Jueves, 01 de Enero de 2015
Miércoles, 06 de Marzo de 2002

El ángel azul tornasolado

Por Andrea Mochnach | Espectáculo Marlene
CARLOTA: El tiempo no existe PONDELIEVRE: Tal vez, pero sí existen los espejos Jean Anouilh, Cher Antoine Como bien lo explica Edgard Morin en su texto “Las estrellas de cine”, el período de 1920 a 1931/32 es la era gloriosa del star system donde grandes arquetipos polarizan la pantalla: La virgen inocente o traviesa, la vamp – salida de las mitologías nórdicas - y la gran prostituta – salida de las mitologías mediterráneas- se funden en el gran arquetipo de la mujer fatal. Luego de este período la virgen inocente se transforma en la girl femenino-masculina y la vamp cae en decadencia. Surge así, la good-bad-girl, mezcla de vamp –por su apariencia de mujer impura-, y la virgen –que al final del film revela sus virtudes de bondad y alma pura-. Las nuevas estrellas poseen así una erotización mayor y se vuelven también estrellas vocales por la incorporación del canto. Todo este proceso parece describir con bastante precisión a aquél cuyo “producto” final fue esa gran diva del cine conocida como Marlene Dietrich, emulada hasta el día de hoy por distintas figuras del cine y la música. María Magdalena Von Losch, nació el 27/12/1901 en una población cercana a Berlín, y trabajó en cabarets como cantante y bailarina. Debuta en 1923 con Der Kleine Napoleón y llega a la fama con el que luego sería su amante, el director Joseph Von Sternberg en el inolvidable film “El ángel azul”. De allí en más su carrera tiene un giro inesperado al aceptar una oferta para filmar en Hollywood y al poco tiempo desatarse la 2da. Guerra Mundial. Marlene fue transformándose poco a poco en una gran estrella y en ícono de la libertad sexual –que comenzó con el tranquilo uso de pantalones para la vida diaria y en los films, en una época en la que esto era considerado inmoral para una mujer, y alcanza su máxima expresión en la aceptación natural de su bisexualidad con una lista interminable de amantes hombres y mujeres-. Llegó a realizar 54 filmes y se destacó en la ayuda a las tropas aliadas contra el nazismo –situación que muchos alemanes tardarían en perdonar, inclusive su tumba en Berlín fue varias veces profanada-. Pam Gems, dramaturga inglesa que ya fuera conocida anteriormente por la obra “La Piaf” que exploraba la vida de Edith Piaf -una de las amigas más entrañables de Marlene-, decidió escribir una obra sobre la gran estrella alemana-norteamericana. Pam Gems es considerada por algunos críticos como una de las autoras “feministas” de la actualidad y su “Marlene” fue puesta en escena en 1999 en el Cort Theatre de Londres bajo la dirección de Sean Mathias. En Buenos Aires, Kado Kostzer realiza una versión de la obra que estrenó en octubre de 2001 en el teatro del British Art Centre, como homenaje por el centenario del nacimiento de Dietrich. Hoy se reestrena esta obra en el mismo teatro teniendo a Regina Lamm como protagonista de tamaño desafío. La obra se centra en la vida de Marlene en la década de 1970, cuando la diva todavía se encontraba en actividad dando recitales en un escenario parisino. El texto dramático focaliza en la ardua tarea de deconstruir el mito de la diva. De esta forma, intenta dar cuenta del proceso de construcción de ese divismo, como así también del terrible poder que éste ocasionó y ocasiona en las llamadas “estrellas” del espectáculo. Es así que, Pam Gems aborda el lado humano de la estrella, aquél en el que las debilidades, los miedos, flaquezas y miserias se hacen presentes e irrumpen como la monstruosidad que subyace a lo bello eterno que conmemora toda estrella. Allí radica el punto más interesante de este texto que permite reflexionar acerca de lo que significó el conocido star system y su perverso modo de producción de luminarias. ¿Qué pasa cuando la cámara se apaga y solo queda la simple realidad? ¿De qué manera y bajo qué costo los actores debieron sostener la pesada estructura que se erigió sobre sus hombros –su rostro? ¿Cómo sobrevivir sin la adoración? Así vemos las líneas que conforman el tornasolado azul del ángel: una Marlene que duda constantemente si salir o no a escena, que no soporta ver su rostro envejecido, que llora como una niña porque no recuerda la letra de las canciones, que es obsesiva de la limpieza, como así también a la Marlene que paga para que le lancen flores desde el anfiteatro, la que tiene una manía perfeccionista que enloqueció a fotógrafos, directores y músicos, y que manda con un autoritarismo prusiano a todo aquél que la rodea ya que “Soy Marlene, cumplí con tu deber querido”. “Marlene” se presenta con aires de musical ya que la obra representa las horas previas a la salida a escena de la gran diva para dar un recital en París, y el acto final es el recital propiamente dicho. Aquí se produce una leve transformación, donde los espectadores de aquella obra “Marlene” pasan a ser metaespectadores del recital que la estrella ofrece. Así se interpretan las canciones que dieron fama a Marlene en su trayectoria como: “Lola”, “La vie en rose”, “Lili Marlene”, “Jonny” y “Falling in Love Again”. Este último recurso resta dramatización a la obra por la cantidad de canciones que se interpretan ya que producen un aletargamiento de la intensidad dramática lograda anteriormente. Asimismo, denota una falta de decisión en la dirección artística debido a que la obra queda en la mitad de camino entre una obra dramática y un musical. Esto lo acentúa el hecho que la actriz que protagoniza la obra no cuente con la experiencia musical necesaria haciendo que la interpretación de las canciones resulte algo forzada. Quizás esto no ocurra si el desenlace de la obra se hace con una sola canción –paradigmática- que cierre a modo catártico la fábula de Marlene. Considero este punto algo importante a tener en cuenta ya que la obra está trabajada poéticamente dentro del realismo, con lo cual se hace imprescindible desde esta postura, lograr en las canciones esa expresión sobria que con matices de ironía, dejadez erótica y emociones nostálgicas lograba Dietrich. Regina Lamm interpreta bien a Marlene en su rol de estrella donde una gestualidad estereotipada puede respaldarla. Sin embargo, la tarea más difícil que debe abordar una actriz que se ponga en la piel de Marlene es la de la ambigüedad, la tensión entre el personaje y el ser -con la fricción interna que todo esto ocasiona- y sobretodo su figura andrógina. Esta tarea está emprendida en el trabajo de Lamm pero necesita un pulido que le permita pasar por estos distintos estados más naturalmente. De esta manera, el espectador podrá vivenciar la humanidad subyacente en la estrella. Esto es de vital importancia ya que la obra indaga sobre cómo los personajes de los films contaminan a las estrellas y recíprocamente la propia estrella contamina a sus personajes, produciéndose una confusión entre el papel y el actor, en una especie de dialéctica de interpenetración. Con este fin los distintos sistemas semióticos como las luces, el vestuario y el maquillaje son utilizados para lograr despersonalizar a la estrella y luego superpersonalizarla. Su vida ya no le pertenece porque fue regalada a la vida del mito que día a día construye la estrella y su entorno. La diva se deglute todo lo que pueda quedar de verdad en esa individualidad que la soporta trasformando así la semántica de “vida” en “diva”: un despliegue para la psicología del desdoblamiento. Así también, en la puesta en escena de Kado Kostzer, las luces – de Jorge Merzari con contraluces y cenitales con uso de filtros rosas y azules que combinan con la escenografía que cuenta con biombo y sillón de tapizado rosa-, el sonido y el vestuario –pregnancia del blanco y el rosa en Marlene- juegan un papel de importancia al remarcar el contexto estelar de la diva. Se suma a esto el maravilloso traje final realizado por Manuel González, imitando un vestido real utilizado por la actriz en su apogeo. Volviendo a Morín, “el verdadero problema es el de la confrontación del mito y de la realidad, de las apariencias y de la esencia ... la estrella no puede escapar de su propio vacío más que divirtiéndose y no puede divertirse más que imitando a su doble, imitando su vida de cine”. Así también, el personaje de Marlene dirá en la obra: “Mi vida está en películas enlatadas”. Un excelente recurso de la obra es el personaje de Mutti –un muy buen trabajo de Ellen Wolf-, la vieja sirvienta que acompaña a Marlene y contra quien ésta golpea su ferocidad pero también sus lágrimas (Jean Cocteau diría de ella: “Comienza con una caricia y termina con un latigazo”). Es interesante lo que Mutti connota metafóricamente ya que “mutti” significa, en la fonética de algunos dialectos alemanes, madre/madrecita – de mutter, madre- y a su vez el prefijo “mut” significa coraje, valor. Mutti es la única persona que conoce a la verdadera Marlene, aquella que sufre por tener que mantener el milagro de la eterna seducción ("Doy al público lo que quiere. En mi caso, le entrego mi belleza") ya que su entrega total para mantener la ilusión de la juventud se cobró el amargo precio de una terrible soledad. Pero Mutti es el recuerdo viviente de aquella Alemania de la que Dietrich se exilia, es el abrazo tierno, desinteresado y además es una sobreviviente del horror de Auschwitz. Hacia el final de la obra, Marlene logra una vez más su cometido: ser adorada, estar viva en la memoria de su público, una vez más sus palabras resuenan en el pasillo de un teatro antes de salir a escena: “Vamos a engañarlos de nuevo!”.
Publicado en: Críticas

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