Jueves, 15 de Enero de 2015
Sábado, 04 de Septiembre de 2010

Un juego de inteligencia

Por Ale Cosin | Espectáculo Virginia

Volvió Viviana Iasparra, junto a su intérprete preferida y socia del proyecto LEM, Melina Seldes. Y como no podía ser de otro modo viniendo de este talentosísimo dúo dancístico, éste presentó una pieza, Virginia, claramente fundada en la danza, con muchos de aquellos elementos reconocibles de la composición contemporánea: me refiero a toda la herencia de la postmodern dance, principalmente de los '60 y '70. 

El término postmodern dance (no confundir con danza posmoderna, como estilo) alude al movimiento de la danza norteamericana que en los '60 se separó rotundamente de la danza moderna, cuyos exponentes o referentes máximos podríamos ubicar en Martha Graham y Doris Humphrey, defensoras a ultranza de la técnica depurada, la expresividad emocional y la comunicación inequívoca pero indirecta de los bailarines hacia los espectadores.

La característica fundamental del nuevo camino tomado por los jóvenes bailarines norteamericanos, fue el descubrimiento de las cualidades materiales de la danza como arte, es decir: la separación de la danza de lo que le fuera externo a su esencia, esto es, el movimiento del cuerpo desde las sensaciones kinestésicas y cenestésicas. Si bien el objetivo respondía a los verdaderos postulados modernistas dentro de las demás artes, su antecesora, la danza moderna histórica, lejos estuvo de aquel camino. Sin embargo, los bailarines (la pionera Anna Halprin, seguida por muchos otros, como Yvonne Rainer, o como el creador del Contact Improvisation, Steve Paxton, o el del Release, Trisha Brown) que decidieron explorar en las calidades de movimiento, en la temporalidad y espacialidad nuevas, estaban respondiendo a una tendencia artística y conceptual de la época, encontrándose más próximos que sus antecesores a los artistas experimentales de las artes visuales, musicales y teatrales, especialmente preocupados de acercar arte y vida.

Volviendo a Virginia, se trata de una pieza que hace honor a esta herencia, cuidando cada detalle con un tratamiento dramatúrgico -cinético, visual, auditivo- sin desbordes, dentro de una narrativa hermética pero sencilla. Todos los elementos se despliegan a su tiempo, apenas rozándose, dando una sensación de ascetismo típico del minimalismo: "menos es más".

Como advertíamos, la obra hace honor a la tendencia de la danza conceptual, y lo demuestra en un acervo que trasciende la pura experiencia sensitiva. Iasparra y Seldes construyeron lenguaje de movimiento, lenguaje visual y sonoro, a partir de varias premisas, logrando un verdadero entramado trasmedial. Por un lado, entregaron parte de la obra a la dirección de tres miradas extra-dancísticas: al músico Gabriel Paiuk, al iluminador Eduardo Maggiolo y al fotógrafo Nacho Iasparra. El resultado buscado es una asincronía, un desfase entre los distintos códigos, que rompe el ritmo perceptivo cotidiano y exige al espectador una aprehensión por pedazos, autorizado a armar su propio puzzle carente, eso sí, de ribetes irónicos, subtextos o claroscuros propios del teatro de danza o danza teatro porteños de la actualidad.

Por otro lado, la creación de Virginia se vio iluminada por tres obras clave de la vanguardia moderna: la novela La araña, de Clarice Lispector, la película Dos o tres cosas que sé de ella, de Jean-Luc Godard, y la obra para TV Trío fantasma, de Samuel Beckett. Como no se trata de una elección exenta de sentido -en esta línea que trazamos entre Virginia y la forma compositiva al estilo de la postmodern dance-, nos detendremos en describirlas en función de encontrar lazos con la pieza que comentamos.

"Algo curioso y frío le sucedía, alguna cosa que sonreía con desprecio, pero atenta a seguir hasta el final, casi haciéndola pensar en un impulso irónico y fútil: si eres, como dices, una criatura viva, muévete..." (Lispector, Clarice: La araña, Corregidor, Buenos Aires, 2005).

Clarice Lispector es una autora nacida en Ucrania, pero criada en Brasil, y a la que se asocia con las vanguardias y la Generación del '45. En la obra La araña (1946), Lispector narra la historia de Virginia, su vida en el campo donde ha nacido, su relación particular con sus padres, con su hermana mayor Esmeralda, pero, sobre todo, con su hermano Daniel, a quien admira y ama y con quien lo une un juego de poder y sumisión. En la novela aparece el pasaje de la granja a la ciudad, la transformación de niña a mujer y el descubrimiento del amor y la sexualidad, el vacío en su vida, el regreso; todo narrado desde la tercera persona, pero de una forma íntima y concentrada en sus sensaciones. En la obra de Lispector se destaca un desplazamiento de las formas semánticas y sintácticas naturales, una reflexiva elección por desubicar las palabras y desestructurar sin violencia la narración, armando varias capas de sentido sobre un referente. La propuesta del texto es la de profundizar en el lugar que se cree conocido; hasta encontrarle un nuevo sentido.

"¿Dónde está el principio? ¿El principio de qué? Dios creó el cielo y la tierra. ¡Qué fácil! ¿Qué más puedo decir? Decir que los límites del lenguaje son los del mundo. Que los límites de mi lenguaje son los de mi mundo. Que hablando limito al mundo, lo termino. Y cuando la muerte misteriosa rompa esos límites y no haya preguntas ni respuestas, todo será confusión. Pero si la realidad aparece no será a través de la aparición de la conciencia. Después todo se ajusta.". Son palabras del cineasta francés Jean-Luc Godard sobre su película Deux ou trois choses que je sais d´elle (1966), título en el que hace referencia a la ciudad de París y a una mujer de doble vida, protagonista del film.

Una de las características de la película que pareciera estar presente en Virginia, es el rol de la protagonista, unas veces entregada a la acción y otras observadora, presente y ausente de los sucesos, como si pudiera desdoblarse y así modificar los tiempos de la escena. Pero Godard/Marina Vlady, y por lo tanto Iasparra/Seldes no lo hacen desde una pretendida objetividad, sino desde una subjetividad objetiva, o un "objetivismo crítico", como lo describe Gilles Deleuze.

Por otro lado, también es evidente la ruptura espacio-temporal en la obra de Iasparra, con respecto a la coherencia argumental, dejando que el personaje deambule entre los discursos, repita secuencias como rememorando, se detenga y comente hacia el público, vuelva rápidamente al punto abandonado, etc.; usando el mismo espacio para hablar de Virginia y del arte.

Trío fantasma (1975), de Samuel Beckett, es una obra escrita especialmente para televisión, que se transmitió por la BBC en abril de 1977. En ella casi la totalidad de los movimientos de cámara son anunciados por una voz que dice dónde hay que dirigir la vista. De esta manera, hay una primera mimetización entre la voz, que es un personaje de la obra, y el director, que es el que debería indicar los movimientos de cámara -que por otra parte debían estar prefigurados por el autor-. La segunda mimetización se produce entre la cámara, que sigue las indicaciones de la voz, y el espectador, cuyos ojos están posicionados según los movimientos de cámara.

En Virginia, no hay ninguna guía para el espectador, pero se le proveen diferentes estímulos para que siga la escena sin "distraerse" o debiendo elegir qué observar. Por ejemplo, al comienzo el escenario presentará dos objetos: un banco de madera y un monitor de TV en el que se pasa un video sin sonido, que llegará luego, sin las imágenes, en la segunda escena; y ésta se dispondrá en el espacio de la mano de un muchacho -el utilero- quien modificará la disposición dos veces más en la obra.

Publicado en: Críticas

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