Sábado, 03 de Enero de 2015
Jueves, 23 de Septiembre de 2004

Contracciones

Estrenada en el ciclo de Teatro x la Identidad en abril de 2001, Contracciones salió a escena con un elenco de mujeres: Marta Berlodi y Laura Azcurra, dirigidas por Leonor Manso. A esta nueva versión, con Bertoldi y Nacha Córdoba, se agrega una cuota de energía masculina gracias a la dirección de Mario Pasik. En un espacio sumamente despojado (dos hamacas, un cazador de sueños, un lienzo blanco y una cajita de madera), se desarrolla una historia relacionada con los aspectos más deleznables de nuestro pasado reciente. La trama se intuye en los primeros cinco minutos, pero eso no impide la revolución interna que atraviesa al espectador durante toda la obra. Dos mujeres embarazadas que llevan un diario de sus conversaciones con el bebé para dejárselo como herencia, comienzan siendo dos historias paralelas que finalmente se unen: una (Laura) es la hija nacida en cautiverio de la otra (Andrea), que ha sido entregada a padres sustitutos que se esmeran en tapar este macabro episodio. Un relato semejante puede fácilmente transformarse en un melodrama de cuarta categoría lleno de golpes bajos, lo difícil es trabajar sutilmente sin perder el carácter de conmoción y denuncia ante el hecho. Bertoldi elogió un género riesgoso, pero que en este caso ayuda a mantener el relato: el epistolar. En estas conversaciones de las madres con sus hijas aún por nacer, se entremezclan nimiedades como los antojos de mandarinas o la discusión por el color del moisés, con pequeños indicios del aspecto trágico de la historia como el constante dolor de angustia que Laura siente en el pecho. En el medio, la búsqueda de la identidad a través del nombre y la pregunta por la herencia familiar (“¿Uno heredará costumbres y manías?”) establecen un lazo entre Andrea y Laura que perdura más allá de la muerte. En este universo femenino, los hombres son voces en off que personifican la ausencia. Marcos, esposo de Andrea, aparece en escena por medio de una carta. Pero no hay sentimiento de soledad pues, como ellas mismas dicen, gracias a sus hijas ahora pueden pensarse en plural. Un clima onírico atraviesa toda la puesta: desde la construcción despojada del espacio hasta la misma estructura epistolar de la obra. A pesar del cazador de sueños, la pesadilla entra en forma de sonidos (un motor de auto que permanece encendido toda la noche) e imágenes (Andrea, con su panza de ocho meses, aparece con los ojos vendados y encadenada en la hamaca donde antes jugaba). Los trozos espejos que cuelgan del cazador parecerían multiplicar el horror del que finalmente sólo se puede superar con la verdad, transformada aquí en una pequeña cajita con un ajuar de bebé: la memoria y el recuerdo. Signos escénicos muy simples que se metamorfosean, condensan la historia y narran allí donde las palabras no alcanzan. La obra adquiere así un lenguaje universal que a partir de Argentina habla a todo el mundo. No es casual que esta pieza ya haya sido traducida y estrenada en francés e inglés, más allá de los territorios de habla hispana. La puesta es un largo camino que todos atravesamos, para que en definitiva Laura pueda afirmar: “Yo soy yo”.
Publicado en: Críticas

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