Lunes, 05 de Enero de 2015
Lunes, 29 de Marzo de 2004

Teatro, imagen y poesía. Esa difícil comunión.

En las últimas décadas hemos visto al teatro asociarse a todo tipo de artes desde la plástica a la culinaria, en un serio intento por renovarse y romper con los esquematismos impuestos desde el nacimiento de la modernidad. Los riesgos y los resultados han sido dispares, pero todo ha contribuido. Dentro de este intercambio de artes uno de los más peligrosos es la poesía, sobre todo por su estructura no narrativa, sus imágenes y sus textos metafóricos. Este espectáculo toma justamente ese camino de la mano de Verónica Médico, autora del libro “Amarillo intenso” en el que se basa la puesta y directora de la obra. Estructurada en seis cuadros, dos mujeres se cuentan mutuamente sus historias. Ofelia y Sirena circulan entre dos posibilidades teatrales en el marco de una escena despojada: el epos en tanto narración de las historias de Shakespeare y Homero, y la mimesis como la representación. Para la primera opción utilizan imágenes casi oníricas creadas por la luz azul que puebla el espacio, remitiendo también gracias a los sonidos, al mar. Los juegos de sombras nos muestran la otra cara deforme, estilizada de los personajes y de la historia y la palabra misma se hace presente gracias a las diapositivas que separan las escenas. Para la segunda opción está el uso de un muñeco (herencia y homenaje a Veronese), de masa, de flores. “Vestidos como palabras” dicen, y esto se transforma materialmente en camino de la metamorfosis. La Ofelia de Médico se transforma en la de Shakespeare, que siempre estuvo presente pero fue un vestido sin cuerpo. Y este encarnarse en el personaje propio lleva por fin al reencuentro con la identidad perdida, búsqueda que estuvo presente en la narración desde el principio. Sirena ya no puede cantar, es una diva sin voz, pero para Ofelia todavía hay tiempo. Guarda su identidad en una valija y ya no admite juegos: “Déjame pasar o mátame”. Lo único que queda de ella es una voz en off. Camino arriesgado el que eligieron para contar dos historias de amor, dejando a un lado a Hamlet y Ulises. Camino arriesgado con resultados dispares. La escenografía y la iluminación son lo más logrado ya que, como se trata de un escenario despojado con unos cuantos objetos, es gracias a ellas que se crean los climas y las transiciones. Pero a nivel de la puesta esto no es suficiente. A la obra le falta encontrar el ritmo, el tono adecuado, como diría Kartun ese interlocutor interno que le da vida. Comienza con una estética plástica interesante que atrapa al espectador, pero la reiteración del recurso termina por hacerle perder al público la concentración. Tal vez se deba a un problema en las actuaciones, que si bien tienen un buen trabajo de voz aún no logran pasar la poesía por el cuerpo, no logran apropiarse plenamente de las palabras, por lo que no llegan a la platea con la fuerza suficiente como para mantenerla dentro del espacio de ensueño que la obra propone. O tal vez sea problema del texto, que genera imágenes más débiles que las de la puesta, y su musicalidad no alcanza para contrarrestar este efecto. Sea como sea, se trata de una puesta dispar pero sumamente osada y peligrosa, que refleja el esfuerzo de las integrantes del elenco y que tiene suficiente material como para seguir trabajando durante bastante tiempo más. Dada la gran formación de todas las integrantes, lo más difícil quizás sea dejar un poco de lado la mente para poner un poco más el cuerpo.
Publicado en: Críticas

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