Jueves, 08 de Enero de 2015
Jueves, 27 de Mayo de 2004

Los débiles

Por Karina Mauro | Espectáculo Los débiles
Música atonal ejecutada por los actores, sonidos arrancados de instrumentos confeccionados con objetos cotidianos que se vuelven extraños. Tal es el recibimiento que acompaña al espectador hasta su butaca. La posición ya es incómoda. Para verlos, el público debe esforzarse y mirar hacia arriba. Luego, se inicia una secuencia totalmente muda, en la que los personajes improvisan una danza extraña. A partir de allí, la obra se desarrollará en un intenso devenir de fragmentos hechos con palabras, gestos, acciones, objetos y sonidos, llevados adelante merced a una excelente escenografía, a buenas actuaciones y, fundamentalmente, a la totalidad del plano sonoro, conformado, no sólo por la música, sino también por los ruidos y la utilización de la voz en la repetición rítmica de pedazos de texto. El espectador debe percibir y conectar estos retazos para componer su visión de la obra. Nada le facilita la tarea. La recepción se torna activa producción de sentido.

Todo lo contrario les sucede a los débiles.

Perdidos en una comisaría aledaña a la ruta, una mujer policía intenta cobijar y educar a dos niños débiles mentales que han llegado allí luego de un accidente que los dejó huérfanos. “Resguardados” en una celda (que, constituyendo el mayor acierto de la escenografía, se compone de una jaula para animales), los niños reproducen mecánicamente lo que la mujer les repite (y se repite a sí misma) una y otra vez. Allí, la falta de libertad funciona como protección: la jaula, la autoridad autoritaria de la policía / madre, la imagen pseudo religiosa de la mujer, que se convierte en virgen para cuidar y vigilar a los débiles que han tomado su lugar. Ella también fue (es) una niña que perdió a su padre, al mismo tiempo que fue mutilada (castrada). Por momentos y gas mediante, se alucina con la oreja que le falta. Alucinación que le pertenece, pero que, mediante un simple y genial recurso verbal, es adjudicada a todos los espectadores. Nuestros ojos ven su alucinación como si fuera nuestra. De la misma manera, su padre moribundo se nos aparece, tan siniestro y amenazante, como apacible.

Como con cada niño que llega al mundo, el objetivo de esta figura maternal ortopédica es construir un nuevo mundo a la medida de los débiles. Un mundo sin sufrimiento. En el nuevo orden que pretende instaurar la mujer, las palabras no tienen valor, porque son también ellas, mera repetición de fragmentos sin sentido. Las únicas palabras importantes son aquellas que el padre alucinado le dice a la mujer cuando ésta le exige verdades. Son palabras dolorosas y terribles, que jamás fueron dichas, pero sí escuchadas una y otra vez. Es por esto, que poseer y utilizar la palabra no tiene sentido. En este mundo nuevo, no habrá palabras. Mejor será que todos sean mudos, que los puños tapen las bocas antes de que se atrevan a hablar.

Los Débiles transcurre en ese momento donde todo está por comenzar y por crearse, pero termina con la formación de futuros imitadores de lo idéntico. Los niños acaban copiando a la mujer como pueden y como ella les enseñó, con las mismas fallas y con las mismas debilidades. Los débiles no pueden salirse de ese discurso que los preexiste, de la misma forma en que tampoco puede hacerlo la mujer. Y es ese el punto en el que radica la mayor debilidad: en la imposibilidad de construir un nuevo discurso que evite la mera repetición de lo mismo.
Publicado en: Críticas

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