Lunes, 05 de Enero de 2015
Miércoles, 31 de Marzo de 2010

Inevitable como el amor

Por Mónica Berman | Espectáculo Es inevitable

Inevitable es lo que no se puede evitar. Definición circular si se quiere. La muerte, todos lo sabemos, es inevitable. 

Cuando se ingresa en el espacio de la representación, dos lugares se hacen presentes. Uno tiene que ver con lo que vemos: una mujer de luto frente a un cajón que, debemos entender, es de muerto, desgranando las cuentas de un rosario con una serie interminable de Ave Marías repetidas y aceleradas. El otro espacio, el que no vemos, es el que deben ocupar otras mujeres, también en la monotonía del rezo, pero a las que escuchamos amplificadas por algún micrófono.
Cuando los espectadores están acomodados, el coro cesa. Y suena muy particular el Ave María de la mujer que está enfrente de la platea.
Un pequeño monólogo sirve para la presentación. Es una viuda sin papeles. Compañera de quien habita el cajón, con quien nunca "contrajo matrimonio", siente en peligro su lugar en la casa, que sin compañía ya no es suya.
En el llanto se mezclan la desazón por la muerte y la inseguridad por el futuro. Para mayor desgracia está esperando a la familia española (que no es la propia y que oscila entre la ignorancia y el desprecio).
La escena es de antología: mostrar el rostro, esconderlo, erguirse, hacerse pequeña. El cuerpo se duele de la muerte de quien amó.
Después, una cortina deviene en pantalla y el universo escénico se trastoca.
La pantalla dibuja una ventana. Dibuja en sentido estricto ya que se proyecta una imagen pictórica de una ventana. En un gesto de la mujer la ventana se abre y deja ver un mar también dibujado. Luego en el dibujo se imprime movimiento y lentamente se funde la filmación del mar sobre el borramiento de lo dibujado.
Hay otro acontecimiento del orden de la mutación en la escena: la mujer ha arrastrado el cajón y lo ha puesto debajo de la ventana. El cajón será, entonces, cama, sitio del recuerdo del encuentro amoroso.
Sucede que los objetos escénicos guardan memoria de los acontecimientos anteriores y es tan complejo el pasaje de féretro a lecho de amor, en ese orden cronológico...
La viuda nos ha contado cómo se acostó con un ser amado y cómo despertó al lado de un cadáver, de un modo absolutamente conmovedor.
Existe hasta un espacio para las estadísticas: cuántas muertes quedan en mano de Dios y cuántas son responsabilidad del hombre (concepción del libre albedrío hasta las últimas consecuencias).
Más tarde se produce un cambio de vestuario ¿El cambio de vestuario implica un nuevo personaje?, ¿una transformación de sí?, ¿un nuevo modo de pensar las cosas? Y habrá baile frente a la muerte y alegría porque la muerte no es propia. Festejo porque la parca esta vez siguió de largo para quien lo cuenta.
La pantalla ahora pondrá un personaje que se alterna entre la filmación y el vivo, y que, incluso, coincide filmada y presente.
Ahora la viuda (¿será ése el nombre?) es la viuda de una mujer (nos lo señalan). En una pareja femenina una de las dos ha partido para siempre, como podemos observar cuando el cajón se abre y deja ver a la que fue imagen, inmóvil en ese objeto de madera que remite a féretro.
Pero esta vez no hay llanto, sólo hay risa, y sonrisas que se empañan por lágrimas que asaltan el rostro. Y una hija (de la otra) que defiende a la que sobrevive y que construye con ésta, complicidad.
No parece, ahora, haber dolor. Y la muerte no parece tener el peso de lo inevitable.
Habrá salida leve del cajón y del espacio de la ficción hacia un mar filmado. Claro que la sombra en lugar de achicarse, a medida que se aleja, aumenta de tamaño. ¿Será que la muerte transforma las dimensiones?

Publicado en: Críticas

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