Viernes, 06 de Octubre de 2017
Miércoles, 24 de Abril de 2013

Un melodrama entre la historia y la ficción

Cuando una propuesta es profundamente rica, siempre existen modos diversos de “entrar” en ella. Es innegable la existencia de una serie de elementos constitutivos de la puesta en escena que tienen su correlato referencial: Fanny Navarro, los temas musicales que se  cantan, el radioteatro, por nombrar tres que son centrales. Qué me has hecho, vida mía se autodenomina, además,  melodrama radioteatral.

Ahora bien: si lo más evidente en la puesta es la investigación histórica en múltiples sentidos: la vida de Navarro, la época en términos sociales y políticos, el cine, la radio, el radioteatro, incluidos, claro está, un modo de actuación (que María Merlino lleva a un sitio  maravilloso) y la reconstrucción de una serie de efectos sonoros (a cargo de Joaquín Segade en un espectacular trabajo), podría decirse que, justamente, a través de este conocimiento, de lo que parecen evadirse el espectáculo es de la reconstrucción arqueológica.  
Por otra parte,  la autoclasificación es decididamente falsa. La razón es sencilla: si hay algo que no puede ser Qué me has hecho, vida mía es un “melodrama radioteatral”, sencillamente porque no es radio.  
El radioteatro, teatro del aire, radionovela o cualquiera de los nombres puestos en juego para referirse al género radiofónico era, en el mejor de los casos, un teatro ciego. Los destinatarios privilegiados eran los radioescuchas (se suma el adjetivo “privilegiado” porque en ciertos casos se presentaba el radioteatro desde el auditorio de la radio. Pero ahí, los espectadores, en reducido número con respecto a la totalidad, presenciaban, en general, teatro leído). Y como el radioteatro era un género de la radio, estaba restringido, entre otras cuestiones, por el medio. Si lo visual no alcanzara como argumento para descartar “lo radioteatral” (que, por supuesto, alcanza y sobra) se podría sumar elementos de índole olfativa. Sin duda estamos en un contacto cara a cara, por ende no mediatizado.
La propuesta de Qué me has hecho vida mía,  pone al espectador en una encrucijada. Por un lado, el escenario aparece dividido claramente en dos: por un lado, el lugar en el que está Fanny Navarro  y por otro, el lugar (casi un rincón) donde se encuentran los instrumentos para realizar los efectos sonoros y alguna otra cosa más.
¿Cuál es la historia que cuentan? ¿Cómo se da el cruce entre la ficción y el intertexto histórico? Navarro relatando su propia historia no tiene reclames (avisos publicitarios) ni efectos sonoros. ¿Cómo se entrelaza el espacio de su hogar- a partir de algún signo por demás económico- con el clásico micrófono de la radio de la época?
El cruce, la imbricación que logran entre lo que es del orden de los acontecimientos históricos, que están presentes (elegidos, fragmentados, subrayados) y la mostración de ese universo como ficcional, es absolutamente increíble.
Es necesario pensar que los efectos sonoros no están pensados para ser vistos, sino solamente para ser escuchados. Como a través de la radio los sonidos reales no coincidían con los signos sonoros de los sonidos reales, había que producir otros para que se escucharan como se los necesitaba del otro lado del parlante. Entonces, si un verdadero trueno no sonaba como tal (o en su defecto, la grabación del sonido de un trueno) había que buscar algo que sí funcionara como si lo fuera. En la escena se reconstruye el sitio donde se producen los sonidos, pero la clave está en que no queda oculto. No sólo porque no es radio, sino porque no queda a oscuras. Los espectadores ven perfectamente cuáles son los mecanismos para sonorizar todo en un continuum: la vida de Fanny, los avisos publicitarios, los retacitos de relatos. Sin embargo, esos mundos se cruzan de tal modo que no sólo aquello está visible, sino que además queda subrayado en más de una ocasión. Para poner un ejemplo, el paseo por la escena de Joaquín Segade con los tacos altos.
Por otro lado, en ese conjunto de elementos que serían propios de una cabina de sonido, hay algo que no pertenece ni podría pertenecer a ese universo, y que se pone en juego para señalar a Fanny, actriz de cine. Lo verdaderamente interesante es que no pasan fragmentos de ninguna película, sino que sobre la pared se ve proyectada la sombra de la actriz que está en la escena.
Múltiples recursos geniales que se solapan, superponen, intersectan, que hacen de este trabajo un laberinto con muchos recorridos posibles. Eso sí: el que quiera ir a ver la historia y a conmoverse con el melodrama, también puede hacerlo, sin ningún problema.   

Publicado en: Críticas

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