Jueves, 01 de Enero de 2015
Lunes, 30 de Junio de 2003

El espacio “límite” como suceso

Secreto y Malibú parece quedar constituida por su “espacialidad”. Tanto en términos escenográficos y de puesta en escena, como en términos corporales. Dos mujeres –que probablemente estén en un descubrirse como tales- se encuentran en un espacio abierto, campestre. El tiempo es el del recreo, y aprovechan para hacer del ocio una oda a la actividad lúdica. El juego de ellas es el propio cuerpo, con los ritmos y las posibilidades que éste experimenta en relación con el suelo y el otro cuerpo. El límite entre la espacialidad interna y externa con parámetro en “lo corporal” (es decir: el cuerpo del bailarín generando una espacialidad que va construyendo la dramaturgia, el texto corporal) se complementa con un espacio liminar que también es transitado singularmente. Ya es un poco redundante seguir haciendo esfuerzos -a esta altura de los acontecimientos- en clasificar la danza-teatro, o danza, o teatro, pero sin embargo son pocas las obras que piden revisar tales conceptos o superarlos. Secreto y Malibú se ubica de un modo tan específico, tan particular, que es Secreto y Malibú y nada más, con toda su singularidad. Las bailarinas (Leticia Mazur e Inés Rampoldi) narran, y esta es la formula que probablemente haga trascender el evento y convertirlo en un “suceso”. No importa el límite como clasificación porque no la necesita para ser nombrada, solo necesita de ella misma ya que su funcionamiento es autónomo. Es más, justamente en ese límite se hace hablar una poética; en ese forcejeo entre dos disciplinas. Así es como queda definido el nombre: “Secreto” es una manera de decir, un “tipo” de movimiento. Durante los ensayos se definió “secreto” a los movimientos pequeños que se ejecutaban casi sin moverse. Y si lo que es pequeño y sutil se traslada a la palabra, es decir, la palabra con poco “espacio” para el movimiento, pues entonces el “secreto” es su modo, su tono, su calidad existente. Y Malibú quizás sea (por no atreverme a interpretar arbitrariamente) eso que del secreto no se llega a descifrar. Claro está que estos dos nombres sustantivos engloban a cada una de las bailarinas como mundos posibles, con la red de posibilidades que generan a partir del vínculo entre ellas y con el ambiente: Una bailarina señala su pie cuando baila en el medio de los movimientos de una secuencia. La otra interrumpe su partitura para aferrarse a un árbol que la conecta con la tierra. Por contradicción, al rato busca las alturas en el techo de la casita para experimentar el vértigo de una decisión fatal que nunca llega. Cada una tiene su “secreto”, su modo de decir, y cada una tiene su Malibú, el contenido de ese secreto, la trampa de la significación, que por momentos se impone desde la puesta y por momentos se deja suspendida responsabilizando al que mira. Ellas son dos “personajes” –Secreto y Malibú- y también son bailarinas que se hacen cargo de una narración...Esto es muy importante para los bailarines, ya que en general, en las puestas de danza parece que la intención narrativa que hay por detrás los supera, está más allá del que ejecuta y por eso muchas veces los condena. Pero también pasa mucho en el teatro; la narración muy pocas veces es “carnadura” teatral. Es que en este caso está muy claro que el proceso de creación es responsabilidad de un equipo. Tanto las bailarinas como la directora (Diana Szeimblum) son responsables de lo que vemos, sin que esto quite la delimitación clara de los roles de cada uno. Para esta idea de “relato” es fundamental la consciencia de “partitura”. Pareciera que la espacialidad esta creada a partir de una necesidad de transitar el escenario en un tiempo pautado, completamente calculado. Casi sería un “tiempo hablador”, que por su ritmo se la pasa diciendo de sí mismo y de las texturas de este encuentro simple y trascendente a la vez. La música (Axel Krygier) colabora con el transcurrir. Refuerza y conmueve en los distintos momentos. Las bailarinas se cargan con una sensualidad muy interesante porque esa especie de niñez confusa que presentan se confronta todo el tiempo con una peligrosidad femenina casi violenta que funciona de un modo muy profundo. Así, el desempeño de éstas funciona armónicamente con la música y el vestuario. Las ropas que llevan se comprometen con la calidad del movimiento (Los cierres se abren cuando tienen que abrirse. Los cierres llegan hasta donde tienen que llegar. Las bombachas se bajan y eso alcanza para sugerir, para abrir un mundo). Secreto y Malibú es una obra que construye desde lo simple una gran complejidad.
Publicado en: Críticas

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