Domingo, 04 de Enero de 2015
Miércoles, 28 de Febrero de 2001

La energía de la confusión

Bardo, según el budismo, es el estado intermedio entre la vida y la muerte. Este ámbito (de claridad, oscuridad y penumbras) desde siempre plantea un enigma de resolución incierta. Las zonas intermedias, las bisagras, las zonas de indeterminación, son las que posibilitan adquirir una sabiduría amplia y rica. Bardo es ese lugar (en sentido metafórico, ya que casi se podría hablar de un no-lugar) en donde se despliega lo mas oculto, e inexplicable, de nuestra mortal existencia. A pesar de lo enunciado, el espectáculo no llega a habitar la siempre rica tierra de la indeterminación, y sucumbe al estéril barro del vicio explicativo (propio de la más reaccionaria modernidad occidental.) Bardo (La puerta de la tierra pura) surge como una articulación entre el concepto budista y textos de Fernando Pessoa, Federico García Lorca y nuestro Oliverio Girondo. Silvana Correa y Mariano Dossena parten de una idea amplia, y que brinda una interminable cantidad de posibilidades, pero que no guarda grandes puntos de contacto con estos escritores comprometidos con la modernidad. El error conceptual básico en el que caen estos jóvenes directores es que confunden ese estado intermedio entre la vida y la muerte con la muerte misma. El espacio intermedio abre y siembra, por lo menos, dos posibilidades. La muerte clausura, produce una puntuación, y brinda cierto cierre de sentido. (Es paradojal, y necesario, pensar que el sentido se clausura a partir de algo que carece de explicación). En el espectáculo conviven una serie de textos fragmentados (generalmente extractos de poesía de los autores mencionados) que, muchas veces, caen en la trampa de una mala dicción (como es en el caso de los enunciados por Silvana Correa), o se pierden con los tonos exacerbados de Mariano Dossena. Lo más sobresaliente de Bardo se da en el nivel visual que, con recursos escasos e inteligencia, alcanza algunos momentos de particular encanto y belleza. A pesar de estar estructurado por textos de fuerte contenido literario, el espectáculo por momentos se escurre de las arenas del teatro y desemboca en el deleite visual de la danza. Ahí es justamente donde Bardo alcanza su objetivo, y desarrolla la atmósfera que tanto le interesa construir. La dualidad, oriente-occidente, hombre-mujer, vida-muerte, tiene su correlato metalingüístico en la dualidad drama-lírica. Bardo esta construido con un cuidadoso equilibrio entre lo teatral y lo poético. El teatro y la poesía tienen una vieja historia de enfrentamientos y encuentros, situación similar a lo que ocurre en la relación cultural entre oriente y occidente. Los directores tuvieron buen ojo para descubrir al limite como un buen punto de partida para una investigación profunda, pero caen en los vicios de la dominación occidental, y en la falta de conceptualización del teatro argentino. Así, el espectáculo se convierte en una mera apología de la utilización y aprovechamiento del tiempo vivido. Esta es la maniquera respuesta que los actores nos brindan ante el misterio y la tragedia de la vida. Concepto que guarda mas relación con la mentalidad capitalista y burguesa de occidente, que con la espiritualidad y el Nirvana. Básicamente, y por desgracia, Bardo no escapa a la trivialidad con que occidente se apropia de las ricas tradiciones orientales.
Publicado en: Críticas

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