Lunes, 12 de Enero de 2015
Sábado, 24 de Abril de 2010

Todos deberíamos saberla

¿Por qué Rakhal Herrero, un artista cordobés multifacético, es capaz de superar, aunque desde la adhesión más fervorosa, las modas de la porteña escena off (off ya es imposible de delimitar)? 

El último estreno de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea (ex Cultura Nación, hoy sin nombre propio); con dirección de Herrero, demuestra que si bien él cuenta con más de un elemento que se reitera en muchas de las obras contemporáneas, su forma de conjugar estos signos (símbolos, íconos, blasfemias y tonteras dolorosas o jocosas de la época) es brillante. Herrero hace de una pieza que podría ser una de tantas, una diadema, joven, muy joven, pero que sabe calar profundo en los estados que se propone surcar. Que no son todos. No intenta la grandilocuencia.
En La que sepamos todos Herrero y diez de los mejores bailarines actuales -en promedio, 30 años- se echan encima varios mitos argentinos, o sobre la argentinidad, o sobre lo que se supone que somos los argentinos. Y se los echan encima haciéndose cargo de los escrúpulos y de los lugares comunes, a veces simplemente exponiéndolos, otras riéndose de ellos. Pero evidencian un respeto, tanto sentimiento, que es clave para que no se vuelva una enumeración más de las famosas postas del buen y mal argentino. No les da lo mismo, no les parece banal, no les resulta un medio para hacerse notar ni para jactarse de sus habilidades; recorren su propia historia para hacer aparecer la Historia. Allí están las horas de disciplina física, las gansadas y la violencia, el machismo y la histeria, la fortaleza, la debilidad, la amistad, la arrogancia, la democracia desequilibrada, la alegría.
Herrero y su troup de la compañía oficial, se hicieron cargo de una de las teorías críticas del fin del modernismo, que ya circula fuera de su primer ámbito como han sido las artes visuales multimediales. Se trata de la postproducción, que responde a la pregunta que cambió el paradigma de la "originalidad" o novedad en el arte: hoy el creador mira a su alrededor y busca qué puede hacer con todo lo que hay, en vez de anhelar la inspiración original, inaudita. Así, los creadores contemporáneos que "postproducen", son parte de un movimiento infinito entre pieza y pieza, entre las que se trazan caminos personales, siendo los novedosos esos trazos, esas maneras de entrelazar lo ya concebido en el mundo de la cultura. La biogeografía, los primeros años de existencia, las visiones desde la primera esfera social, son imprescindibles ahora para el creador. Las relaciones que se entablan, las nociones que se tienen del globo más allá de la kinesfera, las percepciones que se logran ampliar desde el yo hacia el/lo otro, todo se vuelve más y más importante para entrar en el mundo de las relaciones globalizadas y "postproducir". No se trata de copiar imágenes de imágenes espasmódicamente, sino de liberar al arte de los discursos omnipotentes, omnipresentes, cosificantes.
Así en La que sepamos todos se suceden escenas vertiginosas. Lo primero es develar el misterio del teatro y la representación. Luego llegarán hombres caballos, westerns y José Larralde entrelazados, luchas eternas entre la violencia masculina y la violencia masculina, muchas secuencias de danza grupal que llenan el espacio como olas, competencias e histerias que no le hacen mal a nadie aunque tengan mala prensa entre los intelectuales. Y hasta el exitismo de un Maradona de ficción, desde uno de los más famosos cuarteteros cordobeses en los '90. Todo regado con una mirada por momentos triste, otros irónica. La esperanza, sin dudas, es la amistad.

Publicado en: Críticas

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