domingo, 28 de marzo de 2021
Jueves, 20 de mayo de 2004

Dignos de lástima

Luego de tres años de trabajo conjunto en la obra Carne de Crítica, Pazos, Pesqueira y Argento decidieron adoptar el nombre del espectáculo para formar su grupo y con esa base crear un nuevo show. Crítica mordaz dentro de una galería de personajes más o menos bizarros es el rasgo común entre ambas obras y el punto de partida de Dignos de lástima. El Beso, reminiscencia de viejo salón bailable con bola espejada y todo, está ahora poblado de mesas transformando el espacio en un café concert. Entre el vino, la luz tenue y los tangos que suenan entramos en un raro clima de fiesta colmado de expectativas. El show se hace esperar, pero finalmente cambian las luces, cambia la música y dos actores entran a escena atravesando al público. Vestidos de un negro neutro y sin caracterizar, estos performers suben al escenario y protagonizan un cómico desfile en el que van componiendo a los primeros personajes. En este inicial punto, ambos actores demuestran un histrionismo y un manejo del público muy bueno (hemos comprobado la gama de sutilezas de Pesqueira en la reciente versión de El burgués gentil hombre), que inmediatamente pone en clima a la sala. Se sucederán entonces 17 episodios con diferentes personajes (aunque algunos de ellos, como el cafetero gay interpretado por Pazos, sean en realidad un mismo episodio fragmentado) cuyo hilo conductor será una peregrinación hacia la Virgen. Las escenas transitan el humor negro políticamente incorrecto, desde patos caníbales pasando por monjas porristas fanáticas de “Erreway”, una Heidi vieja venida a menos que detesta a Clarita, hasta un limosnero trucho que reitera una y otra vez refiriéndose a su hijo: “Román no es un niño, es un niño enfermo”. Utilizan los más variados recursos entre los que se destaca ampliamente el musical: un trabajo vocal importante hace que, por ejemplo, salgan airosos de la escena de la ambulancia donde cantan una zarzuela y manejan títeres a la vez. Todo a una velocidad que no da tregua. Y con una sincronización entre los actores realmente admirable. A diferencia de otras experiencias en varieté (y no sólo en varieté), la interacción con el público está sumamente cuidada: si bien en algunas ocasiones transitan entre las mesas, no hay agresividad en ningún momento, algo también admirable y que posibilita disfrutar más del espectáculo. Es una obra muy bien armada en donde se percibe el trabajo de Argento, aunque un poco desprolija en cuanto a las transiciones musicales y con un ritmo altísimo constante que funciona muy bien en un primer momento pero que luego reclama un cambio, una variación, un quiebre. Pero esto no afecta al conjunto, pues la tosquedad general (no en sentido peyorativo sino retomando la idea de teatro tosco de Peter Brook) está armonizada. Sin embargo hay un aspecto moralizante en la última escena que se contrapone a la crítica ácida general, y que le agrega a la obra un aspecto didáctico que realmente no necesita. Pero por suerte esta irrupción de la moraleja que hace decaer un poco el show, es levantada en el saludo final cuando los actores vuelven a ser performers que mutuamente se tienen lástima.
Publicado en: Críticas

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