miércoles, 17 de abril de 2024
Martes, 7 de diciembre de 2004

Ludocríptico: el juego de la inscripción

La nueva dramaturgia argentina ha dado frutos apasionantes y sumamente productivos, pero la velocidad de los acontecimientos hace que ahora esos “jóvenes autores” sean fuente de inspiración para otros más jóvenes aún. Tal es el caso de Ludocríptico, obra basada en Cuadro de asfixia de Rafael Spregelburd, Juego de damas crueles de Alejandro Tantanián y Eclipse de auto en el camino de Daniel Veronese. Tres historias que parecen no conectarse en el mundo de la lógica pero que en aquel otro mundo, el de lo irracional, lo onírico, lo mítico, encuentran sus puntos de reunión.

Derivada de una experiencia de taller, la obra está organizada en base a un personaje, LUM (la única mujer) quien guía al espectador a través de un espacio oscuro y cavernoso, hacia un mundo de sueños en donde los otros personajes son las piezas de un extraño Ludo. En un universo donde la palabra escrita está prohibida (el mundo de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury), la memoria se erige como salvataje del ser humano; sólo que en este caso la memoria oscila entre el recuerdo y la invención y está en manos de unos seres no del todo vivos, no del todo muertos. Es así como en definitiva se abandona la repetición del pasado, la memoria histórica, y se decide empezar todo de nuevo. Cuadro de asfixia es mucho menos optimista Fahrenheit 451: Spregelburd no confía en el ser humano y su capacidad de rescatar la historia; la repetición termina por asfixiar, por llenar de tedio la vida. Por eso en Ludocríptico la única solución es la creación de lo nuevo, con el riesgo de cometer otra vez los mismos errores del pasado. Los personajes están anclados en sus historias y de tanto repetirlas han terminado por confundir los roles y los hechos del relato.

Con una coreografía impecable de Sergio Sabater, las piezas de este extraño juego se combinan, se mezclan, se separan y vuelven a combinarse. No hay un orden diacrónico sino que sincrónicamente todo sucede a la vez, como en un sueño en donde, al final de cuentas, sólo quedan imágenes en el recuerdo que condensan y transfieren significados diversos. El juego de luces ayuda a fundar este clima entre real e irreal, creando penumbras y espacios de oscuridad. Pero junto con la música, pierde en su reiteración la fuerza del efecto onírico logrado al principio.

Como en casi toda obra recién estrenada, las actuaciones necesitan afianzarse y aceitarse. También es aquí la reiteración de clisés en los personajes lo que le quita fuerza al trabajo de los actores y lo que les impide incorporar eventualidades que está por fuera de lo marcado, como por ejemplo el hecho de que se caiga un dado del Ludo al piso, se apague (o directamente no prenda) una vela, etc. Están pendientes de la minuciosa coreografía marcada por el director y todavía no encuentran en ella el espacio para desarrollar plenamente a sus personajes. Pero sólo es cuestión de tiempo, de funciones, de asentamiento de la obra con público. Es una puesta que tiene una base muy interesante y que ha sido trabajada con mucho esfuerzo y cuidado: paradójicamente lo que necesita es desprolijizarse un poco, soltarse, entregarse al lenguaje del sueño que proponen. En definitiva, animarse a dejarse llevar por el ludocríptico con confianza, que la obra es lo suficientemente segura y el trabajo que realizan lo suficientemente serio como para jugar sin lastimarse.
Publicado en: Críticas

Comentarios