Domingo, 11 de Enero de 2015
Miércoles, 01 de Agosto de 2001

Un actor que produce sombras

Un actor al fondo, en una esquina. Espera sentado en una pequeña silla. Los espectadores vamos acomodándonos y él nos mira. Paciente, espera. El espacio despojado, entre paredes blancas ilumina su rostro. Una valija. Solo. La presencia del actor atrae nuestra mirada. “La cruzada de los niños” (basada en el relato del escritor francés Marcel Schwob) es un unipersonal donde director (Adrián Canale) y actor (Marcelo Subiotto) investigan en la palabra y en la narración haciendo hincapié en el trabajo del actor-narrador, muy parecido a la figura del juglar, el contador de cuentos. Este narrador, en el plano de la historia, nos cuenta la leyenda de unos siete mil niños que partieron, motivados por su fe, desde Alemania, dirigiéndose a la Sagrada Ciudad de Jerusalén. Se dice que nunca llegaron: fueron vendidos como esclavos, naufragaron, nunca pudieron embarcar... Mas allá de la anécdota de la triste historia, lo interesante de la puesta resulta de cómo este actor se las ingenia para atraparnos en su relato, del trabajo que se plasma en cuerpo, voz, presencia, y sobre todo en el trabajo pre-expresivo que se revela como significativo en este espectáculo. La presencia del actor, la manera en que maneja su cuerpo, su voz, nos lleva a reflexionar sobre el trabajo del actor. Por momentos no importa ya la historia, sino cómo es contada por él. Se produce la sensación de que nos gustaría escuchar y ver cualquier historia que interprete. Un actor que produce poesía en el espacio de la escena. Como diría Eugenio Barba “el comportamiento pre-expresivo del actor son distintos modos de indicar una misma realidad de acción que proyecta diferentes sombras”. Las técnicas extra-cotidianas del cuerpo son las que tienen relación con la pre-expresividad. Como eso que el espectador percibe, pero el actor va construyendo en el proceso de trabajo, más allá de cualquier espectáculo. Tal vez por ser un espectáculo basado en el despojo y en la sencillez, como principio a investigar, hace que surja con tanta fuerza el hecho de las relaciones y posibilidades de significados que se desprenden de una presencia escénica. La puesta se plantea con una escasez de recursos y una simpleza, que resalta por un lado la figura del juglar y por el otro se desnuda el universo poético de este actor sobre el escenario. La puesta se dirige, de alguna forma, a apelar a un espectador que se imagine, a través de lo que sugiere el actor, las diversas situaciones que se suceden en esta historia. Así, cada movimiento, cada acción ejercida, lleva a la representación mental que se hace el espectador, más que a la representación escénica real de los acontecimientos. Todo esto producido por un actor que nos permite la posibilidad de poder hacer estas representaciones porque su representación es la que esta llena de resonancias. El actor, por un lado, es narrador de la historia, pero también va interpretando los diversos personajes que tuvieron relación con el viaje de estos niños. Interpreta a un cura, a un leproso, al escribiente y al Papa Inocencio III. Cada uno de estos personajes cuenta la versión o su punto de vista de estos hechos. La música muta en canto que compone el actor. Canto gregoriano, que funciona como transición para pasar de un personaje a otro. Transición del cuerpo que muta también para componer otro cuerpo. Es interesante como las manos irradian el carácter de cada personaje El mundo de los niños se ve plasmado en la puesta a través de algunos objetos. Una pequeña valija, varias velas pequeñas, una silla pequeña, un pequeño acordeón. Cada elemento es objeto que significa estar entre niños. Mostrar y transmitir la fragilidad, el juego, la inocencia y la creencia que transmiten los niños en su viaje. Oponéndose a esta construcción tenemos el mundo de los adultos plasmado en los personajes del leproso, el papa, el juez, que se traduce en la perversidad, la envidia de este “otro mundo”. Este juego de oposiciones traduce relaciones de dominación. Los pequeños parecen no tener muchas opciones. En la simpleza de “La cruzada de los niños” alienta el espíritu. Un actor que maneja las palabras, el canto y su cuerpo como sombras. Encarna estos personajes en la presencia simultánea de opuestos, contradicciones que se encarnan en su cuerpo. El grupo La Dudera nos permite anhelar más de sus historias...
Publicado en: Críticas

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