuerpos. O también, cierren los ojos y escuchen cómo se ven.

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