Miércoles, 08 de Abril de 2015
Sábado, 13 de Octubre de 2001

El punto fijo o la inmovilidad del estado

Por Lucía Tebaldi | Espectáculo El punto fijo
Dos hombres pescan, cada uno sobre un margen del río, construido a partir del sonido off del agua que corre. Estamos frente a uno de los momentos más interesantes de "El punto fijo" que se está realizando en el Teatro Palermo Viejo, dirigida por Hugo Men con Julio Suárez, Gabriel Pupy Collazo, Manuel Longueira y Sacha Etcheverry. Dos hombres, Abelardo y Alcides, habitan dos espacialidades incongruentes. Dos estados (políticos y de la materia) que son sucesivos en el tiempo (al día le suele suceder la noche- al menos en este planeta) se presentan simultáneos en un mismo ámbito escénico. Primer efecto de extrañamiento, reforzado a su vez por el volumen que los actores imponen a los primeros textos y la sensación de dos espacios desarrollándose en universos paralelos. "La línea es tan fina" dice uno de los hombres y en primera instancia, esto alcanza para plantear la idea de dos formas de estar en esos mundos estáticos donde el tiempo parece haberse detenido. Pareciera ser que entre ellos se abre un río inmenso, de muchas millas y sin embargo sólo un metro los separa. "...yo no me cruzo, me mata el punto fijo, el reflejo..." Dos mundos cristalizados en un presente perpetuo por un núcleo -sol- satélite que permanece inmóvil. Como un dios fuera de campo que los acecha y les impone creencias, normas, presupuestos, el punto fijo crea en esos hombres dos formas de concebir la historia, de leer las tradiciones, dos maneras de relacionarse con la naturaleza. Imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida. Una interesante propuesta escenográfica plantea como cuestión ineludible la idea de concepciones de mundo, de posibles paradigmas (con todo lo que eso trae acarreado). A la verticalidad de los juncos gigantes del espacio lumínico se opone la horizontalidad de "los roquedales", esferas que pueblan un desierto desolado y nocturno. Por su parte, el texto dramático (entendido en forma restringida) intenta abrir hacia zonas de cierta extrañeza, menos cotidianas y arriesga una desnaturalización del discurso planteando la problemática de la relación entre las palabras y las cosas. La puesta en escena de los juegos de lenguaje expone el desfasaje, la brecha abierta como ese río que separa los mundos, entre significantes y significados. "Vamos" dice uno de los hombres "¿A dónde?" "no, es una manera de decir" retruca el primero. Simple demostración de que el hombre es lenguaje, en tanto su mundo, sus hábitos y usos están contenidos en su relación con las palabras. El único pájaro que no migró mira al punto fijo desde hace quince años, gatos que pasan de un lado al otro, una marca que mide la cantidad de agua de un río que se va vaciando o siempre estuvo seco, todos signos que auguran movilidad y cambio. Sin embargo, dos concepciones supuestamente antagónicas terminan revelándose idénticas, dos mundos gemelos que responden a la lógica del orden. Dos hombres temerosos ante la desaparición del límite que hace de corteza protectora a sus burbujas- mundos asesinan al personaje que intenta traspasar la frontera. Se trata de un agente que supuestamente amenaza la ideología que sostiene la oposición de espacios, ideología que mantiene el estado de inmovilidad y la inmovilidad del estado. A medida que la obra transcurre se nos plantean varias preguntas producto de cierta arbitrariedad o ambigüedad que atenta contra el delicado universo que propone el director. ¿Por qué el personaje que vive en la oscuridad no tolera la luz del cigarrillo encendido y sí el de la vela- farol? ¿Los roquedales son esferas livianas y volátiles que se mueven con un golpe ¿premeditado? del actor o son rocas inmutables que permanecen fijas a la tierra desde tiempos remotos? Nimias preguntas, que surgen también de una lógica realista y tal vez no deberían tener lugar en estos párrafos, se relacionan con un interrogante que hace tambalear la estructura de base de la obra: ¿Cuál es el territorio que genera "El Punto Fijo" para establecerse como sistema propio? La obra produce un movimiento de repliegue sobre sí misma, como si fagocitara su propio cuerpo eligiendo una línea de actuación un tanto plana y unilateral y acciones no del todo precisas. Y aquí estamos frente a un problema de códigos y convenciones. El planteo escenográfico e incluso la gráfica del tríptico del programa piden a gritos leyes propias y códigos precisos o precisos en su misma arbitrariedad- (¿por qué no pensar en una estética de lo impreciso y lo ambiguo?) que generen una lógica autónoma, distinta a la del realismo. El punto Fijo reclama un lenguaje alternativo que desarrolle la propuesta de apertura, que ella misma contiene en forma de brotes, hacia esas zonas menos naturalizadas y cotidianas. La propuesta es pretenciosa en la medida en que plantea como motivos, las cuestiones del poder, de las concepciones de mundo, de las historias heredadas, de los presupuestos ya incorporados y sobre todo porque desprendida de éstas, expone la cuestión del lenguaje sin poder anclarla en los recursos formales de los que se sirve. ¿Por qué entonces la obra no termina de concretar un salto a la garrocha sobre la historia comprada y vendida como nos dice Cortázar en el programa? Si imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida (algo que la obra parece esbozar en ciertos aspectos de la puesta), una concepción de mundo implica la elección de un modo de representación y es en este punto (fijo) donde la obra no logra crear un lenguaje propio. Lo fijo se vuelve entonces la imposibilidad de concebir otro paradigma vehiculizado en otra forma de representación, de desnaturalización de nuestra anquilosada forma de percibir el tiempo y el espacio de nuestro mundo de referencia. Y es que para imaginar una forma de vida, una concepción de mundo- la obra como universo ficcional con sus leyes y códigos- y una posición ante la historia hay que poder imaginar un lenguaje- estético, formal- propio.
Publicado en: Críticas

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