Miércoles, 31 de Diciembre de 2014
Viernes, 01 de Abril de 2005

El sabor de la derrota

En la más absoluta oscuridad, Corvalán se ahoga en un acceso de tos que siempre parece ser el último. Reclama ayuda, la rechaza, se desespera y desespera a Eusebio, su hijo, quien lo asiste abnegadamente en ésta, la que será su última noche en casa. Afuera, el peón Bilbao busca un machete extraviado, sin saber que recibirá una visita inesperada. Con el correr de la obra, asistiremos a la privacidad del interior de la habitación del anciano a través de una ventana y un espejo: la atmósfera nostálgica y melancólica del piano deformado en el reflejo, le confiere un carácter casi onírico, uniendo la nostalgia del pasado con el anhelo de regresar. El contraste con la suciedad y fealdad imperantes en el resto de la casa es radical. Esas son las características de la realidad que rodea la habitación en la que Corvalán está confinado esperando la nada, esperando la muerte. Y por un momento parecerá esquivarla. El sabor de la derrota nos presentará la historia de una noche en la que se pone de manifiesto la decadencia de un personaje que se encuentra en el final de sus días y que lo ha perdido todo excepto el deseo, que no es otro que el deseo de vivir. No se trata de regresar a un pasado idealizado. No se trata de la posibilidad de una vida hermosa. No se trata de ser feliz. Sólo se trata de seguir viviendo. Aunque seguir viviendo sea tan sólo volver a vender chanchos o incorporar una presencia femenina en la casa. En algún punto, el comienzo de la derrota ya se esbozaba en el alejamiento de Buenos Aires, del centro en el que pasan las cosas importantes, alejamiento relacionado con la salud de Corvalán que ya empezaba a flaquear. En esta noche de principios de siglo, el deseo de Corvalán por seguir viviendo se opondrá con la aparente ausencia de deseo en su hijo. Para Eusebio, la salida tiene que ver con huir, con regresar a la gran ciudad, conseguir trabajo y alcanzar el progreso, simbolizado en ese tío que es exitoso porque apareció en el diario fotografiado junto a Juárez Celman. Antítesis de su padre, que ni siquiera puede dictarle unas líneas amables cuando se descontrola en medio de desvaríos que dejan entrever la rabia contenida que le provoca su ocaso. El grupo La Bohemia logra crear este universo desesperante mediante el excelente desempeño de sus cuatro actores, un espacio magníficamente resuelto a través de la escenografía y los objetos (entre los que sin duda los chanchos ocupan el primer lugar) y una dramaturgia sencilla pero contundente, en la que, a través de diálogos simples y naturales, se construye la compleja trama de la imposibilidad de escapar de la muerte o de la decadencia, si es que en el universo de la obra éstas son dos cosas distintas. La puesta juega con una gradación de matices que van desde lo sutil de una música que revive el pasado, hasta la repugnante materialidad de los chanchos sacrificados, dos cosas que, sin embargo, se unen en el deseo de estos hombres hasta alcanzar la misma entidad. El sabor de la derrota, que se presentó el año pasado en la sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín, inaugura esta temporada en un nuevo ámbito que encuentra definitivamente más asentada la creación de esta casa que se hunde en la ruina de una noche interminable. Pero todo esto sucederá luego. Ahora, Corvalán agoniza y su hijo lo asiste, mientras afuera, el peón que se quedará a cuidar al enfermo busca el machete perdido, antes de recibir una visita insospechada que quizá podría cambiar la vida de todos. Pero no lo hace. Y es esa la posibilidad que se esfumará ante la mirada inerme del padre y el hijo, a los que sólo les quedará el amargo gusto que deja lo que se escapa de las manos.
Publicado en: Críticas

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