Sábado, 03 de Enero de 2015
Jueves, 28 de Octubre de 2010

Sólo se llega a lo simple con mucho trabajo

Ostinato Rigore, el lema de Leonardo da Vinci, es el título del experimento que están llevando a cabo Ciro Zorzoli y un importante conjunto de hacedores teatrales, en dos producciones que expresan, sin duda, lo mejor de la súper poblada cartelera porteña.
Estamos ante esos casos excepcionales en los que las propuestas conjugan la rarísima característica de ser absolutamente disfrutables y profundamente interesantes para reflexionar sobre múltiples temas. Cada una de ellas merecería una sesuda y extensa monografía (con perdón de la palabra), pero acepta igualmente espectadores desprevenidos con ganas de disfrutar una excelente función de teatro. 

Exhibición y desfile, en el Teatro Del Perro y Estado de ira, en el Teatro Sarmiento. Un mismo director y una serie de actores en común (no todos) para esta reflexión actuada sobre el trabajo del actor.
En Exhibición y desfile, lo primero que sorprende son los ruidos. Los espectadores, esperando, percibimos que allá dentro están sucediendo cosas de las que estamos afuera, en términos literales: corridas, gritos, incluso fragmentos de historias a reconstruir parcialmente.
Cuando entramos, sospechamos que los que están frente a nosotros, no comparten época. El vestuario y ciertos objetos, construyen una instancia de extrañamiento.
Sin embargo, la propuesta será de interacción. Breve, relativa, pero interacción al fin. Entonces lo primero que hacen es descolocarnos, quebrar las iniciales expectativas. No será la última vez que lo hagan.
En el caso de la función que mencionamos, ellos están practicando la risa. ¿Será punto de partida?, ¿será lo que hacen hoy y que no volverán a repetir? No hay manera de saberlo.
Están en constante experimentación. Entonces, tal vez lo que se diga aquí no tenga correlato con lo que sucedió antes de la función presenciada o con lo que sucederá después.
Está claro, eso sí, que son actores y que están ensayando, pero no una obra en particular, sino un modo de actuar, de percibir, de relacionarse con el otro o con los otros, una manera de mover la mano derecha, de meterse en el agua.
Alguien va a guiar las acciones del resto y provocará el vínculo con el público. Queda evidenciado en qué lugar está cada uno, porque unas maderas separan el espacio de los actores del de los espectadores (en algún momento se abrirá esa brecha y luego se volverá a cerrar). Pero en el espacio mismo de los actores se dividirá el sitio de la actuación: estar adentro o afuera de la acción, también a través de una materialidad divisoria y no sólo del decir.
El que guía la acción preguntará por su nombre y le responderán. Prontamente aclarará que no usarán sus nombres, porque no son ellos los que están allí y luego, sucederá algo muy bello: este actor señalará a alguien del público y le preguntará una serie de cosas. Luego una actriz reiterará lo dicho por esa persona, y el que nos interpeló primero dirá "¿dónde está X?" Y la pregunta refiere, ¿está entre nosotros, los espectadores, o entre ellos, los actores? ¿Y quién será capaz de responder? ¿Aquí, allá? ¿En los dos lugares a la vez?
Una grabación, absolutamente distante, planteará ejercicios y los actores los seguirán.
Entonces, se verán infinidad de cosas: cómo se introduce cada uno en la acción, los tiempos de cada uno, los egos, los celos, las correcciones, los halagos, la admiración.
Pueden realizar sus actos en el aire o recurrir a la "referencia", así, sin nombre propio: una actriz (que en este marco no lleva ese nombre) que funciona de comodín (el de las cartas, no el de teatro foro) para lo que la necesiten. Un comodín que, por sobre todo, explicita las jerarquías, la necesidad de poder, en fin.
Dicen que van a compartir con nosotros sus inconvenientes y sus virtudes, y para hacerlo, reducen el espacio. Se crea una escenografía por detrás que los contiene.
Y entra en juego la autorreferencia de la autorreferencia.
La música acompañará también ciertos ejercicios y es difícil discernir si es funcional o si pone de manifiesto la arbitrariedad bajo el manto de naturalidad con la que se la asume.
La iluminación que rige por igual la zona de actores y espectadores sólo se modifica (¿o esta vez y otras no?) en el momento previo al final. No dejarán aplaudir. Saldrán a "preparar el saludo" y luego nos indicarán cuándo es el momento, ahora sí, de hacer lo único que hacemos casi siempre que termina una obra.
Una experiencia fascinante. Pura exposición, duplicada, porque en alguna medida no está por detrás (o por delante) el personaje que los sostiene, no las palabras ajenas que los protegen, el sistema del que forman parte de manera armónica, o no.

Estado de ira, en el corazón mismo de una institución pública, nos muestra el funcionamiento de un engranaje bastante particular: una dependencia en la que ciertos actores-empleados se dedican a preparar a otros actores que serán reemplazo de obras que ya están en cartel. Es decir, alguien que viene de afuera, que se incorpora en un sistema organizado y previo. ¿Se puede enseñar esto? ¿Se puede ensayar de esta manera? Esta vez toca preparar una Hedda Gabler, de la noche a la mañana.
El espacio, fantástica reconstrucción ¿de qué?: de una especie de depósito abigarrado de escenografías probables y, más cerca del espectador, la escenografía posible, la elegida para la función que corresponde. A un costado el reino del ¿utilero?, ¿asistente?
Las lámparas (excelente propuesta de Eli Sirlin) coinciden en el escenario y sobre los espectadores, durante un rato la iluminación será la misma y cuando se apaguen las luces que están sobre la platea (a instancia de quienes están en el escenario), se evidenciará la decisión de establecer la diferencia de iluminación.
Veremos correr a una serie de actores, ensayar en el vacío, pedir ayuda. Luego alguno de esos actos se repetirá enmarcado y se resignificará.
La actriz-reemplazo será recibida con todos los honores (o casi) y a medida que cobre protagonismo en el papel que le toca y el trabajo de los actores-empleados vaya llegando a su fin, será lamentablemente abandonada a su suerte. Pero claro: esto es al final. Antes sucederán muchas cosas. Observaremos cómo los actores corrigen sus propias acciones o las de los compañeros, se verá el detener del acontecimiento, la vuelta atrás, la insistencia. Aparecerá el objeto que no es pero hace de (con la pregunta de la que viene de afuera, que no puede distinguir que el banco en realidad es un árbol), las puertas irán hacia los actores y los actores dejarán el papel a mitad de camino para atender un teléfono, responder a una cuestión personal o lo que fuere. Y vendrán otros en su lugar, y la actriz a la que "ayudan" entenderá a sólo a medias quién es el que tiene enfrente, y pedirá una actriz por otra, elegirá partenaire de acuerdo con su gusto. Todos en conjunto maltratarán a la becaria, que está ahí para "aprender".
También será posible interrogarse por los modos de contar una historia, por las formas de la actuación, por los ensayos, por las hipótesis de representación, por la construcción de los efectos de sonido y por muchas, pero muchas, cuestiones más.
Y esto, que a todas luces parece un mayúsculo absurdo, de esos que hacen reír a carcajadas, ¿cuánta relación tiene con lo que sucede en la realidad?
La propuesta es imperdible. En general, uno duda cuando tiene que decir estas cosas, porque sabe que lo que a uno le interesa no tiene por qué interesarle a otro, pero habrá que reconocer que el trabajo dirigido por Ciro Zorzoli, y llevado adelante por todos los actores y demás piezas fundamentales de este engranaje teatral, es del orden de lo excepcional. Y todos lo sabemos, el teatro es efímero. Después será tarde para lamentos.

Publicado en: Críticas

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